EL SEGUNDO TIEMPO. A.Rojo
Durante el verano, la Presidenta y el Gobierno intentaron imponer la idea del segundo tiempo, como si su administración fuera un partido de fútbol en el que las complicaciones y los tropiezos de los primeros 45 minutos -dos años enteros, en rigor- pudieran ser compensados con los aciertos de la segunda etapa del mismo partido.
Lamentablemente para el Gobierno, casi lo primero que ocurrió fue la divulgación de los desórdenes administrativos en el Ministerio de Educación que tienen a su titular Yasna Provoste al borde de la destitución por una acusación constitucional presentada en la Cámara de Diputados.
Al respecto, hay que precisar que nadie ha acusado a la ministra de haber cometido delitos, sino de no cumplir con sus responsabilidades como jefa del servicio en el que no se encuentra el respaldo contable para una suma importante de dinero.
Aún no se sabe si se ha perdido algo, por la sencilla razón de que no se cuenta la plata para ver si está toda.
El hecho inédito de la acusación constitucional coincide con la elección de Adolfo Zaldívar como Presidente del Senado y ambos hechos marcan el inicio del segundo tiempo, no de la Presidenta Bachelet, sino del conjunto de una etapa política: La de la Concertación.
En la primera etapa hubo tres gobiernos relativamente exitosos, pero que nunca tuvieron rebeliones en sus partidos y siempre contaron con la excusa de los senadores designados para explicar el incumplimiento de sus programas de gobierno. Cuando se trató de aunar voluntades y de atraer apoyo en lugar de generar el desbande de quienes eran partidarios hasta hace dos años atrás, el éxito se transformó, por lo menos, en abiertos cuestionamientos.
Desde el punto de vista de la Alianza, las buenas perspectivas que se abren con la irrupción de los independientes parecen diluirse ante la exposición casi incontenible de sus apetitos por avanzar en el afán de menoscabar al Gobierno y poder reemplazar a la Concertación, olvidándose que, aunque independientes, los principios de los que han salido del pacto gubernamental siguen más cercanos al ideario progresista que al conservador, y si han salido de la Concertación es por su insatisfacción con la manera en que no se han puesto en práctica los principios.
Para la Alianza la verdadera obsesión de alcanzar el Gobierno, legitimándose así en su vocación democrática tras casi 50 años desde la última vez que llegaron a La Moneda a través de elecciones, puede jugarles en contra porque asumen como propios los votos de los independientes, y lo que estos buscan es ganarse un espacio dentro de un esquema político bipolar.
Para todos los sectores se abre un segundo tiempo, en el que el principal desafío será conquistar la adhesión de una ciudadanía que ya no se conforma con mensajes grandilocuentes ni con regalos, sino que pide respeto y la posibilidad real de participar en la construcción de un país que la acoja y le reconozca su derecho al progreso.
Lamentablemente para el Gobierno, casi lo primero que ocurrió fue la divulgación de los desórdenes administrativos en el Ministerio de Educación que tienen a su titular Yasna Provoste al borde de la destitución por una acusación constitucional presentada en la Cámara de Diputados.
Al respecto, hay que precisar que nadie ha acusado a la ministra de haber cometido delitos, sino de no cumplir con sus responsabilidades como jefa del servicio en el que no se encuentra el respaldo contable para una suma importante de dinero.
Aún no se sabe si se ha perdido algo, por la sencilla razón de que no se cuenta la plata para ver si está toda.
El hecho inédito de la acusación constitucional coincide con la elección de Adolfo Zaldívar como Presidente del Senado y ambos hechos marcan el inicio del segundo tiempo, no de la Presidenta Bachelet, sino del conjunto de una etapa política: La de la Concertación.
En la primera etapa hubo tres gobiernos relativamente exitosos, pero que nunca tuvieron rebeliones en sus partidos y siempre contaron con la excusa de los senadores designados para explicar el incumplimiento de sus programas de gobierno. Cuando se trató de aunar voluntades y de atraer apoyo en lugar de generar el desbande de quienes eran partidarios hasta hace dos años atrás, el éxito se transformó, por lo menos, en abiertos cuestionamientos.
Desde el punto de vista de la Alianza, las buenas perspectivas que se abren con la irrupción de los independientes parecen diluirse ante la exposición casi incontenible de sus apetitos por avanzar en el afán de menoscabar al Gobierno y poder reemplazar a la Concertación, olvidándose que, aunque independientes, los principios de los que han salido del pacto gubernamental siguen más cercanos al ideario progresista que al conservador, y si han salido de la Concertación es por su insatisfacción con la manera en que no se han puesto en práctica los principios.
Para la Alianza la verdadera obsesión de alcanzar el Gobierno, legitimándose así en su vocación democrática tras casi 50 años desde la última vez que llegaron a La Moneda a través de elecciones, puede jugarles en contra porque asumen como propios los votos de los independientes, y lo que estos buscan es ganarse un espacio dentro de un esquema político bipolar.
Para todos los sectores se abre un segundo tiempo, en el que el principal desafío será conquistar la adhesión de una ciudadanía que ya no se conforma con mensajes grandilocuentes ni con regalos, sino que pide respeto y la posibilidad real de participar en la construcción de un país que la acoja y le reconozca su derecho al progreso.
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