Compañía necesaria. Patricio Zapata
Pocas películas me han emocionado más que "La misión". La historia es dramática y la música de Ennio Morricone sobrecoge. Lo que más recuerdo, en todo caso, es una de las imágenes finales: Gabriel, el padre jesuita, avanza serenamente al encuentro de las balas asesinas. Lo hace acompañado de niñitos guaraníes que se arremolinan confiados a su alrededor. En sus manos sujeta con decisión una gran cruz.
Viendo al Gabriel cinematográfico, es imposible no recordar a Íñigo-Ignacio, el de Loyola, aquel vasco porfiado que soñó con un Ejército que "con fiel corazón, sin temor enarbola la cruz por pendón...".
La historia de la Compañía de Jesús, en todo caso, es mil veces más conmovedora que cualquier ficción artística. El coraje misionero, lo sabemos, significó muchas veces el martirio. Desde el principio, ya en el temprano intento evangelizador del Japón, los jesuitas nunca arrancaron del peligro. Y aquí, más cerca, en nuestra América Latina, tenemos muy fresco el testimonio del padre Ellacuría, y sus hermanos en la fe, salvajemente asesinados por atreverse a defender los derechos humanos del pueblo salvadoreño.
Los chilenos hemos sido bendecidos también por el aporte de los discípulos de Ignacio. Pudiendo nombrar a muchos, sólo me detengo en tres.
Comienzo recordando al padre Luis de Valdivia, que abogó ante los reyes españoles por los derechos del pueblo mapuche, estudió con respeto la cultura del araucano y propició una política de diálogo para La Frontera.
Sigo con san Alberto Hurtado, adalid de los niños marginados, cuya defensa del sindicalismo y de la justicia social le valió más de alguna vez el mote de comunista.
Concluyo con el padre José Aldunate, quien denunció con valentía la práctica de la tortura durante la dictadura del general Pinochet.
Algunos pensarán que estos testimonios revelan intromisión política. Son los mismos que le piden a la Iglesia Católica que se encierre en las sacristías. No entienden el sentido profundo del llamado de Jesús. Respondiendo con fidelidad, y aunque duela, a dicho mensaje, los jesuitas seguirán metidos en este mundo, acompañando a los jóvenes, a los pobres, a los que han perdido la esperanza y, en general, a todos los que necesitan su Compañía.
Por todo lo anterior, y mucho más, es que hoy, 10 de agosto, día de san Lorenzo mártir, y exactamente a mitad de camino entre el día de san Ignacio (31 de julio) y el de san Alberto Hurtado (18 de agosto), dedico con mucho cariño esta columna a todos los jesuitas de Chile.
[+/-] Seguir Leyendo...
Viendo al Gabriel cinematográfico, es imposible no recordar a Íñigo-Ignacio, el de Loyola, aquel vasco porfiado que soñó con un Ejército que "con fiel corazón, sin temor enarbola la cruz por pendón...".
La historia de la Compañía de Jesús, en todo caso, es mil veces más conmovedora que cualquier ficción artística. El coraje misionero, lo sabemos, significó muchas veces el martirio. Desde el principio, ya en el temprano intento evangelizador del Japón, los jesuitas nunca arrancaron del peligro. Y aquí, más cerca, en nuestra América Latina, tenemos muy fresco el testimonio del padre Ellacuría, y sus hermanos en la fe, salvajemente asesinados por atreverse a defender los derechos humanos del pueblo salvadoreño.
Los chilenos hemos sido bendecidos también por el aporte de los discípulos de Ignacio. Pudiendo nombrar a muchos, sólo me detengo en tres.
Comienzo recordando al padre Luis de Valdivia, que abogó ante los reyes españoles por los derechos del pueblo mapuche, estudió con respeto la cultura del araucano y propició una política de diálogo para La Frontera.
Sigo con san Alberto Hurtado, adalid de los niños marginados, cuya defensa del sindicalismo y de la justicia social le valió más de alguna vez el mote de comunista.
Concluyo con el padre José Aldunate, quien denunció con valentía la práctica de la tortura durante la dictadura del general Pinochet.
Algunos pensarán que estos testimonios revelan intromisión política. Son los mismos que le piden a la Iglesia Católica que se encierre en las sacristías. No entienden el sentido profundo del llamado de Jesús. Respondiendo con fidelidad, y aunque duela, a dicho mensaje, los jesuitas seguirán metidos en este mundo, acompañando a los jóvenes, a los pobres, a los que han perdido la esperanza y, en general, a todos los que necesitan su Compañía.
Por todo lo anterior, y mucho más, es que hoy, 10 de agosto, día de san Lorenzo mártir, y exactamente a mitad de camino entre el día de san Ignacio (31 de julio) y el de san Alberto Hurtado (18 de agosto), dedico con mucho cariño esta columna a todos los jesuitas de Chile.
[+/-] Seguir Leyendo...
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home