El genoma electoral chileno. Patricio Navias
Los autores del libro El genoma electoral chileno −publicado por Ediciones Universidad Diego Portales− explican cómo bosquejaron un mapa que sintetiza la composición genética del electorado nacional.
Si pudiéramos dibujar el genoma electoral, ¿qué forma tendría ese mapa genético de los chilenos? ¿Es la sociedad chilena estructuralmente un electorado de centroizquierda? ¿O es sólo adversa al cambio? ¿En qué medida el legado de la dictadura marca al electorado en 2009? ¿Qué patrones de cambio y continuidad existen entre 1990 y hoy? ¿Hay diferencias entre cómo piensan y votan los jóvenes y cómo votan los adultos? ¿Hasta qué grado hay votantes que cruzan su voto y apoyan a candidatos de una coalición para presidente y de otra para parlamentario? ¿Qué tanta relación hay entre la votación municipal y la votación en una elección parlamentaria? ¿Hay diferencias entre los chilenos que votan blanco, los que votan nulo y los que no votan?
En el libro El genoma electoral chileno bosquejamos un mapa que sintetiza la composición genética del electorado nacional. A diferencia de lo que ocurre con el genotipo humano, el genoma electoral de un país evoluciona constantemente. Además está construido a partir de la agrupación de preferencias de individuos que deciden su voto influidos por variables muy distintas, diferentes formas de acceder a información y diversas inclinaciones políticas iniciales. De hecho, el electorado hoy es distinto al de hace una década y ciertamente diferente al del Chile pre 1973.
Porque sabemos que las preferencias del electorado evolucionan, sólo podemos especular sobre lo que ocurrirá en las próximas elecciones. A diferencia de lo que ocurre con las personas, el genoma electoral nacional puede ser modificado por las campañas políticas y por eventos fortuitos que ocurran incluso horas antes de una elección. Aun así, al estudiar el comportamiento histórico del electorado, encontramos patrones que explican tanto la predominancia de la Concertación como la evolución en las preferencias políticas desde 1990. Después de todo, en el imaginario colectivo chileno sobrevive el alineamiento político de los tercios –derecha, centro e izquierda– y hay suficiente evidencia de estabilidad en los patrones de preferencia y comportamiento electoral.
El debate sobre cómo votan los chilenos y dónde están las bases electorales de los distintos partidos y coaliciones cautiva la atención de la opinión pública, especialmente en años electorales. Ya sea porque la gente busca explicar cosas como el triunfo del No en 1988, la sucesión de victorias presidenciales de la Concertación desde 1989, o los recientes resultados de la contienda municipal de octubre de 2008, o porque especulen sobre los resultados electorales de las presidenciales de 2009, todos los chilenos parecieran ser expertos en comportamiento electoral. Los argumentos del tipo “los chilenos no votan por la derecha” o “la gente va a castigar a la Concertación” pudieran parecer excesivamente simplistas. Pero se construyen a partir de supuestos sobre las variables que determinan la forma en que votan las personas y qué tienen en mente y qué consideran importante al momento de decidir su voto.
Al analizar resultados electorales, una misma votación da espacio para interpretaciones diametralmente opuestas. La victoria de Ricardo Lagos en la segunda vuelta de 2000 fue considerada como un empate por muchos simpatizantes del aliancista Joaquín Lavín. Esto, porque nunca antes un candidato de derecha había estado tan cerca de la mayoría absoluta. A su vez, otros entendieron la victoria de Lagos como una señal del fortalecimiento de la izquierda, ya que era la primera vez que un candidato de ese sector alcanzaba mayoría absoluta. Algunos sugirieron que la apretada victoria de Lagos se debió a las dificultades económicas. Ya que cuando la economía anda mal, los electores tienden a castigar al partido en el poder, la recesión de 1999 pudo ser más importante que las habilidades y destrezas del candidato Lavín. Estas lecturas diametralmente opuestas para un mismo resultado demuestran lo complejo que resulta descifrar el genoma electoral. Personas razonables pueden llegar a conclusiones distintas sobre cómo leer el mismo resultado. Por ello, resulta incluso especialmente complejo estudiar el genoma electoral cuando hay discrepancias sobre lo que realmente quiere decir el resultado de una votación.
