El Vodevil. Otra de Meo. O.G.Garreton
Una hora diez de filmación, sesiones de maquillaje y peinado, vestuario de ocasión, veintidós tomas. Hasta que queda satisfecho. Todo para escoger tres minutos en que, cariacontecido, expresa su “dolor” de dejar el PS.
Evoco una palabra. Voy al diccionario. “Vodevil: comedia frívola, ligera y picante, de argumento basado en la intriga y el equívoco”.
Ha sido un vodevil para reír y llorar. Para reírse del PS y de la Concertación por la incapacidad de respuesta ante un desenlace anunciado. Para llorar por la abismante indefensión ciudadana frente a un trabajo intencionado y sistemático para manipularla a través de los medios.
Nadie junta firmas por meses para permanecer en el PS que ya tiene candidato. Era obvio que partiría.
Lo que no se puede negar es que el diputado-candidato ha capturado un sentimiento que recorre Chile. Molestia y distancia con la política, rechazo a su gerontización provocada por un absurdo sistema electoral, curiosa nostalgia de carismas en un país que da muestras permanentes de anhelar la gradualidad y temer aventuras. Me habría encantado que cuasi jóvenes, o sea de la edad de Enríquez-Ominami, con trayectoria de servicio y probada rectitud, hubieran sido portaestandartes de esas banderas. Carolina Tohá, Claudio Orrego, Marcelo Díaz, Felipe Harboe, Lagos Weber, Gómez, Bowen y otros pagaron un precio por su leal sentido de colectivo. Espero que un subproducto útil del vodevil sea que pasen a jugar mayores roles de liderazgo. Lástima que las banderas de renovación de la política cayeran en malas manos. Representa más decadencias de la política que su resurrección. Es el juego de máscaras bien vendido.
Campeón de las paralelas que se cruzan, nunca responde a las preguntas, sino que descalifica endosando a otros la responsabilidad de las respuestas o las culpas. Le preguntan por las privatizaciones que impulsa y responde que es Frei quien debe dar respuesta a las privatizaciones que hizo. Propone estudiar un “tren bala” y acusa mala intención si alguien le dice que cualquier neófito en ferrocarriles sabe que ese es un Transantiago de alcance nacional. Abomina de los políticos siendo un político. Ataca cuando puede a Frei y Escalona, pero siempre llorando maltratos de ellos. No ha escatimado desprecios a la Presidenta pero ahora la ama. Se dice diputado socialista y concertacionista, pero jamás ha ido a la bancada socialista en la Cámara. Agrede a quienes se distancian de errores de otrora y abogan por una economía de mercado, pero hace guiños a la empresa privada y luego guiña a la izquierda. No responde a las interpelaciones, sólo ataca al interpelador con la esperanza calculada de que las preguntas incómodas se difuminen cuando todos den vuelta la cabeza para conocer la reacción del atacado. Por cierto, todo esto reclamando siempre debates “con altura de miras”.
Seguramente los propiciadores de la “no beligerancia” moverán su cabeza en señal de reproche cuando lean esta columna. Pero no siempre el cálculo sirve al país, ni el temor a represalias inescrupulosas es razón para guardar silencio. (Ya saben, nunca responde, siempre agrede).
Viví lo que era creer en él pidiendo que lo ayudara en una película para reencontrarse con su padre muerto. Su engaño de entonces lo delata, pero importa menos; era una canallada de alcance más personal. El problema es que ahora veo a la misma cara pidiendo ayuda para ser Presidente de Chile. [+/-] Seguir Leyendo...
Evoco una palabra. Voy al diccionario. “Vodevil: comedia frívola, ligera y picante, de argumento basado en la intriga y el equívoco”.
Ha sido un vodevil para reír y llorar. Para reírse del PS y de la Concertación por la incapacidad de respuesta ante un desenlace anunciado. Para llorar por la abismante indefensión ciudadana frente a un trabajo intencionado y sistemático para manipularla a través de los medios.
Nadie junta firmas por meses para permanecer en el PS que ya tiene candidato. Era obvio que partiría.
Lo que no se puede negar es que el diputado-candidato ha capturado un sentimiento que recorre Chile. Molestia y distancia con la política, rechazo a su gerontización provocada por un absurdo sistema electoral, curiosa nostalgia de carismas en un país que da muestras permanentes de anhelar la gradualidad y temer aventuras. Me habría encantado que cuasi jóvenes, o sea de la edad de Enríquez-Ominami, con trayectoria de servicio y probada rectitud, hubieran sido portaestandartes de esas banderas. Carolina Tohá, Claudio Orrego, Marcelo Díaz, Felipe Harboe, Lagos Weber, Gómez, Bowen y otros pagaron un precio por su leal sentido de colectivo. Espero que un subproducto útil del vodevil sea que pasen a jugar mayores roles de liderazgo. Lástima que las banderas de renovación de la política cayeran en malas manos. Representa más decadencias de la política que su resurrección. Es el juego de máscaras bien vendido.
Campeón de las paralelas que se cruzan, nunca responde a las preguntas, sino que descalifica endosando a otros la responsabilidad de las respuestas o las culpas. Le preguntan por las privatizaciones que impulsa y responde que es Frei quien debe dar respuesta a las privatizaciones que hizo. Propone estudiar un “tren bala” y acusa mala intención si alguien le dice que cualquier neófito en ferrocarriles sabe que ese es un Transantiago de alcance nacional. Abomina de los políticos siendo un político. Ataca cuando puede a Frei y Escalona, pero siempre llorando maltratos de ellos. No ha escatimado desprecios a la Presidenta pero ahora la ama. Se dice diputado socialista y concertacionista, pero jamás ha ido a la bancada socialista en la Cámara. Agrede a quienes se distancian de errores de otrora y abogan por una economía de mercado, pero hace guiños a la empresa privada y luego guiña a la izquierda. No responde a las interpelaciones, sólo ataca al interpelador con la esperanza calculada de que las preguntas incómodas se difuminen cuando todos den vuelta la cabeza para conocer la reacción del atacado. Por cierto, todo esto reclamando siempre debates “con altura de miras”.
Seguramente los propiciadores de la “no beligerancia” moverán su cabeza en señal de reproche cuando lean esta columna. Pero no siempre el cálculo sirve al país, ni el temor a represalias inescrupulosas es razón para guardar silencio. (Ya saben, nunca responde, siempre agrede).
Viví lo que era creer en él pidiendo que lo ayudara en una película para reencontrarse con su padre muerto. Su engaño de entonces lo delata, pero importa menos; era una canallada de alcance más personal. El problema es que ahora veo a la misma cara pidiendo ayuda para ser Presidente de Chile. [+/-] Seguir Leyendo...
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