La alianza con los comunistas. Rodolfo Fortunatti
La alianza en
cierne entre los partidos Por la Democracia, Radical, y Comunista, abre un nuevo
escenario. La intervención de un actor ajeno a la Concertación, cual es Juntos Podemos,
altera la actual composición de la coalición y obliga a un debate sobre su
futuro inmediato.
Por cierto, el paso que ahora buscan dar el PPD y el PR, aunque sorpresivo e inexorable
(«el pacto con el PC no se va a echar atrás pese al amedrentamiento de la DC», ha dicho el
timonel radical), no es igual al que emprendieron hace cuatro años, cuando resolvieron
competir unidos en la lista Concertación Progresista, instando a democratacristianos
y socialistas a hacer lo propio en la Concertación Democrática.
El resultado
de aquel ajuste político es bien conocido. La Concertación Democrática logró el 28 por
ciento de los votos y eligió 677 concejales, la Concertación Progresista obtuvo
el 17 por ciento
y eligió 393 concejales, y el Juntos Podemos captó el 9 por ciento, y eligió 79 concejales.
Si en esa ocasión se hubieran fusionado los votos de la Concertación
Progresista con los de
Juntos Podemos, ambas listas habrían capturado el 26 por ciento de los
sufragios, y conseguido
elegir, teóricamente, unos 665 concejales, casi la misma cantidad que la Concertación
Democrática. Los equilibrios en los concejos municipales habrían sido otros, como
distintos habrían sido los estilos de conducción de las alcaldías.
Entonces la
fórmula de radicales y pepedés buscaba aumentar el rendimiento de los votos de toda la
coalición; hoy aspira a incrementar los votos de un sector de ella, con el agravante que
el nuevo arreglo es promovido con posterioridad a los procedimientos diseñados y
aplicados de común acuerdo por los partidos. De hecho, ninguno de los candidatos
comunistas ha debido enfrentar la prueba de las primarias, mecanismo que públicamente
demandaron, por ejemplo, los militantes democratacristianos de Estación Central,
donde el cupo fue cedido al PC. Lo más probable es que de haber operado la preexistencia
del subpacto PPD-PR-PC, las primarias habrían tomado otro cariz. Por de pronto, la
Democracia Cristiana habría advertido la reaparición del peligro que corrió en 2008, cuando
cayó cinco puntos respecto de 2004 ─equivalentes a toda la votación del Partido
Comunista─, y cuando absorbió toda la pérdida de concejales de la coalición:
más de 60 cargos.
Al revés del PPD, que vio crecer su número de concejales, y que volvería a ser el
principal beneficiado por el sistema proporcional que rige las municipales.
Por eso, las
nuevas reglas que se intentan introducir no pueden ser vistas como algo que, por un
supuesto implícito, se cae de maduro, ni como derivación lógica de la autonomía
de las colectividades. Cuando se trabaja en coalición todos ceden parte de su
libertad de acción en provecho
de una acción común, garantía de lo cual es precisamente la confianza explícita de
que todos actuarán en consecuencia.
Guillermo
Teillier se mueve en su campo de autonomía cuando afirma que «nunca el acuerdo para
elegir alcaldes ha estado supeditado a la conducta nuestra en el tema de concejales,
porque no podíamos aceptar una cosa así, sería absurdo y atarse las manos.» Y también
está en lo suyo el diputado comunista Lautaro Carmona cuando sostiene que «no tenemos una
raya que excluya, sino que incluya; si otras fuerzas no tienen voluntad de hacerlo, no
será nuestra responsabilidad.» Pero es demasiado claro que este predicamento no vale para
quienes han actuado en el seno de la Concertación. Luego, la pregunta de fondo es si
quienes se reconocen dentro de la coalición seguirán actuando como coalición.
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