Discurso funeral don Máximo Pacheco Gómez. Ignacio Walker.
Estimados Camaradas:
Comparto con ustedes el
discurso con ocasión del funeral de don Máximo Pacheco Gómez.
El silencio era total,
mezcla de temor por los tiempos que se vivían y de respeto por nuestro
profesor, quién ya por ese entonces era reconocido como una autoridad
(autoritas, es decir, lo que nace de adentro) y un gran demócrata. Un demócrata
cristiano, para ser más precisos, con vocación universal, como buen católico
que siempre fue, abierto de mente y de espíritu, jamás neutral o pusilánime. De
los Falangistas y Demócrata Cristianos podrán decirse muchas cosas pero nunca
que fueran neutrales o pusilánimes.
No volaba una mosca. Era
Marzo de 1974 y en el curso de más de cien alumnos que éramos, en la cátedra de
Introducción al Derecho, había más de 250 personas si contábamos a los que
estaban en el pasillo. Era nuestra primera manifestación pública para protestar
por el nuevo estado de cosas que se vivía en el país, bajo aquél concepto de
"universidad vigilada" que acuñara ese otro gran filósofo que fue don
Jorge Millas.
Nuestro profesor, en medio
del silencio que cortaba el aire como con un cuchillo, no tuvo preámbulos ni
rodeos y fue directo al tema de su primera clase: habló del derecho y la
justicia, un verdadero exocet bajo la línea de flotación de la dictadura.
No hubo aplauso final, fue
una verdadera ovación, que se prolongó por varios minutos.
El significado de aquél
gesto claramente subversivo quedó en evidencia al año siguiente, cuando don
Máximo fue expulsado de la Escuela de Derecho de toda su vida. Su presencia en
la Universidad de Chile debe haber sido considerada como una amenaza para la
seguridad nacional, y lo era.
Luego siguieron las cartas
que nos enviaba desde California, donde impartía sus clases de derecho en un
ambiente libre de coacción y amenaza.
Volvió sin el pelo corto,
la corbata delgada y el terno riguroso que siempre le conocimos; volvió sin
peinado a la gomina, con beatle y un nuevo look proveniente del aire
californiano que lo impregnara en su nueva etapa. Y es que don Máximo siempre
fue un hombre abierto a los nuevos tiempos y a los nuevos desafíos.
Las reuniones siguieron en
su casa, generalmente a la hora del té, donde conocimos a don Patricio Aylwin y
a tantos otros profesores, intelectuales y políticos con quiénes
reflexionábamos sobre el presente y el futuro de Chile, cargados de la doble
sensación de la frustración y la esperanza. Nosotros estábamos a cargo de la
primera, don Máximo de esta última, porque jamás desfalleció, sabedor de la
superioridad moral y espiritual de la democracia y la libertad, por sobre
cualquier forma de opresión.
Éramos jóvenes de 18 y 19
años, algunos de 20 y 21 (los más viejos), que queríamos ser como los primeros
apóstoles y como los primeros falangistas, es decir, como don Máximo y sus
compañeros de ruta en la Falange y en la DC.
El living estaba tapizado
de íconos traídos (legalmente, según se nos explicaba) desde la Unión
Soviética, donde había servido como embajador en tiempos de ese otro ícono que
fue (y que es) don Eduardo Frei Montalva.
Los jóvenes de ese entones
queríamos ser como ellos, nuestros referentes obligados, testimonio vivo del
servicio al bien común, en el abrazo de todos los días y todas las horas a la
causa del social cristianismo.
Luego vinieron las
reuniones, entre solemnes y amistosas, en su oficina de calle Huérfanos donde
nos reuníamos con Donoso, Rammacciotti, Mackenney y Valdivia. Ahí aprendimos
del imperativo categórico de Kant y de Tomás de Aquino. Era una introducción a
los grandes pensadores.
Y es que los falangistas y
los demócrata cristianos de ese entonces leían y se nutrían de los clásicos y
de los grandes pensadores, los que los proveían de las grandes ideas que
nutrían el ideario social cristiano.
"En el Principio era
el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios".
Esta cita de San Juan no
está tomada al azar. Es la cita con que el propio don Máximo Pacheco Gómez
comienza su primer libro, "Política, Economía y Cristianismo",
escrito en 1947 -a decir verdad, ese mismo año también publicaba el libro
"Principios Fundamentales de la Doctrina Social Cristiana". Así eran
los Falangistas de ese entonces, publicaban hasta dos libros en el mismo año.
El capítulo I, Parte
Primera, de ese mismo libro se titula "Supremacía de lo Espiritual",
siguiendo en esto como en tantas otras cosas a Jacques Maritain.
El Prólogo de ese libro lo
escribía otro joven Falangista que tenía el record de haber perdido tres
elecciones consecutivas como candidato a Diputado, en 1937, 1941 y 1945. Su
nombre, Eduardo Frei Montalva, un hombre que como tantos otros hombres de la
primera hora de la Falange, se creía el cuento. Dos años después de haber
escrito ese prólogo, tras tres derrotas consecutivas, era elegido como Senador
por Atacama, y de ahí en adelante hasta convertirse en Presidente de la
República y un grande entre los grandes.
En el Prólogo al libro de
don Máximo, don Eduardo asumía la defensa del social cristianismo frente al
capitalismo y el comunismo.
Presentaba al social
cristianismo como una inquietud y una esperanza, una oportunidad extraordinaria
frente al capitalismo y su lógica deshumanizante, y el comunismo y su carácter
totalitario.
Proponía la
"liberación del hombre" basada en esa realidad fundamental que define
como la persona humana, dentro del "espíritu revolucionario" -así lo
define- que animaba a los Falangistas.
