domingo, noviembre 07, 2010

El rey está desnudo en “Borregolandia”. Rafael Gumucio.

Infinito es el número de necios.
En “Borregolandia” los tiranos han impuesto distintas Constituciones a los vasallos la última lleva la firma de Ricardo Lagos y sus ministros, para vergüenza de una combinación que nació luchando contra el dictador Augusto Pinochet y termina adoptando su misma Carta Magna.
“Borregolandia” ha sido siempre una monarquía; ha tenido una amplia gama de reyes – un holgazán, como el rey Dagoberto, de Francia, que se ponía el calzón al revés, Eduardo Frei; una especie de Luís XIV, Ricardo Lagos; una reina “virgen”, Michelle Bachelet y, el último, que se parece mucho a Luís Felipe de Orleáns, el rey banquero, o a Napoleón III, como gusten llamarlo-.Sebastián Piñera, al igual que Ricardo Lagos, constituyen casos extremos de egolatría – y con probados sesgos de narcisismo -; recuerdo haber conversado con mi amigo, Claudio Filippi, uno de los mejores psiquiatras chilenos, sobre la idea de desarrollar una especie de retrato psicológico a nuestros monarcas que permitiría el mejor conocimiento de sus rasgos narcisistas.


Su Excelencia, el presidente de la república pretende gobernar en base al amor de sus borregos súbditos. La forma de saber a cuánto llega el entusiasmo popular, en el mundo contemporáneo, son las encuestas- que él no escatima gastos y tiempo en pedir a instituciones que le son afines –; según la Adimark, del mes de octubre, el apoyo al monarca remontó al 65%, y uno de sus ministros Laurence Golborne llegó hasta el 91% de aprobación.

El presidente de este atípico país es uno de los más audaces inversionistas de la Bolsa de Comercio y, para orgullo de la nación, está clasificado entre los hombres más ricos del mundo. A diferencia de los gobiernos timoratos de la Concertación, el actual es todo lo contrario: posee una audacia sin límites y una fuerte anomia; es innegable que en el caso de los 33 mineros apostó arriesgando mucho y obtuvo un resultado muy remunerador y, por cierto, ha elevado su ego a niveles inconmensurables.

Con el viento de cola producido por el éxito, nuestro actual monarca se dedicó a recorrer algunos países de Europa para repartir piedras de la mina San José y mostrar un ajado papel que, incluso, con mucho tino, su esposa le suplicó que lo guardara en billetera. Dicen que el poder ciega y el éxito con mayor razón: a poco andar en su periplo se le soltó la lengua permitiéndose dar consejos a su ídolo, Nicolas Sarkozi y, luego, en Alemania, escribir en el libre de visitas una frase del himno nacional, que antes había sido utilizado por los nazis.

Un rey absoluto, como el nuestro, no puede aceptar que un ministro, como el de Minería, tenga más amor incondicional por parte del pueblo que por él, razón por la cual ya su Ministro del Interior está anunciando que el fenómeno de popularidad es sólo momentáneo y que para igualarse al rey es necesario haber obtenido un doctorado en la escuela donde “se estudia para Dios” - años antes, su mejor estudiante había sido el derechista Jorge Alessandri , y hoy ampliamente superado por el rey Sebastián Piñera-.

En el reinado de “Borregolandia” los partidos políticos y los parlamentarios son seres muy despreciados por los ciudadanos, sin embargo, siempre logran repartirse bien el botín del Estado. La “reina virgen”, por ejemplo, fue elegida contra la voluntad de los condotieri políticos, pero terminó con un gabinete ministerial donde se lucían las figuras más connotadas de la vieja politiquería chilena. Sebastián Piñera está decidido a no gobernar con los partidos políticos y convertirse en un caudillo populista de derecha. Nada ganan los Allamand, los Longueira, los Larraín, los Coloma, los Novoa, con patalear y criticar contra el exacerbado personalismo del rey, o el verdadero vértigo para continuar en el mundo de los negocios desde La Moneda.

Si Ricardo Lagos y Michelle Bachelet no lograron doblegar a la “fronda” de los partidos, Sebastián Piñera ha dado pruebas claras de poder hacerlo respecto de la UDI y de RN. Los partidos de derecha, por mucho que estén descontentos con la personalidad absorbente, audaz y narcisista del mandatario, tendrán que comerse el buey, pues deben golpearse con una piedra en el pecho por haber llegado al gobierno después de veinte años, por el solo mérito de la descomposición moral y política de la Concertación.

Uno de los grandes errores de los monarcas es creer que han detenido para siempre la rueda de la fortuna y que el éxito, en el caso actual de los 33 mineros, se puede trasladar a la situación de los damnificados por el terremoto, al desastre en educación y salud, a hacinamiento en las cárceles, a la profunda brecha entre ricos y pobres…Como el amor del pueblo es esquivo, bastará que ocurra, como en fábula, que un niño descubra que el “rey se pasea desnudo” y ha sido engañado por los sastres, que le hicieron creer en sus grandes bondades, que sólo serían vistas por los “inteligentes”, es decir, por los eternos pateros contratados para exaltar el ego del rey.

No falta quien crea que el niño de la fábula se llama Marcelo (Bielsa), este genial y visionario humanista que, en dos horas de discurso, fue capaz de encantar a los apáticos habitantes de este reino. No sería mala idea editar este gran discurso, como un prefacio de libro de “autoayuda”, que sea repartido en todo los establecimientos educacionales de Chile. La salida de Bielsa ha permitido mostrar, ante la opinión pública, la inconveniencia de la relación entre la política y los negocios, sobretodo lo inaceptable de la mantención del rey como accionista de Colo Colo.

El rey está desnudo y lo peor para él es que muchos de los “borregos” se están dando cuenta gracias a la estupidez de haber mezclado el poder político en una elección del “club de gladiadores”, en el “pan y circo” que los siúticos llaman “pasión de multitudes”; lo que ha hecho Sebastián Piñera, más que una derrota, es una tontería sin límites, que quiere completarla con querellas contra todo aquel que se atreva a denunciar la situación y que, de llevar cabo el libelo, colaboraría en una resurrección de la Concertación, que estaba moribunda y rechazada por la mayoría de los ciudadanos.