Las teorías
Hay dos formas de estudiar el comportamiento electoral. Por un lado, se pueden analizar resultados de elecciones. Este tipo de estudios explora determinantes de votación por candidatos, partidos y coaliciones a nivel nacional, o en forma más sofisticada, a nivel comunal. Por otro lado, a partir de la cada vez más amplia disponibilidad de sondeos de opinión pública, se puede dar cuenta de la evolución electoral utilizando modelos que asocian preferencias electorales a condiciones estables en el tiempo (como la composición religiosa o la clase social) y a variables de corto plazo (como la situación económica personal y del país). En años recientes, los enfoques que utilizan resultados electorales y los que utilizan encuestas se han entrelazado y retroalimentado para explicar la evolución de las preferencias políticas del votante chileno.
Los estudios que utilizan resultados de elecciones trabajan con datos electorales de verdad. Las encuestas en cambio recogen información mucho más rica y diversa, pero sobre el comportamiento potencial de las personas. Las encuestas nos entregan una foto detallada de los potenciales votantes, con información sobre sus ingresos, sus características socio-demográficas, sus preferencias en otros asuntos y mucha información sobre cada persona. Pero con las encuestas no tenemos la certeza de que esa foto refleje exactamente lo que ocurre en el día de la elección. A su vez, los estudios que utilizan resultados electorales nos entregan la fotografía exacta de lo que ocurrió ese día, pero no tenemos la capacidad de analizar información individual sobre votantes específicos. De esa forma, podemos entender las encuestas como fotografías de altísima resolución tomadas antes de una elección, mientras que los resultados electorales son fotografías, con una resolución menor, obtenidas precisamente el día que la gente concurrió a votar.
Modelo Michigan v/s Modelo Columbia
Hay dos grandes escuelas de pensamiento que buscan explicar el comportamiento electoral, comúnmente llamadas Modelo Michigan y Modelo Columbia. Dentro del Modelo Michigan hay dos grandes familias de variables. La primera busca la explicación en el núcleo primario de los individuos, que luego se socializa a la esfera electoral. El voto sería un acto individual influido por los patrones culturales familiares de socialización primaria. Dicho de otra forma, las personas tenemos inclinación a votar por el partido que votaban nuestros padres o los miembros influyentes de nuestras familias, independientemente de si compartimos su posición de clase, religión o status económico.
La evidencia de encuestas y estudios sociológicos en Chile deja en claro que la identificación política familiar tiene un efecto poderoso sobre la identificación política de los chilenos. En jerga popular, los chilenos hablan con naturalidad de que hay personas que provienen de familias de izquierda así como los hay de familias de centro, democratacristianas, de derecha o comunistas. De hecho, una de las tradiciones más fuertes es suponer una cierta predisposición, sino adscripción, a determinados partidos o corrientes políticas a partir de la influencia que reciben las personas en sus entornos familiares. Desde políticos hasta intelectuales, desde líderes sindicales hasta empresarios, pareciera ser que los chilenos esperamos que los hijos voten de la misma forma que lo hacen sus padres.
La otra explicación del Modelo Michigan enfatiza variables de corto plazo asociadas, por ejemplo, a evaluaciones económicas, imagen de los candidatos y de los presidentes de turno en términos retrospectivos, y gestión de los gobiernos. El supuesto central es que los individuos votan por motivaciones y orientaciones personales. Por eso, también consideran el efecto de las campañas políticas y los eventos sociales y políticos de corto plazo que pudieran afectar las preferencias para una elección específica. Por ello, privilegia explicaciones que sugieren que las personas son sensibles a la situación económica personal y del país y a otras variables que fluctúan en el corto plazo, como el empleo, la inflación y el crecimiento económico.
