Nosotros y los otros. Andres Rojo.
Es importante comprender que, cada vez que
nos quejamos de las conductas o de la apatía de los demás, nos estamos quejando
de nosotros mismos si es que sólo nos quejamos sin hacer nada.
La sociedad la hacemos todos y si
consideramos que no nos gusta una parte determinada de ella, por ejemplo las
faltas de consideración por lo demás o a las leyes, la primera responsabilidad
por cambiar ello es nuestra. Si
insistimos en hacer trampas y exigir a la autoridad que controle a los
infractores, caemos en una especie de esquizofrenia mental, en la que nosotros
nos diferenciamos de los otros en cuanto sólo los otros merecen ser corregidos,
sin detenernos a pensar cuántas veces hemos pasado el semáforo al filo de la
luz roja o las veces que nos hemos tentado con modificar levemente nuestras
declaraciones tributarias por un pequeño beneficio.
El pensamiento es simple: El Estado
no se va a dar cuenta y no le hacemos mal a nadie. Pero resulta que el Estado es el
administrador de la sociedad y la sociedad la componemos todos.
Más grave aún es cuando nos
quejamos de las deficiencias de la sociedad y no hacemos nada: Que hay pobres, que la salud, la educación
deberían ser mejores, que los políticos no nos representan, que los jueces no
tienen criterio. Si no nos gusta,
hagamos algo. Sería lo lógico, pero así
como nos gusta recurrir a los demás para endosarles la responsabilidad de lo
que se hace malo, también tendemos a asumir que la tarea de resolver los
problemas es de los demás.
En cualquier sistema democrático,
los ciudadanos tienen -tenemos- el derecho a exponer nuestras proposiciones y
pedir que su materialización sea resuelta a través de las urnas o que, al
menos, sean recogidas por nuestros representantes en el Parlamento y el Poder
Ejecutivo. Y si no existe la vía
constitucional y legal para que se produzca ese proceso, tenemos el derecho a
insistir en que se escuche la voz de los ciudadanos.
Es posible que algunas ideas que
parecen evidentes, lógicas y completamente merecedoras del apoyo del resto de
la sociedad no tengan ese respaldo, porque en democracia no son los iluminados
los que deciden sino la mayoría, pero todos tenemos el derecho de proponer
ideas.
Hoy algunos proponen asambleas
constituyentes o una cuarta urna para que la gente se pronuncie al respecto,
pero parecería más productivo avanzar en exigir la realización de plebiscitos
periódicos para definir la aprobación o el rechazo de los temas en debate. Sin embargo, eso pasa primero porque los
ciudadanos no nos quedemos sentados esperando a que los otros lo hagan.
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