domingo, mayo 06, 2012

Discurso funeral don Máximo Pacheco Gómez. Ignacio Walker.


Estimados Camaradas:
Comparto con ustedes el discurso con ocasión del funeral de don Máximo Pacheco Gómez.
El silencio era total, mezcla de temor por los tiempos que se vivían y de respeto por nuestro profesor, quién ya por ese entonces era reconocido como una autoridad (autoritas, es decir, lo que nace de adentro) y un gran demócrata. Un demócrata cristiano, para ser más precisos, con vocación universal, como buen católico que siempre fue, abierto de mente y de espíritu, jamás neutral o pusilánime. De los Falangistas y Demócrata Cristianos podrán decirse muchas cosas pero nunca que fueran neutrales o pusilánimes.
No volaba una mosca. Era Marzo de 1974 y en el curso de más de cien alumnos que éramos, en la cátedra de Introducción al Derecho, había más de 250 personas si contábamos a los que estaban en el pasillo. Era nuestra primera manifestación pública para protestar por el nuevo estado de cosas que se vivía en el país, bajo aquél concepto de "universidad vigilada" que acuñara ese otro gran filósofo que fue don Jorge Millas.

Nuestro profesor, en medio del silencio que cortaba el aire como con un cuchillo, no tuvo preámbulos ni rodeos y fue directo al tema de su primera clase: habló del derecho y la justicia, un verdadero exocet bajo la línea de flotación de la dictadura.
No hubo aplauso final, fue una verdadera ovación, que se prolongó por varios minutos.
El significado de aquél gesto claramente subversivo quedó en evidencia al año siguiente, cuando don Máximo fue expulsado de la Escuela de Derecho de toda su vida. Su presencia en la Universidad de Chile debe haber sido considerada como una amenaza para la seguridad nacional, y lo era.
Luego siguieron las cartas que nos enviaba desde California, donde impartía sus clases de derecho en un ambiente libre de coacción y amenaza.
Volvió sin el pelo corto, la corbata delgada y el terno riguroso que siempre le conocimos; volvió sin peinado a la gomina, con beatle y un nuevo look proveniente del aire californiano que lo impregnara en su nueva etapa. Y es que don Máximo siempre fue un hombre abierto a los nuevos tiempos y a los nuevos desafíos.
Las reuniones siguieron en su casa, generalmente a la hora del té, donde conocimos a don Patricio Aylwin y a tantos otros profesores, intelectuales y políticos con quiénes reflexionábamos sobre el presente y el futuro de Chile, cargados de la doble sensación de la frustración y la esperanza. Nosotros estábamos a cargo de la primera, don Máximo de esta última, porque jamás desfalleció, sabedor de la superioridad moral y espiritual de la democracia y la libertad, por sobre cualquier forma de opresión.
Éramos jóvenes de 18 y 19 años, algunos de 20 y 21 (los más viejos), que queríamos ser como los primeros apóstoles y como los primeros falangistas, es decir, como don Máximo y sus compañeros de ruta en la Falange y en la DC.
El living estaba tapizado de íconos traídos (legalmente, según se nos explicaba) desde la Unión Soviética, donde había servido como embajador en tiempos de ese otro ícono que fue (y que es) don Eduardo Frei Montalva.
Los jóvenes de ese entones queríamos ser como ellos, nuestros referentes obligados, testimonio vivo del servicio al bien común, en el abrazo de todos los días y todas las horas a la causa del social cristianismo.
Luego vinieron las reuniones, entre solemnes y amistosas, en su oficina de calle Huérfanos donde nos reuníamos con Donoso, Rammacciotti, Mackenney y Valdivia. Ahí aprendimos del imperativo categórico de Kant y de Tomás de Aquino. Era una introducción a los grandes pensadores.
Y es que los falangistas y los demócrata cristianos de ese entonces leían y se nutrían de los clásicos y de los grandes pensadores, los que los proveían de las grandes ideas que nutrían el ideario social cristiano.
"En el Principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios".
Esta cita de San Juan no está tomada al azar. Es la cita con que el propio don Máximo Pacheco Gómez comienza su primer libro, "Política, Economía y Cristianismo", escrito en 1947 -a decir verdad, ese mismo año también publicaba el libro "Principios Fundamentales de la Doctrina Social Cristiana". Así eran los Falangistas de ese entonces, publicaban hasta dos libros en el mismo año.
El capítulo I, Parte Primera, de ese mismo libro se titula "Supremacía de lo Espiritual", siguiendo en esto como en tantas otras cosas a Jacques Maritain.
El Prólogo de ese libro lo escribía otro joven Falangista que tenía el record de haber perdido tres elecciones consecutivas como candidato a Diputado, en 1937, 1941 y 1945. Su nombre, Eduardo Frei Montalva, un hombre que como tantos otros hombres de la primera hora de la Falange, se creía el cuento. Dos años después de haber escrito ese prólogo, tras tres derrotas consecutivas, era elegido como Senador por Atacama, y de ahí en adelante hasta convertirse en Presidente de la República y un grande entre los grandes.
En el Prólogo al libro de don Máximo, don Eduardo asumía la defensa del social cristianismo frente al capitalismo y el comunismo.
Presentaba al social cristianismo como una inquietud y una esperanza, una oportunidad extraordinaria frente al capitalismo y su lógica deshumanizante, y el comunismo y su carácter totalitario.