El llamado voto económico –o también voto de elección racional– ha evolucionado como una de las explicaciones más populares, tanto así que muchos ya lo definen como una escuela distinta, el Modelo Rochester. Las teorías que explican el comportamiento electoral a partir del llamado voto de bolsillo (o voto de billetera) se han popularizado en años recientes. Altamente intuitivas, estas explicaciones son populares en conversaciones cotidianas, cuando la gente sugiere que el gobierno de turno va a ser castigado por la compleja situación económica o por el desempleo. El voto de bolsillo predice que los ciudadanos deciden a partir de su percepción respecto de la situación económica del país (visión sociotrópica) y de su situación económica personal (visión egotrópica). Así, los electores reaccionan a la coyuntura. No es que haya electores de izquierda o derecha. Hay electores, cuya situación económica personal ha mejorado, inclinados a premiar al gobierno de turno y otros, cuya situación económica personal ha empeorado, inclinados a castigar al gobierno. Hay también aquellos que, percibiendo que la situación de otros ha mejorado más que la propia, pudieran querer castigar al gobierno. Por ejemplo, votantes de clase media que ven que los beneficios del crecimiento se distribuyen entre los ricos y los más pobres (por los subsidios del Estado), pudieran castigar al gobierno desde una perspectiva egotrópica. De la misma forma, hay electores sociotrópicos que, independientemente de cómo ha evolucionado su situación personal, estarían inclinados a premiar a un gobierno que ha logrado que la situación del país haya mejorado.
Por cierto, las explicaciones que se centran en preferencias largamente aprendidas e internalizadas son diferentes de aquellas del voto racional que se enfocan en la situación económica y otras variables de corto plazo. Así, mientras las variables que se centran en la socialización buscan identificar, por ejemplo, la tendencia política en la familia de los votantes, las que se centran en comportamientos más racionales, identifican la percepción sobre la situación económica pasada, actual y futura de las personas para explicar sus preferencias electorales. De ahí que en años recientes, muchos diferencien el Modelo Michigan del Modelo Rochester.
La segunda gran escuela que explica el comportamiento de los electores es el Modelo Columbia, que se centra en variables de largo plazo. Las variables de corto plazo no serían el principal factor que influye en la intención de voto, sino que existen determinantes más amplias, como pertenencia a una clase social, religión, etnia o condición de urbanidad que influyen en las preferencias políticas. En cierto sentido, las preferencias políticas de las personas no serían una decisión plenamente individual, sino que producto de procesos complejos de socialización que llegan mucho más allá de la familia e incluyen la educación, la religión y la condición de clase de las personas.
Porque las personas deciden sus preferencias a partir de su identidad de clase, sus creencias religiosas u otras variables de largo plazo, las personas son menos propensas a cambiar de opción política producto de las campañas o de la información que reciben por los medios de comunicación. Esta resistencia, cambiar de posición política producto de influencias de los medios difiere del Modelo Michigan, que sí incorpora variables como el efecto de las campañas y los medios de comunicación sobre las preferencias electorales. El Modelo Columbia predice electorados más estables y menos proclives a fuertes cambios en sus preferencias electorales.
¿Chile Columbia o Chile Michigan?
Al evaluar cómo funcionan estos modelos en Chile, ambos tienen fuerza explicativa. Si usamos el Modelo Michigan, podemos ver que en los dos últimos comicios presidenciales, en 1999 y 2005, la variable que más robustamente explicó la intención de voto fue la aprobación presidencial, las evaluaciones sobre el estado de la economía y, por cierto, el autoposicionamiento de los encuestados en el eje ideológico izquierda-derecha. El candidato concertacionista Ricardo Lagos enfrentó en 1999 una elección altamente competitiva producto no sólo de la emergencia del aliancista Joaquín Lavín como candidato opositor con posibilidades de ganar, sino que también por la exigua aprobación ciudadana con que terminó el gobierno de Eduardo Frei. Luego, en 2005 y con una competencia atípica desde 1989 donde la derecha impulsó la participación de dos candidatos presidenciales, el factor de aprobación a Lagos explicó muy consistentemente la victoria de Bachelet en la segunda vuelta de enero de 2006. Ahora bien, el hecho que la aprobación presidencial del presidente saliente resulte un buen predictor no significa que sea una variable causal. Bien pudiera ser que tanto la aprobación presidencial como la votación del candidato oficial sean influidas por otras variables.
