La Vía Rápida En Educación. Rodolfo Fortunatti
A estas alturas parece claro que los liderazgos «renovadores» que se instalaron en la DC, el PS y el PPD, tras la derrota presidencial, están provocando un giro de grandes proporciones en la Concertación. Un cambio cuyo curso de acción amenaza la total extinción de los ideales, valores, estilos, lealtades y, sobre todo, prácticas de cooperación, que la convirtieron en la formidable coalición social y política de la transición democrática chilena.
Como en la Crónica de una muerte anunciada, todo el mundo anticipa este fatal
desenlace, pero lo acepta con resignación, a ratos con indiferencia y, otras veces, con
explícita insensibilidad. Es cierto que la Concertación se encuentra reducida a ciertos
ritos políticos e institucionales, como la tradicional reunión semanal de los presidentes
de partidos, y los acuerdos de los comités parlamentarios. Es verdad que se halla
desprovista de vida partidaria, de sociedad civil, de organización social, e incluso de
opinión pública. Pero resulta una paradoja que quienes se declaran concertacionistas
hasta la médula de sus huesos, sean precisamente los que pongan en peligro la
supervivencia de las mínimas instancias de diálogo que aún subsisten en ella.
Lo ocurrido esta semana en el Congreso con el proyecto de reforma de la educación, es
un episodio exuberante en desaprensiones, desdenes y exclusiones que, si hablan de
algo, es de una nueva forma de desacreditar y, en último término, de desterrar, la
deliberación democrática. Con una urgencia injustificable para una transformación
social de la envergadura que los neoliberales se proponen emprender en Chile,
parlamentarios democratacristianos, socialistas y pepedés, concurrieron con sus votos a
la aprobación de este que es uno de los siete proyectos modernizadores del Gobierno.
Se trata de un eje emblemático para el presidenciable ministro Joaquín Lavín. Y para el
país, de un cambio estructural tan trascendente, como lo es hasta nuestros días, el Plan
Laboral de José Piñera. No es por nada que desde mayo de 2010 una comisión de
educación integrada al efecto por representantes de los sectores más renuentes a la
educación pública, se haya entregado a la tarea de diseñarlo y, ahora, de exaltarlo y de
legitimarlo ante los chilenos.
El paso dado ha provocado la marginación del Partido Radical y ha llevado a la
desafiliación de un diputado socialista. Asimismo, ha profundizado la brecha que
separa a los partidos políticos de la sociedad civil, agudizando la conflictividad con
organizaciones sociales de reconocido ascendiente y autoridad en la política del sector,
como el Colegio de Profesores, las asociaciones de padres y apoderados, y las
federaciones estudiantiles.
¿Cuál ha sido la racionalidad de esta conducta política? ¿Por qué la premura en
despachar el proyecto? La urgencia acordada en el Parlamento se ha fundado en el
temor a un «mayo caliente», a una gran movilización ciudadana que hiciera fracasar la
iniciativa. No se necesita desmenuzar este argumento para descubrir que comporta una
opción estratégica consistente en entenderse con el Gobierno aún a riesgo de abandonar
al mundo social. Tiene lógica. Sus mentores creen que la alternativa de la Concertación
está hacia la derecha de la misma y no hacia la izquierda.
A su vez, el costo de desafectar a senadores y diputados disidentes del Protocolo, se ha
amparado en el principio de mayoría de los partidos que sellaron el pacto. Un valor
bastante relativo, pues ninguna de estas colectividades fue capaz de asegurar la
disciplina de voto de sus parlamentarios. De hecho, en el Senado los presidentes de
partidos no lograron comprometer a la cuarta parte de los representantes
concertacionistas y, en la Cámara de Diputados, alrededor de un tercio no estuvo
disponible. Entonces ¿cuál es la mayoría que se invoca? Pues, la actual; una mayoría
líquida y circunstancial, que difícilmente volverá a editarse después de lo aprendido de
esta crisis. Piénsese que sólo habría bastado el voto de los democratacristianos para
asegurar el quórum requerido. A mayor abundamiento, que democratacristianos
esgriman el principio de mayoría para otorgarle un «fast track» al Ejecutivo, después
de haber criticado con energía la estrategia de bloques del «tres contra uno» en el seno
de la Concertación, constituye una inconsistencia política sin duda irritante para
quienes sufren sus consecuencias.
¿Qué queda después de todo? Queda un nuevo escenario político. Uno donde emerge
un actor claro, perfilado y seguro de sus intereses y posibilidades, y otro que no ha
sabido comprender las claves de este actor, no obstante haber sido advertido por la
pluma lúcida y pragmática de Edgardo Boeninger.
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