Nueva etapa. Eugenio Tironi
Cuando se analiza lo que ocurrió en la mina San José, la primera tentación es calificarlo como milagro, o bien fruto de un liderazgo divinizado. Pero no; fue una puesta en escena de las competencias que Chile ha venido reuniendo a lo largo de su historia. Éste ha sido, por siglos, un país minero. Hay, pues, cultura, formación y tecnología mineras de clase mundial. Todo esto se desplegó en la impecable operación de rescate, ante los ojos del resto de los chilenos y del mundo. Chile es, también por siglos, un país con un Estado fuerte y respetado, incluyendo su gobierno, su policía, sus Fuerzas Armadas. Con pocas empresas en manos estatales, entre ellas Codelco, que se manejan con criterios económicos y no políticos. El rescate no habría sido posible sin estas condiciones de base.
Cuando se habla en el extranjero de "lo bien que se hacen las cosas en Chile", hay que tener en cuenta cuestiones que ni siquiera los chilenos apreciamos en todo su significado: la calidad de sus instituciones y de sus liderazgos; su nivel de educación, puesto de manifiesto en la capacidad y templanza de sus trabajadores y técnicos; la competencia de sus empresas, muchas de ellas en las ligas mundiales, y el sentido de solidaridad de su población, forjado en las catástrofes que recurrentemente lo golpean.
Chile es un país resiliente. Está sometido periódicamente a terremotos que destruyen lo que sus habitantes han levantado, el último de los cuales tuvo lugar apenas hace siete meses. Sabe, por ende, no amilanarse ante las tragedias, y sabe también pararse nuevamente desde las ruinas. Pero sus terremotos no han sido solo geológicos: han sido también políticos. El más doloroso fue el golpe militar de 1973, y la dictadura que le siguió, que implantó un cambio radical en su modelo de desarrollo. Pues bien, Chile también absorbió este cambio, y logró reconstruir con éxito su economía y su democracia. De lo último, la mejor prueba es que después de 20 años en el gobierno, la coalición política que sustituyó a la dictadura fue derrotada en elecciones limpias por una coalición cuyos líderes, en su gran mayoría, estuvieron con Pinochet: no obstante, la transición se ha realizado sin tropiezo alguno.
Los chilenos de hoy son optimistas de las oportunidades que les ofrece su país, y confían en que su esfuerzo será premiado. Esto hace soportar niveles de desigualdad y de riesgo que en otros países serían intolerables. Pero algo cambió en la conciencia del país con lo ocurrido en la mina San José. Ciertas afirmaciones, por ejemplo, ya no son tolerables: por ejemplo, que el exceso de celo en la seguridad laboral afecta la competitividad, o que hay que terminar con los "ejércitos de fiscalizadores". Y, en otro plano, después de que el país fue testigo de la lección de colaboración, inteligencia y liderazgo que dieron los mineros, es difícil insistir en que la participación y organización de los trabajadores son negativas para las empresas.
Sí, la imagen de Chile ante el mundo ha cambiado porque Chile ha cambiado. Por eso mismo, en vez de lanzar frases arrogantes, ahora hay que hacer las tareas pendientes. Chile ha probado que ya posee los grados de fe en el futuro, de ansias de recompensa, de solidez institucional y de capacidad empresarial sin los cuales no es posible el desarrollo capitalista; pero aún carece de la cultura de respeto a los trabajadores, del grado de asociatividad de los mismos y de los mecanismos de contención de los animal spirits , sin los cuales no es posible un desarrollo más humano. Si ahora se avanza en esta nueva etapa, la epopeya de los mineros será aún más imperecedera.
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