Pero también hay datos contradictorios con las explicaciones de voto racional del Modelo Michigan. Las elecciones en Chile tienden a producir resultados bastante estables en el tiempo. Pese a condiciones económicas diferentes, la gente presenta bastante estabilidad en sus preferencias electorales. No se han producido grandes fluctuaciones en las preferencias electorales pese a que las elecciones se han producido en contextos económicos bastante distintos. De hecho, desde el retorno de la democracia en 1990, votos más, votos menos, la Concertación ha salido victoriosa siempre y la Alianza nunca ha podido superar el 50% de la votación. Hay evidencia suficiente para sugerir que parte de la caída de la votación por la Concertación en las presidenciales de 1999 se debió a que el abanderado de la coalición oficial era un izquierdista y no un centrista DC, como había ocurrido en 1989 y 1993.
Aún más, a partir de los datos de las encuestas es posible determinar preliminarmente que, si en 1999 Lavín fue el depositario de la desazón y frustración del electorado por los resultados económicos, en 2005 Piñera representó opiniones más optimistas, agrupando tanto a electores que aprobaban al gobierno como a aquellos que no se sentían satisfechos. Esto es, Piñera logró cautivar a un porcentaje importante de electores que, percibiendo que la economía iba bien, optaron por no dar su voto a la coalición de gobierno. La evidencia de encuestas deja en claro que si bien las variables de corto plazo –fundamentalmente sobre aprobación presidencial y percepción económica– influyeron en la votación de muchos, también hubo otras variables de largo plazo, como el nivel socioeconómico y educacional de los votantes, que fueron determinantes en la decisión de muchas personas, algo consistente con el Modelo Columbia.
De hecho, las explicaciones del Modelo Columbia han sido bastante populares en la literatura especializada en Chile. La evidencia muestra que las bases electorales de los partidos chilenos en el período pre-1973 se asociaban con la condición de clase del electorado. La fuerza de la izquierda se encontraba en los sectores urbanos bajos, mientras que la derecha encontraba más apoyo en sectores medios y altos y en zonas de alta población rural. Por cierto, todo esto enmarcado en la clásica división del electorado chileno en los conocidos tercios, donde izquierda, centro y derecha veían reflejadas y reproducidas sus bases de apoyo. Las modificaciones impuestas por el sistema electoral binominal a partir de 1989, que llevaron a la constitución de dos grandes coaliciones, no parecieron terminar con la identificación de clase en el electorado ni con las bases tradicionales de apoyo de los redundantemente llamados “tres tercios.” En resumen, la Escuela Columbia propone una construcción colectiva de la intención de voto sobre la base de la influencia de factores sociales de largo plazo, a diferencia de las explicaciones de corto plazo sicológicas y racionales que plantea el Modelo Michigan.
El genoma chileno
En los 13 capítulos del libro, los 16 autores, todos politólogos actualmente o previamente asociados al Observatorio Electoral de la Universidad Diego Portales, abordamos distintos elementos del Genoma electoral chileno. Como cualquier astuto lector pudiera sospechar, no desciframos completamente la composición genética del electorado nacional. Pero sí destruimos algunos mitos, confirmamos sospechas y resolvemos disputas sobre cuáles son las razones que explican por qué los chilenos votan como lo hacen. Si bien los temas y las discusiones del libro están inmersas en un debate académico complejo, su lectura es comprensible para cualquier persona que le interesa, en especial para aquellos expertos electorales autodidactas y todos aquellos que alguna vez se han animado a tratar de dar razones para justificar los que ellos creen serán los resultados de la elección de 2009.
