Cuando el continuismo puede ser cambio .John Biehl
La Presidenta Bachelet termina de dar su último mensaje ante el Congreso. Al concluir su período, se habrán cumplido 20 años consecutivos de gobierno de la Concertación de Partidos Políticos por la Democracia. Dijo lo que todos querían escuchar y Piñera se retrató al declarar de inmediato que el bono de invierno debería ser de $ 50 mil pesos y no de $ 40 mil.
La expresión romántica de Gardel, de que 20 años no es nada, no la comparte la oposición, agrupada en la Alianza, a pesar de que en su mayoría, después de casi 20 años de régimen dictatorial, querían ocho más para Pinochet.
Cuatro lustros en el poder. Cualquier análisis sereno concluiría que los aciertos han superado con creces los errores. La orientación del país, el aire que se respira y las esperanzas de futuro, sin duda, son diferentes y mejores. A pesar de dos crisis como la asiática y la presente.
No es la intención de estas líneas referirse a los sustanciales avances durante los gobiernos de la Concertación. Tampoco señalar cómo una oposición fuerte, en ocasiones negativa y paralizante, colaboró en varios aspectos para que los gobiernos de la Concertación ratificasen y mejoraran.
El curso rutinario de la política claramente favorece, después de 20 años, pregonar casi sin costo la necesidad de un cambio. En la vida política de los pueblos la palabra «cambio» tiene una magia propia. Es atrayente, especialmente para la gran cantidad de personas menos politizadas, que son los que en definitiva deciden las elecciones.
Es esencial a la democracia que se den todas las condiciones necesarias para que las minorías puedan llegar a transformarse en mayorías. Sostener que la alternancia automática es necesaria para robustecer la democracia es, simplemente, una estupidez.
Han pasado 20 años desde que en Chile se dio un realineamiento político. Esta es una expresión usada por los norteamericanos para caracterizar cambios de conducta electoral de largo plazo que, normalmente, se producen después de alguna crisis que afecta y divide profundamente a los ciudadanos.
Luego del período militar se dio ese realineamiento. Se establecieron reglas del juego para ejercer una democracia diferente, que dejaba fuera el multipartidismo de antaño, como la votación proporcional que le acompañaba. Se fueron juntando en un sector todos aquellos que querían, definitivamente, dejar atrás la dictadura y construir un sistema político, económico y social más humanista. En el otro sector, se agrupó la mayoría de los que creían que un continuismo de las políticas económicas y sociales en el contexto de la democracia limitada que se ofrecía, era lo mejor para Chile.
Este realineamiento queda grabado al momento de algunas votaciones claves. Se puede señalar el plebiscito nacional de 1988 y luego la elección de Patricio Aylwin. Antes de esas elecciones, probablemente hubo miles de chilenos que alternaron en un sentido u otro, pero a partir de esas elecciones se formaron los dos bloques que han sido bastante estables hasta nuestros días.
Frente a las elecciones presidenciales y parlamentarias del presente año, tenemos un reto que incluye más desafíos, de aparición súbita, que lo que parecía rutinario.
Se agregan dos pandemias: una económica y otra gripal. La primera descabeza el proyecto económico de la Alianza. La promesa de crecer más rápido con menos Estado suena hoy casi como una invitación a delinquir. Las reuniones serias en el mundo insisten en la necesidad de reinventar un entendimiento entre el sector privado y el Estado, de modo que todas las honestidades y eficiencias sean cuidadas por igual.
Por otra parte, la pandemia gripal, cuyos alcances tampoco conocemos bien, nos recuerda que tendremos que ser mucho más serios y equilibrados en el reparto de los beneficios del desarrollo. No basta una política de bonos al mejor postor.
Ambos bloques políticos persisten en sus conductas para empequeñecer la democracia. Más allá de las intenciones, moros y cristianos se contentan con un sistema político en que pueden repartirse el Senado y la Cámara prácticamente mitad y mitad. Para las presidenciales, o no se hacen primarias o se hace una burla de ellas. Las mesas del poder se han hecho ya más pequeñas que las mesas del dinero. Hay un diputado que podría obligar a que continuismo sea cambio.
