Aliados sin amistad. Andres Rojo.
No dejan de ser curiosas las reacciones al
anuncio DC-PS de llevar candidatos comunes a la Presidencia y a las
parlamentarias, que es a su vez una reacción al anuncio PPD-PRSD-PC de llevar
candidatos comunes a las municipales, si en realidad estos acuerdos no son
pruebas de amistad sino simples negocios, desarrollados en el ámbito de la
política.
Desde que existe el sistema
binominal, es obligatorio realizar este tipo de negociaciones para asegurar la
mayoría. Antes del binominal también se
hacían, pero no era imprescindible hacerlos antes de las elecciones, por lo que
se podría decir que hemos ganado en transparencia.
De todos modos, es evidente que se
trata de un pacto electoral y no político, porque ni la DC ni el PS comparten
parte sustancial de su doctrina ni lo hacen el PPD y el PR con el PC: No hay que suponer más de lo que es: Un
negocio para ser competitivos en el sistema electoral.
Lo mismo se puede decir de RN y la
UDI. Es difícil sostener, y más aún
habiendo transcurrido más de la mitad del gobierno que apoyan, que sean
partidos amigos. No lo son. Se han puesto de acuerdo para hacer un
negocio, que no es otro que alcanzar el poder, y hay que reconocer que lo
lograron, a diferencia de una Concertación que se juraba lealtades y amistades
pero no pudo mantener el apoyo del electorado.
No hay que confundir negocios con
amistad ni mucho menos con un amor verdadero y sincero. Estas uniones son intrínsecamente por
conveniencia y es previsible que cuando se acabe el interés se termine también
el acuerdo y no habría por qué sorprenderse.
Es perfectamente legítimo, en la medida que nadie ha sido engañado.
Lo que sí es distinto es que la
Concertación durante la primera parte de su existencia sí tenía un propósito
que iba más allá de lo puramente electoral.
Se trataba de recuperar la democracia, derrotar a una dictadura por
medio del voto y no de las armas, luego de consolidar ese sistema político y
finalmente avanzar en un mayor equilibrio social con un conjunto de políticas
destinadas a los grupos más débiles y marginados y cuya validez fue reconocida
por el actual gobierno que, en lugar de desmantelarlas, las mantuvo.
Pareciera que mientras existió ese
sentido ético en el ejercicio de la política -o al menos la ilusión de que
hubiera un propósito superior- eran perdonables los acuerdos netamente
electorales, pero al perderse esa orientación ya la desnudez propia del negocio
resultara inexcusable. Ahora que las
cosas son claras, lo único que no se puede perdonar es que el negocio no
resulte.
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