jueves, marzo 03, 2011

En el principio era la verdad. Cristián Warnken

Cristian Warnken.jpgSiempre me ha molestado un cierto estilo empalagoso y un tono poco viril y nada directo con que algunos sacerdotes y autoridades eclesiásticas elaboran sus prédicas y hacen sus declaraciones. Me he preguntado si ese tipo de lenguaje tiene que ver con la diplomacia vaticana, caracterizada por un histórico apego a una prudencia muchas veces laberíntica. ¿O será que el no decir las cosas por su nombre, el evitar abordar los problemas de frente, es un fenómeno dialectal y cultural nuestro, en un país donde nunca se dice "no" cuando se quiere decir "no", un país donde cuando alguien le declara a otro "nos vemos", en realidad está diciendo "no nos veremos nunca"?


Algo comienza a picarme en el oído cuando escucho decir "hermaaanos", con esa "a" arrastrada, rastrera. Me violenta que vayamos perdiendo progresivamente la capacidad de llamar "al pan, pan, y al vino, vino" por el contagio de una jerga eclesial de la que no tengo claro el origen. ¿Qué tiene que ver ese lenguaje con el estilo poético pero directo de Jesús, un "rabí" que usaba parábolas e imágenes que traspasaban como flechas a sus interlocutores y que nunca escabulló enfrentar las situaciones más conflictivas de su tiempo? ¿Cómo calzan este lenguaje elusivo y ese tonillo empalagoso con el estilo radical del hombre que dijo "Yo soy el camino, la verdad y la vida", y que interpeló a sus sibilinos acosadores con el ya famoso "Vosotros, fariseos hipócritas"? Un abismo separa a este hombre de Nazaret y su mensaje fulminante, directo al corazón y la conciencia humanos, de muchos de sus representantes en la tierra. Esta retórica reblandecida, que permeó aquí en Chile primero el discurso de los dirigentes de la Democracia Cristiana hasta el punto de convertirse en su impronta, ya se instaló en casi toda nuestra clase política (hasta los radicales hablan así), con los tan característicos "si bien es cierto, no es menos cierto". ¡Qué daño y cuánta mentira ha consentido esta gran jalea eclesiástica, por Dios! Pero lo que más me sorprende es que después de la tajante y diligente sentencia del Vaticano en el caso Karadima (que ha hecho enrojecer a nuestra justicia civil como pocas veces en la historia), ese lenguaje enfermo siga operando y distorsionando la realidad.
Monseñor Arteaga, la mano derecha del principal acusado de sistemáticos y deleznables abusos, aparece pidiendo públicamente perdón (un gesto aparentemente loable), pero en la misma declaración de perdón evita hablar de "víctimas" y usa la expresión "afectados" para referirse a los que sufrieron abuso sexual y psicológico. ¿"Afectados"? ¿Qué quiere decir con eso? Ahora son "afectados" los que hasta hace poco tiempo él mismo había caricaturizado -sin la más mínima misericordia- como "actores". ¡Qué uso tan discutible hace del diccionario esta alta autoridad universitaria! Hasta la FEUC -una organización de la que uno esperaría aire nuevo, como solemos esperar siempre de los jóvenes- saca una declaración llena de ambigüedades, en la que no se pide ni la renuncia ni la mantención del "afectado", sino que demanda una "reflexión", otra muletilla que ha servido para todo, desde acallar a las víctimas hasta proteger durante décadas a abusadores de niños en cómodas dependencias eclesiásticas.
Ha tenido que ser un teólogo alemán, el Papa Benedicto -secundado por un nuevo arzobispo de Santiago-, el que con coraje y diligencia tomara la decisión de desmantelar una organización fundada en la mentira y el abuso en el corazón de nuestra sociedad. Él sí se acerca más al estilo directo de Jesús, a quien no le habría temblado la mano -como con los mercaderes- para expulsar del templo a psicópatas, pedófilos y sus cómplices y encubridores. Y lo habría hecho con palabras como espadas, que rasguen sin piedad los velos que encubren la verdad, porque, como él mismo dijo, "la verdad os hará libres".