martes, mayo 19, 2009

El cambio y la candidatura de Enríquez-Ominami. Aporte enviado por Chela Borquez

por Joaquín Fernández A.
La idea de un “cambio” o “renovación” de la política se ha hecho presente en el debate público con gran fuerza. Pero: ¿Qué cambio queremos? ¿Deseamos un cambio de personalidades en el gobierno y un simple giro en los estilos de gestión? o ¿queremos apuntar a un cambio social más profundo, pasando de una sociedad individualista centrada en el mercado a una justa y solidaria centrada en la idea de ciudadanía?
La verdadera transformación que está viviendo el país se ha forjado bajo el alero de la Concertación, y apunta a la creación de una red de protección social, la que busca mejorar la calidad de vida de las personas y desplazar el fetichismo del mercado por un énfasis en la dignidad del ciudadano. La creación de un “red de protección social” requiere de la existencia de mayorías estables que le sirvan de soporte político. Estas mayorías no pueden depender de liderazgos personalistas ni de entusiasmos coyunturales generados por figuras carismáticas. Por el contrario, su subsistencia depende de la existencia de instituciones estables y de partidos políticos fuertes que sean capaces de mantener los proyectos en el tiempo. No es de extrañar que las experiencias internacionales muestren que los estados de bienestar sólo han logrado consolidarse en países con sistemas de partidos estables y poco propensos a los fenómenos caudillistas.

Es en este sentido que la candidatura de Marco Enriquez-Ominami, se transforma en un elemento disruptor, el que en lugar de traer “nuevos aires” a la política, pone en peligro las transformaciones sociales que Chile necesita. Su idea de cambio y renovación se centra en sus “atributos” personales: su juventud y los aires de outsider al mundo de los políticos profesionales que pretende cultivar. Con respecto a la primera característica, cabe decir que no informa nada relevante en el ámbito político: Esta suerte de culto a la efebocracia, tomada del mundo del management, puede encandilar a algunos, pero no nos debe llevar a olvidar que las diferencias etáreas no son signo de mayores capacidades.

Con respecto a la segunda característica, su afán de diferenciarse de los políticos tradicionales, es necesario tener cierto escepticismo. Su actuación revive algunos de los más viejos vicios de la política oligárquica criolla: la actuación mediante clanes políticos familiares que pasan por encima de las instituciones. Por lo demás, nunca antes algún miembro de la Concertación que pretendió ser candidato había enarbolado un discurso “antipolíticos”, hasta ahora patrimonio demagógico de la derecha.

La búsqueda del cambio que Chile necesita, no pasa por entusiasmos personalistas coyunturales. Por el contrario, pasa por generar una cultura política centrada en el respeto a las instituciones y los acuerdos. Esta “seriedad” política, puede sonar poco glamorosa, pero finalmente es el mejor antídoto para superar el rechazo y desencanto con la política.

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