El coraje de discrepar y respetar. Claudio Orrego
Hace 9 años se publicó el libro “cartas privadas” de Claudio Orrego Vicuña (Alfaguara, 2002). Si bien pretendía ser un homenaje de sus hijos a los 20 años de su muerte, el libro terminó siendo más que eso. Se trata de un manifiesto sobre la carta privada como expresión de lo más profundo del espíritu democrático. Ese espíritu que nos permite defender con pasión lo que creemos sin caer en la descalificación del adversario, que justifica la existencia del diálogo en la creencia de la buena Fe e inteligencia del otro, que se funda en la certeza que la historia se construye no sólo por la fuerza sino, sobretodo, por la razón.
Qué raro suena hablar de diálogo, respeto y cartas, en la era del twitter. Para los fanáticos de los 140 caracteres, con su cuota de voyerismo y barra brava, cuesta entender que alguien pueda reivindicar otra forma de expresión ciudadana. Soy de los que no deja de asombrarse del poder democratizador de las redes sociales (lo ocurrido en medio oriente y por ocurrir en Dictaduras como la Cubana ). Las uso y analizo como el que más. Pero miro con preocupación, cuando estas se transforman en verdaderos circos romanos modernos, en que no cuenta el respeto, sino la descalificación y ridiculización.
Aquellos que renuncian a pensar por sí mismos, a analizar los matices de todo, a tener que argumentar sin descalificar todo lo que diga o piense el distinto. Vemos seguido como en segundos se descalifica lo que alguien dice (de gobierno u oposición), sólo porque viene de quien viene, sin siquiera detenerse a pensar en el mérito de lo dicho.
Algunos sostienen que hay que tener coraje para denunciar lo injusto o el abuso de poder. Muy cierto. Muchos son amenazados por ir en contra de redes del mal. En su momento pudo ser la represión de la Dictadura. Hoy serán redes de narcos en una población, o intereses económicos de grupos poderosos. América Latina está regada de sangre de los que se atrevieron a ir contra los poderes establecidos.
Sin embargo, también hay que tener coraje para reivindicar el respeto por el que piensa distinto y el diálogo con el adversario. No faltan quienes se apresuran a proclamar la traición del que así actúa. La tendencia corriente de los fanáticos (políticos o religiosos) es siempre despreciar al de la vereda del frente, negándole cualquier legitimidad y que decir admiración.
Durante Febrero me correspondió ejercer como vocero de mi partido, la Democracia Cristiana. Pude experimentar de primera mano lo difícil que es ejercer el rol de opositor sin caer en la guerrilla de antagonismos a que la inercia política nos lleva. Mientras criticábamos a la Intendenta de la VIII región y nos reuníamos con el senador Navarro para conocer sus denuncias de primera mano, las huestes propias cantaban de alegría y los de la vereda de gobierno nos acusaban de “obstruccionistas, destructivos y hasta anti-unidad del país”. Con todo, al segundo que decidimos acudir al diálogo que nos convocó generosamente la Ministra de Vivienda (cartera a la que hemos criticado) o insinuamos que sería bueno participar con el gobierno en un acto ecuménico para conmemorar el 27F (desechado posteriormente por motivos que respeto pero no comparto), pasamos a ser razonables para los adversarios y unos traidores para los compañeros de ruta. Difícil, aunque no imposible, avanzar en el diálogo democrático con esta bipolaridad de nuestro mundo político. Mientras, la ciudadanía nos pide a gritos una política donde ser de oposición y gobierno no nos impida escuchar, respetar y dialogar con el otro. Camino angosto pero necesario. Sin duda se requiere coraje para nadar contra la corriente. La misma del que escribe cartas privadas para razonar con el que piensa distinto. Quizás por eso, la historia al final recuerda sólo a los que se atreven a ser distintos y no sucumben al facilismo que encasilla, descalifica y ridiculiza.
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