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Si pudiéramos dibujar el genoma electoral, ¿qué forma tendría ese mapa genético de los chilenos? ¿Es la sociedad chilena estructuralmente un electorado de centroizquierda? ¿O es sólo adversa al cambio? ¿En qué medida el legado de la dictadura marca al electorado en 2009? ¿Qué patrones de cambio y continuidad existen entre 1990 y hoy? ¿Hay diferencias entre cómo piensan y votan los jóvenes y cómo votan los adultos? ¿Hasta qué grado hay votantes que cruzan su voto y apoyan a candidatos de una coalición para presidente y de otra para parlamentario? ¿Qué tanta relación hay entre la votación municipal y la votación en una elección parlamentaria? ¿Hay diferencias entre los chilenos que votan blanco, los que votan nulo y los que no votan?
En el libro El genoma electoral chileno bosquejamos un mapa que sintetiza la composición genética del electorado nacional. A diferencia de lo que ocurre con el genotipo humano, el genoma electoral de un país evoluciona constantemente. Además está construido a partir de la agrupación de preferencias de individuos que deciden su voto influidos por variables muy distintas, diferentes formas de acceder a información y diversas inclinaciones políticas iniciales. De hecho, el electorado hoy es distinto al de hace una década y ciertamente diferente al del Chile pre 1973.
Porque sabemos que las preferencias del electorado evolucionan, sólo podemos especular sobre lo que ocurrirá en las próximas elecciones. A diferencia de lo que ocurre con las personas, el genoma electoral nacional puede ser modificado por las campañas políticas y por eventos fortuitos que ocurran incluso horas antes de una elección. Aun así, al estudiar el comportamiento histórico del electorado, encontramos patrones que explican tanto la predominancia de la Concertación como la evolución en las preferencias políticas desde 1990. Después de todo, en el imaginario colectivo chileno sobrevive el alineamiento político de los tercios –derecha, centro e izquierda– y hay suficiente evidencia de estabilidad en los patrones de preferencia y comportamiento electoral.
El debate sobre cómo votan los chilenos y dónde están las bases electorales de los distintos partidos y coaliciones cautiva la atención de la opinión pública, especialmente en años electorales. Ya sea porque la gente busca explicar cosas como el triunfo del No en 1988, la sucesión de victorias presidenciales de la Concertación desde 1989, o los recientes resultados de la contienda municipal de octubre de 2008, o porque especulen sobre los resultados electorales de las presidenciales de 2009, todos los chilenos parecieran ser expertos en comportamiento electoral. Los argumentos del tipo “los chilenos no votan por la derecha” o “la gente va a castigar a la Concertación” pudieran parecer excesivamente simplistas. Pero se construyen a partir de supuestos sobre las variables que determinan la forma en que votan las personas y qué tienen en mente y qué consideran importante al momento de decidir su voto.
Al analizar resultados electorales, una misma votación da espacio para interpretaciones diametralmente opuestas. La victoria de Ricardo Lagos en la segunda vuelta de 2000 fue considerada como un empate por muchos simpatizantes del aliancista Joaquín Lavín. Esto, porque nunca antes un candidato de derecha había estado tan cerca de la mayoría absoluta. A su vez, otros entendieron la victoria de Lagos como una señal del fortalecimiento de la izquierda, ya que era la primera vez que un candidato de ese sector alcanzaba mayoría absoluta. Algunos sugirieron que la apretada victoria de Lagos se debió a las dificultades económicas. Ya que cuando la economía anda mal, los electores tienden a castigar al partido en el poder, la recesión de 1999 pudo ser más importante que las habilidades y destrezas del candidato Lavín. Estas lecturas diametralmente opuestas para un mismo resultado demuestran lo complejo que resulta descifrar el genoma electoral. Personas razonables pueden llegar a conclusiones distintas sobre cómo leer el mismo resultado. Por ello, resulta incluso especialmente complejo estudiar el genoma electoral cuando hay discrepancias sobre lo que realmente quiere decir el resultado de una votación.