"Sin el reconocimiento
del espíritu no hay libertad, y buscar la justicia a través de lo económico, es
desconocer la verdadera naturaleza humana", sentenciaba Frei Montalva, tal
vez sin saber que ese joven abogado que al año siguiente partiría a la
Universidad de Roma para sacar su Doctorado en Filosofía del Derecho, se
convertiría años más tarde, bajo la Revolución en Libertad, en su Embajador en
la Unión Soviética y en Ministro de Educación.
Antes de partir a Roma, en
1949, se casó con su fiel compañera, Adriana Matte Alessandri, con la que tuvo
nueve hijos, 28 nietos y bisnietos. Ellos sobreviven a ambos, formando una
familia maravillosa, nutrida del carisma y las virtudes (seguramente también de
los defectos) de sus progenitores. Son ellos los testigos principales de su
legado de esposo, de padre, de abuelo, y de bisabuelo, de su estatura moral, de
su fe inquebrantable en Dios y del servicio leal a los principios del humanismo
cristiano y a la Patria misma.
Volviendo a los años del
oscurantismo, don Máximo hizo lo que todo demócrata sabe hacer bajo una
dictadura: abrazar la causa de los derechos humanos. ¿Qué podemos decir de una
Comisión de Derechos Humanos cuyo Presidente era don Jaime Castillo Velasco y
cuyo Vicepresidente era don Máximo Pacheco Gómez?
Es que de esa talla han
sido los hombres y mujeres de nuestro Partido Demócrata Cristiano, que tengo el
honor y la alegría de presidir en la hora presente.
Qué honor estar sentados,
como la bancada más numerosa del Senado, en el mismo hemiciclo donde brilló
como pocos en su calidad de Senador, tras la recuperación de la democracia.
Sacó 114.334 votos en la región del Maule, con un 42,37% y de paso sacó a su
compañero de lista, Jaime Gazmuri, doblando a la lista contraria. Ahí tendría
que haber seguido pero esa es harina de otro costal.
Por esas cosas de la vida
maestro (él) y discípulo (yo, que no soy digno de sacudir el polvo de sus
sandalias), nos encontramos en Roma, en Octubre de 2004, él como Embajador y yo
como Canciller del Presidente Lagos. Cuando me dijo "Ministro", con
voz solemne, me atreví a decirle "no don Máximo, Usted no me va a llamar
Ministro" -bueno, me dijo, a decir verdad, no solo eres Ministro sino mi
jefe.
Es que, más allá de la
anécdota, es el respeto por las formas republicanas y por las instituciones lo
que está en juego; es el trato respetuoso de una autoridad por otra autoridad,
acorde con la tradición republicana de la que siempre fueron tributarias los
Falangistas y los fundadores de nuestro Partido Demócrata Cristiano. Finalmente
develamos la estatua de Santa Teresita, que para eso habíamos ido, y terminamos
en una gran sala con el Papa Juan Pablo II, con nuestra delegación de
parlamentarios y representantes de la Cancillería, en una visita oficial que en
realidad le correspondía a Soledad Alvear, otra discípula de don Máximo, que en
esos días concluía una magnífica labor como Canciller.
Hay que agradecer al
Presidentes Lagos que hizo tan feliz a don Máximo como Embajador ante la Santa
Sede. Entre los Cardenales y Príncipes de la Iglesia, como el servidor de
corazón humilde y acogedor que siempre fue, ahora junto a Mercedes Ignacia, su
fiel compañera de los últimos años, fue inmensamente feliz. Nos tocó compartir,
en los estrechos confines del Vaticano, el dolor y la emoción de la partida de
Juan Pablo II y la tremenda alegría de la canonización del Padre Alberto
Hurtado. Maestro y Discípulo pudimos compartir en el lugar de predicación de
Pedro y Pablo.
Es cierto, honores le
sobraron: Ministro, Embajador, Senador, pero no era eso lo que le llenaba el
alma. Era su familia, en primer lugar, la Iglesia Católica, su Partido
Demócrata Cristiano, y el servicio a la Patria, porque si de algo hablaban (y
practicaban) los Falangistas era del servicio a la Patria.
¿Cómo llegó el hijo de un
liberal balmacedista y de una mujer de familia marcadamente radical y
anticlerical, a la Falange Nacional? ¿Cómo fue que un niño y un joven educado
en la escuela primaria de Rengo, en el Instituto Nacional y en la Universidad
de Chile -todos ellos reflejo del desarrollo histórico del estado docente y
laico- llegó a abrazar la causa de la Democracia Cristiana?
Los insondables misterios
de Dios, pensarán algunos, pero también la verdadera vocación, el llamado
interno volcado al servicio de Dios y de la Patria, abrazando desde muy
temprano la causa del social cristianismo, que le dio sentido a su vida y a la
de muchos de nosotros.
Querido don Máximo: aquí
estamos sus amigos y camaradas, y sus discípulos de tantas generaciones, para
despedirlo y más que para despedirlo, para compartir un abrazo fraterno entre
todos los que tuvimos la dicha de conocerlo y quererlo, y entre las futuras
generaciones que sabrán de su valer y de su temple.
Me despido citándolo a
Usted mismo, con las palabras con que cerrara el Prólogo del libro que recién
comentábamos:
"Quiera Dios -nos
decía Usted- que la comprensión del socialcristianismo sirva de luz en medio de
tanta obscuridad, para que los hombres, después de convencerse de su verdad
trascendental, puedan decir con el profeta:
-Centinela, ¿qué ha habido
esta noche?
-Responde el Centinela: Ha
venido la aurora"
Ignacio Walker Prieto
Presidente del PDC
Santiago, 6
de Mayo de 2012
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