Preocupa pensar, si ganara la Alianza, que la concentración de poder económico, medios de comunicación, político y todo sería la más brutal de la historia sin dictadura militar. Chile no merece ir a contravía.
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La expresión romántica de Gardel, de que 20 años no es nada, no la comparte la oposición, agrupada en la Alianza, a pesar de que en su mayoría, después de casi 20 años de régimen dictatorial, querían ocho más para Pinochet.
Cuatro lustros en el poder. Cualquier análisis sereno concluiría que los aciertos han superado con creces los errores. La orientación del país, el aire que se respira y las esperanzas de futuro, sin duda, son diferentes y mejores. A pesar de dos crisis como la asiática y la presente.
No es la intención de estas líneas referirse a los sustanciales avances durante los gobiernos de la Concertación. Tampoco señalar cómo una oposición fuerte, en ocasiones negativa y paralizante, colaboró en varios aspectos para que los gobiernos de la Concertación ratificasen y mejoraran.
El curso rutinario de la política claramente favorece, después de 20 años, pregonar casi sin costo la necesidad de un cambio. En la vida política de los pueblos la palabra «cambio» tiene una magia propia. Es atrayente, especialmente para la gran cantidad de personas menos politizadas, que son los que en definitiva deciden las elecciones.
Es esencial a la democracia que se den todas las condiciones necesarias para que las minorías puedan llegar a transformarse en mayorías. Sostener que la alternancia automática es necesaria para robustecer la democracia es, simplemente, una estupidez.
Han pasado 20 años desde que en Chile se dio un realineamiento político. Esta es una expresión usada por los norteamericanos para caracterizar cambios de conducta electoral de largo plazo que, normalmente, se producen después de alguna crisis que afecta y divide profundamente a los ciudadanos.
Luego del período militar se dio ese realineamiento. Se establecieron reglas del juego para ejercer una democracia diferente, que dejaba fuera el multipartidismo de antaño, como la votación proporcional que le acompañaba. Se fueron juntando en un sector todos aquellos que querían, definitivamente, dejar atrás la dictadura y construir un sistema político, económico y social más humanista. En el otro sector, se agrupó la mayoría de los que creían que un continuismo de las políticas económicas y sociales en el contexto de la democracia limitada que se ofrecía, era lo mejor para Chile.
Este realineamiento queda grabado al momento de algunas votaciones claves. Se puede señalar el plebiscito nacional de 1988 y luego la elección de Patricio Aylwin. Antes de esas elecciones, probablemente hubo miles de chilenos que alternaron en un sentido u otro, pero a partir de esas elecciones se formaron los dos bloques que han sido bastante estables hasta nuestros días.
Frente a las elecciones presidenciales y parlamentarias del presente año, tenemos un reto que incluye más desafíos, de aparición súbita, que lo que parecía rutinario.
Se agregan dos pandemias: una económica y otra gripal. La primera descabeza el proyecto económico de la Alianza. La promesa de crecer más rápido con menos Estado suena hoy casi como una invitación a delinquir. Las reuniones serias en el mundo insisten en la necesidad de reinventar un entendimiento entre el sector privado y el Estado, de modo que todas las honestidades y eficiencias sean cuidadas por igual.
Por otra parte, la pandemia gripal, cuyos alcances tampoco conocemos bien, nos recuerda que tendremos que ser mucho más serios y equilibrados en el reparto de los beneficios del desarrollo. No basta una política de bonos al mejor postor.
Ambos bloques políticos persisten en sus conductas para empequeñecer la democracia. Más allá de las intenciones, moros y cristianos se contentan con un sistema político en que pueden repartirse el Senado y la Cámara prácticamente mitad y mitad. Para las presidenciales, o no se hacen primarias o se hace una burla de ellas. Las mesas del poder se han hecho ya más pequeñas que las mesas del dinero. Hay un diputado que podría obligar a que continuismo sea cambio.
Preocupa pensar, si ganara la Alianza, que la concentración de poder económico, medios de comunicación, político y todo sería la más brutal de la historia sin dictadura militar. Chile no merece ir a contravía.
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