Concertación por la Democracia versus Unidad Política y Social del Pueblo. G.Wielandt
El desarrollo político de los gobiernos de la concertación ha impactado en el último tiempo fuertemente sobre la estructuración y funcionamiento de la coalición oficialista. Este impacto ha posibilitado la emergencia de experiencias perceptivas de desafección por la concertación, no sólo de electores tradicionalmente proclives al pacto oficialista, sino que también de un cuantioso cuerpo de militantes de los partidos que lo componen, en especial de la democracia cristiana. Uno de los resultados más gravitantes de este impacto ha sido la expulsión del Senador Adolfo Zaldívar de su partido, la democracia cristiana, y la renuncia de los 5 diputados de su bancada.
La creciente expansión de la desafección por la concertación debe entenderse, no como un viraje político-ideológico de los desafectados, sino que como una frustración ante las promesas incumplidas y esperanzas no realizadas de cambio social. Esta percepción negativa hacia el conglomerado oficialista, que ha terminado en una relativa implosión del mismo, se expresa por muchos, no sólo electores, sino que también militantes y aún más dirigentes de la concertación, a través del concepto de corrupción, cuyo significado simbólico no se refiere al crimen legal, sino que a la impotencia histórica, que sufren los desafectados por ver alejarse las posibilidades y condiciones del proyecto de cambio social con el que se ilusionaron al inicio de la década de los noventa. Unido esto a la ejecución de políticas públicas adversas a las concepciones ideológicas y valóricas de muchos de los militantes de los partidos oficialistas se crea una necesidad de transformación del conglomerado de gobierno y de sus partidos.
En el caso de la democracia cristiana, muchos militantes de este partido, aprecian y perciben desconcertadamente que la mayoría de los costos de la concertación los paga su tienda política. Esto, por cierto, ha traído conflictos al interior de dicha colectividad, por cuanto, el lineamiento de la directiva nacional de la democracia cristiana aparece ignorando muchos de los problemas reales que la comunidad nacional concibe como urgentes y que el partido debería asumir para ponerse al lado del pueblo como lo aconseja el espíritu partidario de la falange. Por lo tanto, el desconcierto y la desafección de la clientela de la concertación y en particular de la democracia cristiana, sumada a un importante número de militantes, dejan a esta colectividad con una incertidumbre sobre su capacidad de encauzar su electorado hacia candidatos de sus partidos socios, ya que estamos en presencia de una democracia cristiana de facto liderada a través de la Presidencia del Senado por Adolfo Zaldívar.
Este escenario político debe entenderse en el marco de que los actuales partidos de la concertación ya no son estrictamente entidades sociales, canales representativos de los diversos sectores de la sociedad, sino que sistemas referenciales representados por corporaciones clientelares, que al fin y al cabo han construido la percepción que la pertenencia incondicional a ellas es más determinante que la militancia de los partidos para alcanzar un cargo de gobierno en muchos casos. Esto deja a la concertación como si fuera una expresión más de elite que de la sociedad, lo que pierde sentido para aquella clientela y militancia que aún se sostiene políticamente en base a un proyecto político e ideológico de cambio social. Esta situación obliga a pensar un rediseño político de las colectividades que hoy en día participan en el gobierno. Este rediseño debe concebirse primeramente a partir de la transparencia de los procedimientos democráticos de los partidos regulados por ley, el financiamiento público de los mismos y la estructuración de un conglomerado que sea capaz de cohesionar a actores políticos y sociales. Esto significa la conformación de una “Unidad política y social del pueblo” en función de un proyecto de consolidación democrática.
Una nueva conformación política, así concebida, no significa sólo y necesariamente cambiar de nombre a la concertación, sino que determinar quienes, dentro y fuera del actual conglomerado, son capaces de aunarse para concebir un proyecto ideológico compartido, cuyo núcleo, para los demócratas cristianos, debe ser social-comunitario. Un proyecto así, actualmente no cohesiona a la concertación, lo que invita a su transformación político-ideológica.
Gonzalo Wielandt
Doctorando en Sociología
Universidad de München
La creciente expansión de la desafección por la concertación debe entenderse, no como un viraje político-ideológico de los desafectados, sino que como una frustración ante las promesas incumplidas y esperanzas no realizadas de cambio social. Esta percepción negativa hacia el conglomerado oficialista, que ha terminado en una relativa implosión del mismo, se expresa por muchos, no sólo electores, sino que también militantes y aún más dirigentes de la concertación, a través del concepto de corrupción, cuyo significado simbólico no se refiere al crimen legal, sino que a la impotencia histórica, que sufren los desafectados por ver alejarse las posibilidades y condiciones del proyecto de cambio social con el que se ilusionaron al inicio de la década de los noventa. Unido esto a la ejecución de políticas públicas adversas a las concepciones ideológicas y valóricas de muchos de los militantes de los partidos oficialistas se crea una necesidad de transformación del conglomerado de gobierno y de sus partidos.
En el caso de la democracia cristiana, muchos militantes de este partido, aprecian y perciben desconcertadamente que la mayoría de los costos de la concertación los paga su tienda política. Esto, por cierto, ha traído conflictos al interior de dicha colectividad, por cuanto, el lineamiento de la directiva nacional de la democracia cristiana aparece ignorando muchos de los problemas reales que la comunidad nacional concibe como urgentes y que el partido debería asumir para ponerse al lado del pueblo como lo aconseja el espíritu partidario de la falange. Por lo tanto, el desconcierto y la desafección de la clientela de la concertación y en particular de la democracia cristiana, sumada a un importante número de militantes, dejan a esta colectividad con una incertidumbre sobre su capacidad de encauzar su electorado hacia candidatos de sus partidos socios, ya que estamos en presencia de una democracia cristiana de facto liderada a través de la Presidencia del Senado por Adolfo Zaldívar.
Este escenario político debe entenderse en el marco de que los actuales partidos de la concertación ya no son estrictamente entidades sociales, canales representativos de los diversos sectores de la sociedad, sino que sistemas referenciales representados por corporaciones clientelares, que al fin y al cabo han construido la percepción que la pertenencia incondicional a ellas es más determinante que la militancia de los partidos para alcanzar un cargo de gobierno en muchos casos. Esto deja a la concertación como si fuera una expresión más de elite que de la sociedad, lo que pierde sentido para aquella clientela y militancia que aún se sostiene políticamente en base a un proyecto político e ideológico de cambio social. Esta situación obliga a pensar un rediseño político de las colectividades que hoy en día participan en el gobierno. Este rediseño debe concebirse primeramente a partir de la transparencia de los procedimientos democráticos de los partidos regulados por ley, el financiamiento público de los mismos y la estructuración de un conglomerado que sea capaz de cohesionar a actores políticos y sociales. Esto significa la conformación de una “Unidad política y social del pueblo” en función de un proyecto de consolidación democrática.
Una nueva conformación política, así concebida, no significa sólo y necesariamente cambiar de nombre a la concertación, sino que determinar quienes, dentro y fuera del actual conglomerado, son capaces de aunarse para concebir un proyecto ideológico compartido, cuyo núcleo, para los demócratas cristianos, debe ser social-comunitario. Un proyecto así, actualmente no cohesiona a la concertación, lo que invita a su transformación político-ideológica.
Gonzalo Wielandt
Doctorando en Sociología
Universidad de München
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