Las teorías
Hay dos formas de estudiar el comportamiento electoral. Por un lado, se pueden analizar resultados de elecciones. Este tipo de estudios explora determinantes de votación por candidatos, partidos y coaliciones a nivel nacional, o en forma más sofisticada, a nivel comunal. Por otro lado, a partir de la cada vez más amplia disponibilidad de sondeos de opinión pública, se puede dar cuenta de la evolución electoral utilizando modelos que asocian preferencias electorales a condiciones estables en el tiempo (como la composición religiosa o la clase social) y a variables de corto plazo (como la situación económica personal y del país). En años recientes, los enfoques que utilizan resultados electorales y los que utilizan encuestas se han entrelazado y retroalimentado para explicar la evolución de las preferencias políticas del votante chileno.
Los estudios que utilizan resultados de elecciones trabajan con datos electorales de verdad. Las encuestas en cambio recogen información mucho más rica y diversa, pero sobre el comportamiento potencial de las personas. Las encuestas nos entregan una foto detallada de los potenciales votantes, con información sobre sus ingresos, sus características socio-demográficas, sus preferencias en otros asuntos y mucha información sobre cada persona. Pero con las encuestas no tenemos la certeza de que esa foto refleje exactamente lo que ocurre en el día de la elección. A su vez, los estudios que utilizan resultados electorales nos entregan la fotografía exacta de lo que ocurrió ese día, pero no tenemos la capacidad de analizar información individual sobre votantes específicos. De esa forma, podemos entender las encuestas como fotografías de altísima resolución tomadas antes de una elección, mientras que los resultados electorales son fotografías, con una resolución menor, obtenidas precisamente el día que la gente concurrió a votar.
Modelo Michigan v/s Modelo Columbia
Hay dos grandes escuelas de pensamiento que buscan explicar el comportamiento electoral, comúnmente llamadas Modelo Michigan y Modelo Columbia. Dentro del Modelo Michigan hay dos grandes familias de variables. La primera busca la explicación en el núcleo primario de los individuos, que luego se socializa a la esfera electoral. El voto sería un acto individual influido por los patrones culturales familiares de socialización primaria. Dicho de otra forma, las personas tenemos inclinación a votar por el partido que votaban nuestros padres o los miembros influyentes de nuestras familias, independientemente de si compartimos su posición de clase, religión o status económico.
La evidencia de encuestas y estudios sociológicos en Chile deja en claro que la identificación política familiar tiene un efecto poderoso sobre la identificación política de los chilenos. En jerga popular, los chilenos hablan con naturalidad de que hay personas que provienen de familias de izquierda así como los hay de familias de centro, democratacristianas, de derecha o comunistas. De hecho, una de las tradiciones más fuertes es suponer una cierta predisposición, sino adscripción, a determinados partidos o corrientes políticas a partir de la influencia que reciben las personas en sus entornos familiares. Desde políticos hasta intelectuales, desde líderes sindicales hasta empresarios, pareciera ser que los chilenos esperamos que los hijos voten de la misma forma que lo hacen sus padres.
La otra explicación del Modelo Michigan enfatiza variables de corto plazo asociadas, por ejemplo, a evaluaciones económicas, imagen de los candidatos y de los presidentes de turno en términos retrospectivos, y gestión de los gobiernos. El supuesto central es que los individuos votan por motivaciones y orientaciones personales. Por eso, también consideran el efecto de las campañas políticas y los eventos sociales y políticos de corto plazo que pudieran afectar las preferencias para una elección específica. Por ello, privilegia explicaciones que sugieren que las personas son sensibles a la situación económica personal y del país y a otras variables que fluctúan en el corto plazo, como el empleo, la inflación y el crecimiento económico.
