domingo, noviembre 21, 2010

Mucho llanto y pocas nueces. Jorge Navarrete


MUCHOS PERCIBEN que en estas últimas semanas el debate político se ha crispado sobremanera. Entre los "chupa fusiles", "terrorista", "canallescos", "salida de las juventudes hitlerianas", "pachotadas de cantina" y "otros sitios de mala muerte", la clase política -en un alarde de creatividad- nos ha regalado éstas y otras perlitas que han sido bocado de cardenales para los medios de comunicación.

El gobierno denuncia el obstruccionismo de sus adversarios, mientras que la oposición se queja de que el Ejecutivo la trata con poco respeto. De igual manera, los que hoy hipócritamente fustigan a la Concertación por haber inicialmente rechazado la partida presupuestaria del ministerio encargado de las comunicaciones, hace exactamente un año hicieron lo mismo en relación a una cartera definitivamente más importante: Educación. Y como resultaba predecible, después de haber amenazado con una exhaustiva investigación para aclarar la intervención del gobierno en las elecciones de la ANFP, ni siquiera los promotores de la idea lograron el quórum que se requería para prosperar con dicha iniciativa. Puestas así las cosas, no parece que el escenario haya variado mucho.
Sin ir más lejos, una rápida revisión de la producción parlamentaria desacredita cualquier evidencia de obstruccionismo por parte de la oposición. El propio ministro Larroulet, quien mejor debe conocer el detalle de estas cuestiones, se ha vanagloriado en diversas ocasiones de la gran cantidad de proyectos de ley aprobados durante estos primeros ocho meses de gobierno. ¿Cómo podría ser esto posible sin el voto conforme de sus adversarios, en la medida que el Ejecutivo no tiene la mayoría en el Senado? Más bien, lo que muestran las estadísticas es que la Concertación ha colaborado con el gobierno, al punto incluso de ser algo condescendiente.
Otro tanto acontece con el tema de las interpelaciones. Como se sabe, se trata de una figura que de común acuerdo se incorporó con el objeto de fortalecer las facultades fiscalizadoras de la Cámara de Diputados. Sólo en el primer año del gobierno de Bachelet se utilizó en dos ocasiones, por lo que resulta un tanto extraño que quienes ahora están en La Moneda vean en el uso de dicha facultad constitucional un mero aprovechamiento político. Y para qué decir de las comisiones investigadoras.
Pero incluso si llegáramos a la conclusión de que se han agudizado las discrepancias en el debate público: francamente, bienvenido sea. De hecho, la esencia de la política es administrar nuestras diferencias. Y quizás por las experiencias traumáticas del pasado, hemos terminado por abrazar la peregrina idea de que la ausencia de conflicto es un indicador de la buena relación entre el gobierno y la oposición. Muy por el contrario, la contraposición de ideas es consustancial a la formación del juicio de la opinión pública y de los electores, quienes requieren se justifique por qué y para qué unos ejercen temporalmente el poder, mientras que otros intentan oponerse.
Dicho lo anterior, no creo que el debate político se haya crispado. Más bien se ha deteriorado. Y eso, tampoco, constituye ninguna novedad. Ojalá, al menos, que la próxima vez que se insulten lo hagan con más gracia y elegancia.