Matar al padre. Jorge Navarrete
Enríquez-Ominami es un hijo de nuestro tiempo: su progenitor se llama gobiernos de la Concertación y –al igual como advirtiera Freud- para él llegó el momento de matar al padre.
Se encumbra en las encuestas, genera adhesión política transversal y, de seguir así la tendencia, no sólo será el candidato alternativo más votado en las últimas dos décadas, sino también se constituirá en una seria amenaza a la lógica política binominal.
¿Cuáles son las razones que han llevado a Marco Enríquez-Ominami a convertirse en todo un fenómeno electoral? ¿Cómo influyen los factores externos en el éxito de su flamante candidatura? Adicionalmente, ¿hay méritos propios en su exponencial crecimiento en las encuestas?
Quizás alentada por un fuerte desprestigio de la actividad política, ya hace varios años se percibe una tensión entre los intereses ciudadanos y la capacidad para representar los mismos por quienes han monopolizado el debate público, tanto en el gobierno como en la oposición. Esta dificultad se percibe claramente en la histórica brecha de popularidad que los candidatos mantienen respecto de los partidos políticos que los apoyan. Por lo mismo, tanto la campaña presidencial de Lavín en 1999, como la de Bachelet el año 2005, entendieron esta cuestión. En efecto, ambas candidaturas fueron exitosas sobre la base de imponer, sin intermediarios de ninguna naturaleza, una relación directa con los electores.
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Se encumbra en las encuestas, genera adhesión política transversal y, de seguir así la tendencia, no sólo será el candidato alternativo más votado en las últimas dos décadas, sino también se constituirá en una seria amenaza a la lógica política binominal.
¿Cuáles son las razones que han llevado a Marco Enríquez-Ominami a convertirse en todo un fenómeno electoral? ¿Cómo influyen los factores externos en el éxito de su flamante candidatura? Adicionalmente, ¿hay méritos propios en su exponencial crecimiento en las encuestas?
Quizás alentada por un fuerte desprestigio de la actividad política, ya hace varios años se percibe una tensión entre los intereses ciudadanos y la capacidad para representar los mismos por quienes han monopolizado el debate público, tanto en el gobierno como en la oposición. Esta dificultad se percibe claramente en la histórica brecha de popularidad que los candidatos mantienen respecto de los partidos políticos que los apoyan. Por lo mismo, tanto la campaña presidencial de Lavín en 1999, como la de Bachelet el año 2005, entendieron esta cuestión. En efecto, ambas candidaturas fueron exitosas sobre la base de imponer, sin intermediarios de ninguna naturaleza, una relación directa con los electores.
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