Andrés Velasco. Jorge Canals
El
ex ministro de Hacienda, Andrés Velasco, ha sido uno de los primeros en
manifestar públicamente su deseo de competir como candidato presidencial en las
elecciones del 2013. Saliendo al ruedo con anticipación, sus aspiraciones han
sido sometidas al temprano escrutinio de moros y cristianos.
Igualmente,
ha debido instalar su opción en medio del complejo clima generado por las
movilizaciones estudiantiles, poco propicio a los liderazgos que tengan que ver
con las posiciones políticas tradicionales.
Sin
embargo, algo hay en dicha candidatura que permite que cobre una dimensión
mayor que la de una simple aventura electoral. Y es que ha permitido servir de
catalizador para un debate que aún no se sincera del todo, y que por lo mismo,
no acaba de sedimentar. La candidatura Velasco evidencia la controversia
relativa a las verdaderas causas de la derrota de la Concertación, tras 20 años
de paso por el poder.
De
ahí que los detractores del economista situados en su misma coalición, afirmen
sin ambages que éste simboliza la razón fundamental que explica el descalabro
concertacionista. Tras Velasco, arguyen, se encontraría la tecnocracia, que,
contra la voluntad mayoritaria, desarrolló las políticas neoliberales, que a la
larga, fundan la derrota del sector.
Aquello
explica el rechazo visceral que generan las pretensiones del economista formado
en Harvard. Para algunos incluso se justifica impedir que aquella candidatura
llegue siquiera a enfrentar los procedimientos definitorios que la coalición en
su momento determine.
Más
allá de la discusión de fondo que al efecto deba darse, dos cosas hacen poco
certera y convincente dicha explicación.
Una:
si Velasco, y unos pocos más, fueron, por su exclusiva tozudez, los
responsables de la victoria de Piñera, al impedir cualquier medida que
significase rebasar la ortodoxia liberal, y al hacer vista gorda con las
privatizaciones incesantes de los espacios públicos ¿qué papel le cupo al
resto?
Los
promotores de esta tesis pretenden hacernos creer que la gran mayoría de
funcionarios y militantes concertacionistas carecen de responsabilidad en la
derrota, y no requieren, por tanto, de autocrítica. Igualmente, siguiendo su
lógica, dicha idea implica pensar en profundas desavenencias entre Velasco y la
ex presidenta, durante su gobierno, cosa del todo improbable. Omiten, además,
el hecho incontrastable de que en un régimen presidencial los dueños de las
políticas implementadas son los primeros mandatarios y no sus ministros.
Dos:
La contracara de la tesis de la “herejía liberal” es la existencia de un grupo
de personas guardianas de la ortodoxia contraria. Al grito de “neoliberal”,
cualquiera que desee defender posturas razonables dentro de una economía social
de mercado, quedaría, ipso facto, fuera de la “esencia” de la coalición. Más
radical aún, concede veracidad y predominancia a la idea de que los 20 años de
Concertación se explican en una transacción permanente con la derecha, a
espaldas de un pueblo anhelante de profundas transformaciones sociales.
Dar
un debate serio respecto de los fundamentos de la Concertación supone que las
diversas posturas que reconoce en su seno se expresen libremente. Poco éxito se
le augura eso sí, si dicha discusión descansa sobre un amargo rechazo a la obra
que gran parte de los chilenos reconoce como exitosa.(El Dinamo)
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