El llamado voto económico –o también voto de elección racional– ha evolucionado como una de las explicaciones más populares, tanto así que muchos ya lo definen como una escuela distinta, el Modelo Rochester. Las teorías que explican el comportamiento electoral a partir del llamado voto de bolsillo (o voto de billetera) se han popularizado en años recientes. Altamente intuitivas, estas explicaciones son populares en conversaciones cotidianas, cuando la gente sugiere que el gobierno de turno va a ser castigado por la compleja situación económica o por el desempleo. El voto de bolsillo predice que los ciudadanos deciden a partir de su percepción respecto de la situación económica del país (visión sociotrópica) y de su situación económica personal (visión egotrópica). Así, los electores reaccionan a la coyuntura. No es que haya electores de izquierda o derecha. Hay electores, cuya situación económica personal ha mejorado, inclinados a premiar al gobierno de turno y otros, cuya situación económica personal ha empeorado, inclinados a castigar al gobierno. Hay también aquellos que, percibiendo que la situación de otros ha mejorado más que la propia, pudieran querer castigar al gobierno. Por ejemplo, votantes de clase media que ven que los beneficios del crecimiento se distribuyen entre los ricos y los más pobres (por los subsidios del Estado), pudieran castigar al gobierno desde una perspectiva egotrópica. De la misma forma, hay electores sociotrópicos que, independientemente de cómo ha evolucionado su situación personal, estarían inclinados a premiar a un gobierno que ha logrado que la situación del país haya mejorado.
Por cierto, las explicaciones que se centran en preferencias largamente aprendidas e internalizadas son diferentes de aquellas del voto racional que se enfocan en la situación económica y otras variables de corto plazo. Así, mientras las variables que se centran en la socialización buscan identificar, por ejemplo, la tendencia política en la familia de los votantes, las que se centran en comportamientos más racionales, identifican la percepción sobre la situación económica pasada, actual y futura de las personas para explicar sus preferencias electorales. De ahí que en años recientes, muchos diferencien el Modelo Michigan del Modelo Rochester.
La segunda gran escuela que explica el comportamiento de los electores es el Modelo Columbia, que se centra en variables de largo plazo. Las variables de corto plazo no serían el principal factor que influye en la intención de voto, sino que existen determinantes más amplias, como pertenencia a una clase social, religión, etnia o condición de urbanidad que influyen en las preferencias políticas. En cierto sentido, las preferencias políticas de las personas no serían una decisión plenamente individual, sino que producto de procesos complejos de socialización que llegan mucho más allá de la familia e incluyen la educación, la religión y la condición de clase de las personas.
Porque las personas deciden sus preferencias a partir de su identidad de clase, sus creencias religiosas u otras variables de largo plazo, las personas son menos propensas a cambiar de opción política producto de las campañas o de la información que reciben por los medios de comunicación. Esta resistencia, cambiar de posición política producto de influencias de los medios difiere del Modelo Michigan, que sí incorpora variables como el efecto de las campañas y los medios de comunicación sobre las preferencias electorales. El Modelo Columbia predice electorados más estables y menos proclives a fuertes cambios en sus preferencias electorales.
¿Chile Columbia o Chile Michigan?
Al evaluar cómo funcionan estos modelos en Chile, ambos tienen fuerza explicativa. Si usamos el Modelo Michigan, podemos ver que en los dos últimos comicios presidenciales, en 1999 y 2005, la variable que más robustamente explicó la intención de voto fue la aprobación presidencial, las evaluaciones sobre el estado de la economía y, por cierto, el autoposicionamiento de los encuestados en el eje ideológico izquierda-derecha. El candidato concertacionista Ricardo Lagos enfrentó en 1999 una elección altamente competitiva producto no sólo de la emergencia del aliancista Joaquín Lavín como candidato opositor con posibilidades de ganar, sino que también por la exigua aprobación ciudadana con que terminó el gobierno de Eduardo Frei. Luego, en 2005 y con una competencia atípica desde 1989 donde la derecha impulsó la participación de dos candidatos presidenciales, el factor de aprobación a Lagos explicó muy consistentemente la victoria de Bachelet en la segunda vuelta de enero de 2006. Ahora bien, el hecho que la aprobación presidencial del presidente saliente resulte un buen predictor no significa que sea una variable causal. Bien pudiera ser que tanto la aprobación presidencial como la votación del candidato oficial sean influidas por otras variables.
