LA LÓGICA DE LO OBVIO Y LA PARADOJA DE LA PREDESTINACIÓN. Rodolfo Fortunatti.
Cuando
el 5 de octubre de 2011, los partidos de la Concertación conmemoraron los
veintitrés años de la coalición, prometieron actuar unidos durante las próximas
dos décadas. Para garantizar esta promesa suscribieron un acuerdo cuya
solemnidad no dejó lugar a dudas sobre la convicción de sus firmantes, y así lo
quiso poner de manifiesto su nombre: Nuestro Compromiso.
Los
cuatro partidos consideraron necesario ampliar la coalición hacia otras fuerzas
políticas y sociales de centro y de izquierda. Ninguno ignoraba las
dificultades de este desafío y, por eso, expresamente dijeron que el modo de
conseguirlo era a través de un debate y de un proceso que debían concordar
entre todos. Respecto de pactos electorales con otros sectores, la única
certeza que tuvieron en condiciones de asumir las colectividades, fue la
disposición a llevar candidaturas únicas de oposición a las alcaldías de todo
el país.
Seis
meses después de aquel compromiso, dos de sus miembros, los partidos Radical y
Por la Democracia, acordaron con el Partido Comunista y, a través suyo, con
otros grupos de la oposición, enfrentar unidos la elección de concejales, lo
que llevó a la Democracia Cristiana y al Partido Socialista, a renovar el pacto
común municipal de 2008.
Se
entiende que algo es unilateral cuando se circunscribe solamente a una parte y
no al conjunto de quienes deben participar. Por lo tanto, si el pacto con el
Partido Comunista es suscrito sólo por dos de los cuatro partidos del
conglomerado, y sin la anuencia de los otros, el acto político en sí mismo es
unilateral y, al serlo, se desmarca de Nuestro Compromiso. En estricto rigor,
el paso dado por radicales y pepedés entraña una renuncia al acuerdo y, por
extensión, a emprender una actuación unitaria de la coalición.
Se
han ofrecido atenuantes para justificar este paso. Las vocerías del PPD y del
PR han coincidido en juzgar el acuerdo como una consecuencia natural de las acciones
llevadas a cabo por el conglomerado. En apoyo de lo cual han traído a colación
los sucesivos arreglos programáticos convenidos entre la Concertación y el
Partido Comunista. Pero si esta lógica de lo obvio tuviera por sí sola los
efectos electorales que se le atribuyen, la voluntad de la Democracia Cristiana
y de Renovación Nacional de reformar el sistema binominal, habría generado,
como consecuencia natural e indiscutible, una alianza electoral de la falange
con la derecha, y el caso es que no sólo es impensable semejante derrotero,
sino que ninguna voz disidente ha acusado el quiebre de la Concertación por
este entendimiento de suyo beneficioso para el país. Desde luego, las cosas no
suceden porque sí, sino porque deseamos que ocurran.
Igual
principio es aplicable a la paradoja de la predestinación presidencial. El
Partido Socialista quisiera que sus aliados se resignaran a la candidatura de
Michelle Bachelet, sólo porque la ex mandataria aparece como la mejor
posicionada en los sondeos de opinión. Esto significaría asumir que una muestra
de mil trescientos encuestados es lo mismo que la deliberación de trece
millones de electores, y no lo es. La opinión de una muestra será siempre una
probabilidad de ocurrencia en un universo electoral, mientras que una elección
es la concurrencia de millones de ciudadanos reales que ejercen efectivamente
su derecho a voto. Por eso, se requiere hacer explícitos objetivos y
procedimientos comunes, ya no para posicionar a una figura en los sondeos, sino
para coronar exitosamente la lucha que habrá de librarse para conseguir la
adhesión ciudadana.
Si
el filósofo socialista Cornelius Castoriadis tiene razón, «podemos ahora
definir la política como la actividad lúcida y explícita que concierne a la
instauración de las instituciones deseables, y a la democracia como el régimen
de auto-institución, lúcida y explícita, tanto como es posible, de
instituciones sociales que dependen de una actividad colectiva y explícita». Y
esto es, ni más ni menos, lo que reclama la Democracia Cristiana.
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