Proponía la "liberación del hombre" basada en esa realidad fundamental que define como la persona humana, dentro del "espíritu revolucionario" -así lo define- que animaba a los Falangistas.
"Sin el reconocimiento del espíritu no hay libertad, y buscar la justicia a través de lo económico, es desconocer la verdadera naturaleza humana", sentenciaba Frei Montalva, tal vez sin saber que ese joven abogado que al año siguiente partiría a la Universidad de Roma para sacar su Doctorado en Filosofía del Derecho, se convertiría años más tarde, bajo la Revolución en Libertad, en su Embajador en la Unión Soviética y en Ministro de Educación.
Antes de partir a Roma, en 1949, se casó con su fiel compañera, Adriana Matte Alessandri, con la que tuvo nueve hijos, 28 nietos y bisnietos. Ellos sobreviven a ambos, formando una familia maravillosa, nutrida del carisma y las virtudes (seguramente también de los defectos) de sus progenitores. Son ellos los testigos principales de su legado de esposo, de padre, de abuelo, y de bisabuelo, de su estatura moral, de su fe inquebrantable en Dios y del servicio leal a los principios del humanismo cristiano y a la Patria misma.
Volviendo a los años del oscurantismo, don Máximo hizo lo que todo demócrata sabe hacer bajo una dictadura: abrazar la causa de los derechos humanos. ¿Qué podemos decir de una Comisión de Derechos Humanos cuyo Presidente era don Jaime Castillo Velasco y cuyo Vicepresidente era don Máximo Pacheco Gómez?
Es que de esa talla han sido los hombres y mujeres de nuestro Partido Demócrata Cristiano, que tengo el honor y la alegría de presidir en la hora presente.
Qué honor estar sentados, como la bancada más numerosa del Senado, en el mismo hemiciclo donde brilló como pocos en su calidad de Senador, tras la recuperación de la democracia. Sacó 114.334 votos en la región del Maule, con un 42,37% y de paso sacó a su compañero de lista, Jaime Gazmuri, doblando a la lista contraria. Ahí tendría que haber seguido pero esa es harina de otro costal.
Por esas cosas de la vida maestro (él) y discípulo (yo, que no soy digno de sacudir el polvo de sus sandalias), nos encontramos en Roma, en Octubre de 2004, él como Embajador y yo como Canciller del Presidente Lagos. Cuando me dijo "Ministro", con voz solemne, me atreví a decirle "no don Máximo, Usted no me va a llamar Ministro" -bueno, me dijo, a decir verdad, no solo eres Ministro sino mi jefe.
Es que, más allá de la anécdota, es el respeto por las formas republicanas y por las instituciones lo que está en juego; es el trato respetuoso de una autoridad por otra autoridad, acorde con la tradición republicana de la que siempre fueron tributarias los Falangistas y los fundadores de nuestro Partido Demócrata Cristiano. Finalmente develamos la estatua de Santa Teresita, que para eso habíamos ido, y terminamos en una gran sala con el Papa Juan Pablo II, con nuestra delegación de parlamentarios y representantes de la Cancillería, en una visita oficial que en realidad le correspondía a Soledad Alvear, otra discípula de don Máximo, que en esos días concluía una magnífica labor como Canciller.
Hay que agradecer al Presidentes Lagos que hizo tan feliz a don Máximo como Embajador ante la Santa Sede. Entre los Cardenales y Príncipes de la Iglesia, como el servidor de corazón humilde y acogedor que siempre fue, ahora junto a Mercedes Ignacia, su fiel compañera de los últimos años, fue inmensamente feliz. Nos tocó compartir, en los estrechos confines del Vaticano, el dolor y la emoción de la partida de Juan Pablo II y la tremenda alegría de la canonización del Padre Alberto Hurtado. Maestro y Discípulo pudimos compartir en el lugar de predicación de Pedro y Pablo.
Es cierto, honores le sobraron: Ministro, Embajador, Senador, pero no era eso lo que le llenaba el alma. Era su familia, en primer lugar, la Iglesia Católica, su Partido Demócrata Cristiano, y el servicio a la Patria, porque si de algo hablaban (y practicaban) los Falangistas era del servicio a la Patria.
¿Cómo llegó el hijo de un liberal balmacedista y de una mujer de familia marcadamente radical y anticlerical, a la Falange Nacional? ¿Cómo fue que un niño y un joven educado en la escuela primaria de Rengo, en el Instituto Nacional y en la Universidad de Chile -todos ellos reflejo del desarrollo histórico del estado docente y laico- llegó a abrazar la causa de la Democracia Cristiana?
Los insondables misterios de Dios, pensarán algunos, pero también la verdadera vocación, el llamado interno volcado al servicio de Dios y de la Patria, abrazando desde muy temprano la causa del social cristianismo, que le dio sentido a su vida y a la de muchos de nosotros.
Querido don Máximo: aquí estamos sus amigos y camaradas, y sus discípulos de tantas generaciones, para despedirlo y más que para despedirlo, para compartir un abrazo fraterno entre todos los que tuvimos la dicha de conocerlo y quererlo, y entre las futuras generaciones que sabrán de su valer y de su temple.
Me despido citándolo a Usted mismo, con las palabras con que cerrara el Prólogo del libro que recién comentábamos:
"Quiera Dios -nos decía Usted- que la comprensión del socialcristianismo sirva de luz en medio de tanta obscuridad, para que los hombres, después de convencerse de su verdad trascendental, puedan decir con el profeta:
-Centinela, ¿qué ha habido esta noche?
-Responde el Centinela: Ha venido la aurora"
Ignacio Walker Prieto
Presidente del PDC
Santiago, 6 de Mayo de 2012