Las derrotas engordan por dentro . Antonio Cortez T.
En la medida que crezca la idea de una derrota de la Concertación en la próxima elección presidencial, tanto mayor será la “autonomización” de los “subalternos”, pero también de aquella parte de las elites que hace rato se sienten atraídas y cómodas en los circuitos del poder del stablishment. Es decir, ante la eventualidad de un triunfo de Sebastián Piñera no todos los concertacionistas habrán perdido.
La victoria del 5 de octubre de 1988 –hito emblemático y “épico” para la Concertación- se debió, fundamentalmente, a la alianza política que se forjó entre la mayoría de la izquierda tradicional con el también tradicional centro-político, agrupado principalmente por la DC. Esto es archisabido y archirepetido y, por eso mismo, ya dice muy poco.
Sobre lo que no se ha dicho y analizado mucho es que el triunfo del 5 de octubre es también producto de alianzas o encuentros de otros tipos. De un lado, de la convergencia de los grupos estrictamente “proletarizados” con una amplia gama de sectores medios, algunos de los cuales, incluso, estaban en el nivel de elite socio-económica. Y de otro lado, de un “pacto” –implícito y/o explícito- entre las elites o dirigencias políticas de la izquierda y del progresismo con las multitudes “subalternas”.La sumatoria de este conjunto de “subcoaliciones” subyace en la fuerza y consistencia que adquirió la Concertación y que, durante algún tiempo, la llevó a asemejarse más a un “bloque histórico” que a un simple movimiento o alianza anti-dictatorial.En menos palabras, la tesis que aquí se esgrime es que la Concertación originaria nunca estuvo reducida a la sola condición de acuerdos entre partidos.De esa tesis se deduce, de inmediato, otra: las tendencias hacia la declinación y descomposición del concertacionismo, se explican, en gran medida, por la desintegración de las “subcoaliciones” que la crearon. Los embrollos políticos intra y entre partidos y los enredos palaciegos son causales “menores” de la crisis de la Concertación, en comparación al papel que juegan en ella las desintegraciones señaladas.La Concertación ya no reúne veraz y armónicamente al centro y a la izquierda, simplemente, porque ambas nomenclaturas no representan hoy identidades únicas y sólidas. Los centros y las izquierdas concertacionistas son muchas y difusas fracciones, ergo, imposibles de contener en una instancia unitaria y funcional. Ya ni siquiera lo puramente electoral pareciera ser un factor centrípeto.A su vez, la alianza entre sectores medios y “proletarizados” se ha roto, porque Chile es un país que reproduce segregaciones, su sociedad civil impide o dificulta las intercomunicaciones horizontales entre grupos distintos y la centro-izquierda no tiene ni discursividad ni políticas elaboradas y convincentes que promuevan valores y espacios asociativos. Los vínculos entre “proletarizados” y sectores medios han sido quebrados por el imperio de las lógicas mercantiles.Por otra parte, en los años de gobiernos concertacionistas se han producido radicales cambios en la composición de las elites o dirigencias políticas del progresismo. Sectores de ellas, en primer lugar, se han integrado también a la condición de elite medida con parámetros socio-económicos: son objetivamente clases altas y como tales incorporadas satisfactoriamente –en términos subjetivos- al “modelo” y al estatus. En segundo lugar, sus principales fuentes de poder ya no dependen, en los mismos grados que dependían antaño, de sus relaciones con los “subalternos”. Hoy, los “subalternos”, para estas elites, son, por excelencia, “masas de votantes”, pero no actores con un poder social “útil” y complementario al poder que requieren elites que aspiran al cambio social. Cuando el cambio social no es la finalidad sustantiva de la acción política, el “subalterno” es sólo eso: “subalterno” y las fuentes de poder que importan son las redes y conexiones que configuran el poder del estatus. En definitiva, uno de los dramas de la Concertación es que su progresismo es cada vez más puramente discursivo y/o burocrático, sin articulaciones orgánicas dentro del binomio dirigentes/dirigidos. Es un progresismo sin fuerza ni nutriente social. Y el drama para una centro-izquierda histórica y proyectiva es que los “subalternos” perciben su orfandad y la ausencia de cuerpos políticos e intelectuales fiables y capaces de escindirse de las elites del sistema. Por ende, ante tal orfandad y ausencia, tenderán a buscar “desordenada” y espontáneamente nuevos liderazgos. En la medida que crezca la idea de una derrota de la Concertación en la próxima elección presidencial, tanto mayor será la “autonomización” de los “subalternos”, pero también de aquella parte de las elites que hace rato se sienten atraídas y cómodas en los circuitos del poder del stablishment. Es decir, ante la eventualidad de un triunfo de Sebastián Piñera no todos los concertacionistas habrán perdido.
