domingo, noviembre 07, 2010

¿Dónde está la nueva derecha?. Jorge Navarrete

Abundan las interpretaciones que intentan explicar el trasfondo y sentido político que subyace al gobierno de Sebastián Piñera. Ya sea en la versión de la polémica que generó la designación de su primer gabinete; o las quejas de los sectores más ideologizados de la derecha, como ocurrió con la crítica económica que hizo Büchi por el alza tributaria; o las acusaciones por exceso de individualismo, que varias veces han deslizado Longueira, Allamand y otros; o por qué el discurso de la mejor gestión ha devenido en un pragmatismo aséptico carente de cualquier convicción política, cuestión que yo mismo he insistido en forma majadera, lo cierto es que podremos convenir en que éste ha sido un gobierno diferente al que imaginábamos.

Y aunque algunos, como es el caso del ministro Hinzpeter, ya sacan cuentas alegres por lo que llaman un proceso refundacional en la derecha, anticipando los nuevos lineamientos del proyecto -e incluso, con entusiasmo temerario, insinuando las claves para la sucesión-, sospecho que están transitando un camino cuyo destino es menos planificado de lo que aparenta.
Por una parte, y haciendo gala de nuestra tradición presidencial, es evidente la huella que en el gobierno deja la propia personalidad del primer mandatario. Para bien o para mal, es todavía prematuro pensar que el "piñerismo" tendrá un sustento viable más allá del culto que hoy se hace a la persona del Presidente. Por la otra, y si de verdad se está produciendo un proceso de transformación en la derecha, éste se verificará sólo en la medida en que se pueda imponer -por la razón o por la fuerza, diría nuestro lema nacional- a los sectores que hoy mayoritariamente conforman dicho sector.
Así las cosas, quizás lo más interesante sea poner la mirada sobre el capital simbólico de algunos miembros del gabinete, los que más allá de una coyuntura específica -como probablemente aconteció con Laurence Golborne- han consolidado un espacio y legitimidad política sobre la base de construir una identidad propia, que no aspira necesariamente a equipararse a la de Piñera y que conjuga de mejor manera tres cualidades muy caras al servicio público: rigor, vocación política y capacidad de interlocución.
Es el caso de los ministros Felipe Kast, Ena von Baer o Felipe Bulnes. Pese a que sólo este último milita en un partido político, todos han sido persistentes en su preocupación por lo público, lo que adicionalmente han sabido combinar con una exitosa trayectoria profesional y académica. Más todavía, y quizás esto sea lo más importante, han demostrado mayores destrezas a las que les suponíamos para navegar en las sinuosas aguas que otorga la vitrina del gobierno.
Ejemplifico con ellos, aunque me consta integran un elenco mayor, porque la refundación de la derecha -si es que acaso ello es posible- será fruto de un proceso gradual, lento, no exento de tropiezos y dificultades, cuya culminación exitosa depende menos de la voluntariosa exaltación verbal y más de una práctica coherente. Desde mi condición de adversario político, en el espacio que me concede la oposición, observo con interés y empatía lo que ellos representan: una derecha joven, apasionada, culta y, por sobre todo, más sobria.