La Construcción del Mito. Andres Rojo Torrealba
Originalmente el mito se refiere a la
narración transmitida por la vía oral acerca de las proezas o desgracias de
dioses u otro tipo de entidades cuya existencia no se puede verificar pero que
permiten explicar el origen de las cosas.
A medida que una civilización cuenta con una mayor cantidad de mitos,
más compleja es su comprensión del mundo y más rica su cultura. Los mitos hacen bien, entonces.
Sin embargo, también es posible
construir mitos en estos tiempos en los que la transmisión oral de las
historias ha sido reemplazada hace mucho por la escritura y está reforzada
además por los medios de comunicación y últimamente por las redes sociales, ya
por la vía escrita.
En este caso, se requiere que la
formación espontánea de la historia y la asignación social de su relevancia
-que es la que le permite al mito su transmisión generación tras generación-
sea sustituida por una “voz oficial” que le dice a la comunidad en la que se
quiere insertar el mito, que convence a las personas de la necesidad de asignar
al personaje o hecho un lugar especial en la historia y adopta las medidas para
que no se cuestionen sus afirmaciones.
Ya sabemos que no hay muerto que no
sea bueno, pero cuando se trata de promover un mito, la prudencia que se
observa al momento del fallecimiento de cualquiera suele perder espacio frente
a la exageración, que de todos modos se requiere para reafirmar el mito.
El personaje mitificado no cometió
errores ni pecó, siempre quiso lo mejor para todos y se le presenta como un
modelo que todos deben seguir. Se borra
de su currículo cualquier mancha y se le saca lustre a sus méritos porque, si
la historia no es perfecta, hay que reescribirla.
El problema es que, detrás de todos
estos esfuerzos comunes a los nuevos mitos de todo tipo -políticos, religiosos,
culturales, etc.- no está el sincero propósito de contribuir, como era en los
mitos originales, a la formación de una cosmovisión de las sociedades sino que
se trata de imponer determinada ideología y se carece de la espontaneidad que
determinaba en la antigüedad cuáles eran los mitos que se conservarían en el
tiempo.
Cuando los mitos son impuestos, su
perduración es feble y depende, en definitiva, sólo de la capacidad de sus
promotores de seguir forzando la verdad a su amaño. El mito no permite el cuestionamiento y
cuestionar las verdades siempre ha sido el mejor camino para el progreso de las
comunidades. Sólo los años dirán cuáles
de los mitos modernos son los que sobrevivirán la prueba del tiempo.
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