La victoria del 5 de octubre de 1988 –hito emblemático y “épico” para la Concertación- se debió, fundamentalmente, a la alianza política que se forjó entre la mayoría de la izquierda tradicional con el también tradicional centro-político, agrupado principalmente por la DC. Esto es archisabido y archirepetido y, por eso mismo, ya dice muy poco.
Sobre lo que no se ha dicho y analizado mucho es que el triunfo del 5 de octubre es también producto de alianzas o encuentros de otros tipos. De un lado, de la convergencia de los grupos estrictamente “proletarizados” con una amplia gama de sectores medios, algunos de los cuales, incluso, estaban en el nivel de elite socio-económica. Y de otro lado, de un “pacto” –implícito y/o explícito- entre las elites o dirigencias políticas de la izquierda y del progresismo con las multitudes “subalternas”.La sumatoria de este conjunto de “subcoaliciones” subyace en la fuerza y consistencia que adquirió la Concertación y que, durante algún tiempo, la llevó a asemejarse más a un “bloque histórico” que a un simple movimiento o alianza anti-dictatorial.En menos palabras, la tesis que aquí se esgrime es que la Concertación originaria nunca estuvo reducida a la sola condición de acuerdos entre partidos.De esa tesis se deduce, de inmediato, otra: las tendencias hacia la declinación y descomposición del concertacionismo, se explican, en gran medida, por la desintegración de las “subcoaliciones” que la crearon. Los embrollos políticos intra y entre partidos y los enredos palaciegos son causales “menores” de la crisis de la Concertación, en comparación al papel que juegan en ella las desintegraciones señaladas.La Concertación ya no reúne veraz y armónicamente al centro y a la izquierda, simplemente, porque ambas nomenclaturas no representan hoy identidades únicas y sólidas. Los centros y las izquierdas concertacionistas son muchas y difusas fracciones, ergo, imposibles de contener en una instancia unitaria y funcional. Ya ni siquiera lo puramente electoral pareciera ser un factor centrípeto.A su vez, la alianza entre sectores medios y “proletarizados” se ha roto, porque Chile es un país que reproduce segregaciones, su sociedad civil impide o dificulta las intercomunicaciones horizontales entre grupos distintos y la centro-izquierda no tiene ni discursividad ni políticas elaboradas y convincentes que promuevan valores y espacios asociativos. Los vínculos entre “proletarizados” y sectores medios han sido quebrados por el imperio de las lógicas mercantiles.Por otra parte, en los años de gobiernos concertacionistas se han producido radicales cambios en la composición de las elites o dirigencias políticas del progresismo. Sectores de ellas, en primer lugar, se han integrado también a la condición de elite medida con parámetros socio-económicos: son objetivamente clases altas y como tales incorporadas satisfactoriamente –en términos subjetivos- al “modelo” y al estatus. En segundo lugar, sus principales fuentes de poder ya no dependen, en los mismos grados que dependían antaño, de sus relaciones con los “subalternos”. Hoy, los “subalternos”, para estas elites, son, por excelencia, “masas de votantes”, pero no actores con un poder social “útil” y complementario al poder que requieren elites que aspiran al cambio social. Cuando el cambio social no es la finalidad sustantiva de la acción política, el “subalterno” es sólo eso: “subalterno” y las fuentes de poder que importan son las redes y conexiones que configuran el poder del estatus. En definitiva, uno de los dramas de la Concertación es que su progresismo es cada vez más puramente discursivo y/o burocrático, sin articulaciones orgánicas dentro del binomio dirigentes/dirigidos. Es un progresismo sin fuerza ni nutriente social. Y el drama para una centro-izquierda histórica y proyectiva es que los “subalternos” perciben su orfandad y la ausencia de cuerpos políticos e intelectuales fiables y capaces de escindirse de las elites del sistema. Por ende, ante tal orfandad y ausencia, tenderán a buscar “desordenada” y espontáneamente nuevos liderazgos. En la medida que crezca la idea de una derrota de la Concertación en la próxima elección presidencial, tanto mayor será la “autonomización” de los “subalternos”, pero también de aquella parte de las elites que hace rato se sienten atraídas y cómodas en los circuitos del poder del stablishment. Es decir, ante la eventualidad de un triunfo de Sebastián Piñera no todos los concertacionistas habrán perdido.
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