lunes, febrero 08, 2010

La matriuska de la renovación política. Maria de Los Angeles Fernandez.

Renovar la política parece ser la consigna del momento. Si bien tiene mucho de moda, para la Concertación es un asunto de necesidad ya que sus partidos enfrentan el desafío de recuperar la credibilidad perdida en ciertos sectores de la población.
En este marco, se propone el recambio generacional como una suerte de panacea. Si bien el cansancio frente a los rostros de siempre puede ser una de las claves para entender las razones de la derrota electoral, reducirla a ello puede hipotecar las posibilidades de aspirar nuevamente a conducir el país. El éxito electoral de MEO en primera vuelta se explica por muchos más elementos que por su juventud.
Si asumimos que la política, una actividad tan antigua como los tiempos, puede renovarse, no basta con cambiar los actores ya muy vistos por otros con cara de debutantes y con menos arrugas. Siendo sinceros, si bien es una posibilidad que los liderazgos jóvenes sintonicen mejor con los cambios que vive el país, no deja de ser cierto que varios de ellos han llegado al lugar que ocupan haciendo uso de las mismas prácticas que les cuestionan a los más veteranos.

Tampoco pareciera ser una solución promover mesas directivas de unidad, eludiendo el desafío de la competencia, donde promisorios jóvenes terminen amalgamándose con los experimentados de siempre. Ello pudiera generar la impresión de cooptación, una estrategia de asimilación y fusión sobre cuyos tintes gatopardianos ya bien advirtieron estudiosos como Michels.

Renovar la política se relaciona, entre otros aspectos, con mejorar la representación. Para ello, resulta ineludible actualizar los contenidos y las apelaciones que se les formulan a los ciudadanos. Ello supone desarrollar instrumentos eficientes de identificación de demandas y de diagnóstico de aspiraciones de un electorado cada vez más veleidoso y diverso. La posibilidad del voto voluntario, junto con sus graves implicancias para la igualdad política, hará más importante y urgente este desafío.

Por otra parte, también debe avanzarse en prácticas de rendición de cuentas, así como de inclusividad. En el primer caso, es importante recordar que las elecciones son un mecanismo que permite que los ciudadanos controlen a los políticos pero son insuficientes. Se requiere generar mecanismos de control ex ante y ex post de los representantes. Resulta incomprensible hablar de renovación, y dar muestras de nepotismo familiar en el Congreso, como es el caso de la DC.

En el segundo, los partidos muestran un déficit de inclusividad, no logrando recoger la variedad de intereses de los diferentes grupos sociales. Se requiere una mayor presencia en los órganos de conducción partidaria, no sólo de dirigentes jóvenes, sino de más mujeres. La renovación centrada en el elixir de la juventud encierra el peligro de desdeñar la presencia de personas mayores, las que irán cobrando creciente protagonismo en un país como Chile, con una reconocida tendencia al envejecimiento de la población. Por otra parte, uno de los problemas más evidentes de los partidos de la Concertación ha sido la incapacidad de generación de espacios para la expresión del disenso y de las minorías críticas a su interior.

La agenda de renovación de la política concertacionista es más múltiple, compleja y superpuesta de lo que se está dando a entender. El itinerario no deja de evocar a la matriuska, esa muñeca rusa, hueca por dentro y que, una vez abierta, alberga a otras muñecas que van apareciendo en su interior. Promover rostros jóvenes, si bien es un punto de partida, no puede proyectarse como una revolución copernicana ni menos como “la oportunidad histórica de introducir un cambio profundo en la Concertación”, como ha señalado Enrique Correa. Conformarse con tan poco no permite dimensionar lo titánico de la tarea: frenar la devaluación que los partidos experimentan en la actualidad
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