Pero también hay datos contradictorios con las explicaciones de voto racional del Modelo Michigan. Las elecciones en Chile tienden a producir resultados bastante estables en el tiempo. Pese a condiciones económicas diferentes, la gente presenta bastante estabilidad en sus preferencias electorales. No se han producido grandes fluctuaciones en las preferencias electorales pese a que las elecciones se han producido en contextos económicos bastante distintos. De hecho, desde el retorno de la democracia en 1990, votos más, votos menos, la Concertación ha salido victoriosa siempre y la Alianza nunca ha podido superar el 50% de la votación. Hay evidencia suficiente para sugerir que parte de la caída de la votación por la Concertación en las presidenciales de 1999 se debió a que el abanderado de la coalición oficial era un izquierdista y no un centrista DC, como había ocurrido en 1989 y 1993.
Aún más, a partir de los datos de las encuestas es posible determinar preliminarmente que, si en 1999 Lavín fue el depositario de la desazón y frustración del electorado por los resultados económicos, en 2005 Piñera representó opiniones más optimistas, agrupando tanto a electores que aprobaban al gobierno como a aquellos que no se sentían satisfechos. Esto es, Piñera logró cautivar a un porcentaje importante de electores que, percibiendo que la economía iba bien, optaron por no dar su voto a la coalición de gobierno. La evidencia de encuestas deja en claro que si bien las variables de corto plazo –fundamentalmente sobre aprobación presidencial y percepción económica– influyeron en la votación de muchos, también hubo otras variables de largo plazo, como el nivel socioeconómico y educacional de los votantes, que fueron determinantes en la decisión de muchas personas, algo consistente con el Modelo Columbia.
De hecho, las explicaciones del Modelo Columbia han sido bastante populares en la literatura especializada en Chile. La evidencia muestra que las bases electorales de los partidos chilenos en el período pre-1973 se asociaban con la condición de clase del electorado. La fuerza de la izquierda se encontraba en los sectores urbanos bajos, mientras que la derecha encontraba más apoyo en sectores medios y altos y en zonas de alta población rural. Por cierto, todo esto enmarcado en la clásica división del electorado chileno en los conocidos tercios, donde izquierda, centro y derecha veían reflejadas y reproducidas sus bases de apoyo. Las modificaciones impuestas por el sistema electoral binominal a partir de 1989, que llevaron a la constitución de dos grandes coaliciones, no parecieron terminar con la identificación de clase en el electorado ni con las bases tradicionales de apoyo de los redundantemente llamados “tres tercios.” En resumen, la Escuela Columbia propone una construcción colectiva de la intención de voto sobre la base de la influencia de factores sociales de largo plazo, a diferencia de las explicaciones de corto plazo sicológicas y racionales que plantea el Modelo Michigan.
El genoma chileno
En los 13 capítulos del libro, los 16 autores, todos politólogos actualmente o previamente asociados al Observatorio Electoral de la Universidad Diego Portales, abordamos distintos elementos del Genoma electoral chileno. Como cualquier astuto lector pudiera sospechar, no desciframos completamente la composición genética del electorado nacional. Pero sí destruimos algunos mitos, confirmamos sospechas y resolvemos disputas sobre cuáles son las razones que explican por qué los chilenos votan como lo hacen. Si bien los temas y las discusiones del libro están inmersas en un debate académico complejo, su lectura es comprensible para cualquier persona que le interesa, en especial para aquellos expertos electorales autodidactas y todos aquellos que alguna vez se han animado a tratar de dar razones para justificar los que ellos creen serán los resultados de la elección de 2009.
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posted by Carlos Espinoza Jara at 08:49
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