domingo, agosto 22, 2010

Saliendo a flote. Jorge Navarrete.


PARA MUCHOS, el triunfo de Sebastián Piñera introdujo una razonable duda respecto del futuro de la Concertación. Las tensiones propias de la campaña electoral, y para qué decir las recriminaciones con motivo de la derrota, parecían terreno fértil para la concreción de dos anhelos que -aunque de naturaleza completamente diferente- contribuían a la extinción de la coalición que gobernó el país durante estas dos décadas.


El primero tuvo su origen en la Alianza por Chile, que, presta a instalarse en La Moneda, no escatimó en palabras de buena crianza para conformar lo que denominaban el gobierno de unidad nacional. De esta forma, a diario se entonaron los cantos de sirena, cuyo principal propósito era tentar a un sector de la oposición -me refiero en específico a la Democracia Cristiana- para que colaborara con lo que prometía ser un proyecto que por fin dejaba atrás los pesados lastres de la dictadura.
Los resultados son ya conocidos y la abrumadora mayoría de los adherentes del partido de la flecha roja reconocieron domicilio en la oposición a un gobierno de derecha. Así, por lo demás, lo habían decidido los ciudadanos. Y para esta vez no herir la sensibilidad de algunos con pronósticos electorales, optaré por frasearlo en forma amplia: este escenario no variará un ápice cuando un ex canciller sea elegido como presidente de la falange.
El segundo, en cambio, provenía de la propia familia concertacionista y consistía en formar un frente amplio progresista, que convocara a todas las fuerzas políticas y sociales de la izquierda. La irrupción de Enríquez-Ominami, sumada a su notable desempeño electoral, reinstaló con fuerza esta idea; la que, por lo demás, era un viejo anhelo de algunos dirigentes del sector. Con todo, quizás la forma de presentarla -amén del talante de varios de sus principales promotores- generó dudas respecto de la viabilidad de la Concertación tal cual hoy la conocemos: es decir, una alianza de centroizquierda.
La elección de Carolina Tohá y Osvaldo Andrade en sus respectivos partidos ha contribuido a despejar estas dudas. Aunque por razones algo distintas, sospecho, ambos están fuertemente comprometidos con una coalición que, más allá de los urgentes cambios que requiere, representa una virtuosa comunión de tradiciones políticas diversas.
En el caso de la timonel del PPD, no sólo fue fundadora de la Concertación, sino que además, la unen transversales lazos políticos y de amistad con una generación que no reconoce fronteras en los partidos. Tratándose del presidente del PS, una vieja y sólida formación política parece emparentarlo con aquellos partidos de arraigada tradición ideológica.
Nada impide, por supuesto, que en el futuro la Concertación pueda ampliar sus fronteras -de hecho, llora a gritos que lo haga con los ciudadanos-, pero todo indica que será una decisión colectiva, fruto de la deliberación conjunta y no de la imposición de algunos. Menos todavía, de aquellos que nunca se han sentido particularmente cómodos en dicha coalición.
Con todo, la renovación de las directivas era un paso necesario, pero no suficiente. El gran desafío de la Concertación es ahora mostrar que detrás de estos rostros hay nuevas ideas y, ciertamente, mejores estilos.