lunes, diciembre 21, 2009

Desmitificando la invencibilidad de Piñera.Iván Auger

La segunda vuelta presidencial se inició con un gran mito, la invencibilidad
de Piñera. Su votación sería espectacular y su distancia sobre Frei inalcanzable.
Sin embargo, las dos premisas de que se deduce el mito son más bien fruto
de una publicidad ensordecedora que de la realidad y el análisis.
La larga y cara campaña del candidato supuestamente invencible no ha dado
los rendimientos esperables. Logró menos votos que Pinochet en el plebiscito
de hace más de 21 años, que Lavín, hace diez años, en la elección de Lagos,
y que el mismo, hace cuatro, en la elección de Bachelet.

Además, si bien superó en sufragios a su lista de diputados, en 215.000,
esta última logró la mayor votación en números totales, aunque algo menos
en porcentaje que la de 2001, en ese tipo de elecciones desde el plebiscito.
Una señal de que la votación de Piñera podría haber llegado al tope. Por
lo demás, los rendimientos son decrecientes cuando se está cerca del máximo
histórico, como es el caso de la derecha en esta oportunidad.El más beneficiado con ese derrame fue el segmento más conservador de la
coalición de derechas, la UDI, y no su partido, Renovación Nacional, a pesar
de que Piñera se presenta como liberal y centrista (en la elección anterior
fue humanista cristiano). Ironías de la vida.

Ahora bien, ¿es remontable la diferencia de 14,45 puntos porcentuales (un
millón de votos) de Piñera por sobre Frei?

Primero y antes que nada, hay que descontar de esa diferencia los votos de
Arrate, 431 mil (6,21 puntos porcentuales). La hasta ahora llamada izquierda
extraparlamentaria siempre ha recurrido en auxilio de la Concertación en
la segunda vuelta presidencial, y ahora con mayor razón, como consecuencia
de que fueron ambas fuerzas en una misma lista parlamentaria, que quebró
la exclusión al elegir a tres diputados comunistas.

En seguida, hay que tener presente que la lista a diputados de la Concertación
y Juntos Podemos sacó más votos que la suma de los sufragios de los candidatos
presidenciales de ambas coaliciones, Frei y Arrate, cuando siempre es al
revés. Esa lista obtuvo 2.901.000 votos, mientras que ambos candidatos presidenciales
solamente lograron 2.494.000, es decir, 407.000 sufragios menos. Y ello a
pesar de que, como es habitual, en esta oportunidad también hubo más votos
válidos en la presidencial que en la de diputados, 398.000.

Para conquistar esos votos hay que movilizar, no a las estrellas santiaguinas,
sino a los candidatos a diputados y senadores que obtuvieron esos votos,
apoyados por alcaldes y concejales. Las diferencias de votación son de fácil
conocimiento, incluso a nivel de mesas.

La gran pregunta es de quiénes se trata. En ello concuerdo con Carlos Hunneus,
aunque en mi caso es una especulación fundada en evidencia anecdótica, que
lo más posible es que sean votantes PS/PPD que sufragaron por candidatos
de sus partidos para el Congreso y por Enríquez-Ominami para presidente.
Y de ser así, algunos personajes de esos partidos que han sido particularmente
agresivos con la candidatura de Marco, deberían pasar a un discreto segundo
plano.

El segundo grupo de electores más accesibles son los 353 mil que votaron
por la lista D, Chile Limpio Vote Feliz, que formaron el PRI y el MAS. Siempre
lo sostuvo así el senador Navarro, líder de esta última organización. Y muchos
candidatos pristas, no solamente los tres electos, son más cercanos históricamente
a la DC que a la derecha. Aquí hay que mandar embajadores, más que dirigentes
santiaguinos, locales. Y Frei llamarlos personalmente cuando lo crea conveniente.


Los dos últimos grupos que quedan para conquistar votos son los más difíciles.
El electorado duro de Marco, los 298 mil ciudadanos que también votaron por
la lista al Congreso Nueva Mayoría para Chile (según mi evidencia anacdótica,
muchos no son tan duros) y los 144 mil que votaron por independientes fuera
de pacto, que son muy heterogéneos.

Además de movilizar a los mandos medios, que son los que mejor los conocen
a los electores conquistables, y de que algunos dirigentes muy agresivos
pasen a segunda línea, no basta con insistir en más de lo mismo, como las
inyecciones de bacheletismo o la contradicción entre la política y los negocios
que hasta ahora han dado magros resultados.

Hay que incorporar al proyecto algún concepto atractivo, p.ej., una reforma
educacional financiada por una reforma tributaria (Marco tiene algunas buenas
ideas al respecto). Y los presidentes de los partidos concertacionistas deberían
escuchar la pifiada de sus militantes más fieles que asistieron al relanzamiento
de la candidatura de Frei.

En otras palabras, con algo de imaginación, desprendimiento de los dirigentes
y mucho trabajo territorial, la victoria estaría más cerca de lo que muchos
piensan.
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