jueves, octubre 02, 2008

20 años del No: lección para los dirigentes . Ricardo Solari.

La historia de Chile giró a propósito del triunfo del No en el plebiscito de 1988. Dejamos la dictadura e iniciamos el camino de un régimen político democrático. Es impresionante cómo ha cambiado el país desde entonces. Objetivamente: en las estadísticas, en las cosas materiales, en los intangibles esenciales, el pluralismo y los derechos civiles. Esa población atemorizada, que vivía en la incertidumbre de la arbitrariedad autoritaria, hoy ha dado lugar a un conjunto de ciudadanos con capacidad de decidir regularmente sobre los destinos de su nación. Hemos podido construir un mejor país. Menos pobreza, más derechos, oportunidades, más respeto del mundo por Chile, otra infraestructura, una economía fuerte, menos dependencia.
Las élites que apoyaron el No ganaron porque fueron capaces de ajustar discursos, de superar rencores que anidaron en una larga historia. El país optó por retornar a la democracia por medios pacíficos, por fórmulas que aunque implicaran concesiones para los que defendían la idea del retorno a la democracia, con pragmatismo, no sólo hacían una correcta apreciación de la correlación de las fuerzas, sino que además ratificaban un explícito rechazo a estrategias que significaban dolores y más costos al pueblo chileno.
La abrumadora mayoría de quienes lideran la actual oposición, la Alianza, favoreció, apoyó, promocionó la opción Sí en aquel plebiscito, lo que significaba Pinochet por otros ocho años más. Los promotores actuales del “desalojo” eran activos participantes del Sí, con todas sus dramáticas implicancias.
¿La derecha de aquella época es la misma de hoy? ¿Los personajes, las ideas, las agendas han cambiado? Desafortunadamente, las actitudes y los dichos cotidianos afirman que no mucho. La obsesión por la ley de seguridad interior, el apego dogmático por el excluyente sistema binominal, el desprecio inocultable por nuestras naciones vecinas, la permanente sanción a la diversidad en las prácticas sociales y culturales son signos duros de aquello.
Hoy la derecha chilena es portadora de un discurso y un proyecto que van en retirada en el mundo entero. El Estado mínimo, la desregulación han hundido al planeta en una inmensa crisis. Chile está aguantando esa marea obscura, precisamente, porque ha recorrido un camino distinto. Si la voluntad democrática la lleva al gobierno, ¿será capaz la derecha de no desbaratar todo lo construido en materia de convivencia? ¿Podrá construir un país donde las minorías sean respetadas? Son muchos los temores y no son gratuitos: está como evidencia la presencia activa de aquellos que apoyaron en 1988 la continuidad de un régimen tan olímpico en su desprecio por los derechos de las personas.
En el país hay muchos desafíos pendientes; todos los importantes requieren de la unidad de los connacionales, porque no son fáciles ni simples. La actual coalición gobernante tiene una evidente carencia de energía para encabezar esas transformaciones. Le quedan muy pocos meses para demostrar que puede renovar prácticas y estilos agotados, y encabezar nuevos caminos. La dirigencia de la Concertación tiene hoy la posibilidad de volver a actuar con la eficacia y el patriotismo de los momentos del No, del año 88 y los siguientes, cuando un proyecto nacional profundo tenía un peso inconmensurablemente superior que cualquier aventura personal, y cuando la actuación de los dirigentes era nítida y entendible por los ciudadanos, porque estaba alineada con finalidades diáfanas: recuperar la democracia, darle estabilidad y paz a Chile. Estos veinte años del No no son para la melancolía y la añoranza, inútiles en el caso de la Concertación actual, sino para apurar decisiones que terminen con este cuadro de confusión y que conecten con el sentido simple pero siempre potente de esa ciudadanía que, contra todo temor, le dio la confianza ese 5 de octubre, dos décadas atrás.