domingo, septiembre 05, 2010

EL PRESIDENTE WINNER. Alvaro Ramis.

Sebastián Piñera no ha logrado su poder sobre la base del virtuosismo cívico o fidelidad a sus convicciones. Tampoco por conocer de literatura o por tener buena ortografía. Menos por su oratoria o por haber dado muestras de desprendimiento, altruismo o generosidad. El atractivo que ha logrado despertar radica en su capacidad de aparecer siempre como un ganador. Y en una sociedad modelada por la racionalidad neoliberal sólo hay un objetivo que parece superponerse al lucro y la utilidad: mostrarse como un “winner” permanente, en todo y por siempre. Por eso, cuando el domingo 22 de agosto, muy temprano, Piñera supo que los 33 mineros estaban vivos, programó todo para poder dar él mismo, en persona, esa noticia. No importó que los familiares tuvieran que esperar o que la tragedia del grupo de trabajadores se convirtiera en material para el morbo y el espectáculo. Una vez más Piñera ganó. La agenda pública, centrada en la arremetida privatizadora, las protestas de los damnificados, los conflictos de intereses presidenciales, el “terrorismo incipiente”, los despidos en el sector público, la huelga de hambre mapuche, todo eso y mucho más pasó al olvido y Piñera pudo aparecer ante el mundo como un exitoso estadista, ocultando de pasada a quienes presionaron durante 17 días para que el gobierno no abandonara el rescate.

Una vorágine de adrenalina parece dominar al presidente en muchas ocasiones. Como aquel instante en que reaccionó ante la aprobación, en la COREMA de Coquimbo, de la termoeléctrica de Barrancones. No fueron nuestras protestas, ni el espanto colectivo ante la inmimente destrucción de una reserva ecológica incomparable la que le llevaron a actuar. La represión a las manifestaciones del martes 24 de agosto tuvo la misma brutalidad que la que han vivido los estudiantes, los pobladores de Dichato, o los deudores habitacionales. Lo que le movió a llamar a Suez Energy y pedirle que deslocalizara el proyecto fue su temor a verse derrotado si no lograba cumplir una promesa pública de campaña. No le importó mucho que en su acción desnudara las miserias de la institucionalidad ambiental diseñada para tranquilizar a las empresas, dejara sin piso político al intendente de Coquimbo y pusiera en ridículo a la ministra de Medioambiente. Piñera no podía permitirse aparecer como un “loser”. Menos a pocas horas de su momento de gloria en la mina San José.

En esta y en muchas otras ocasiones ha mostrado que no tiene otros principios que no sean sus intereses, y en un sentido muy reducido y personal. Sus intervenciones no tienen otro norte que satisfacer una adicción irrefrenable a la victoria. Y en ese campo no se le puede discutir un talento magistral y una audacia que bordea la desmezura. Como el atrevimiento que demostró al lanzar en 2005 su candidatura presidencial y disputarle a Joaquín Lavín su entonces claro liderazgo de la derecha. O el desparpajo que le permitió engatuzar a Ricardo Claro en el negocio de las tarjetas de crédito. El problema es que en la antigüedad los generales o emperadores afligidos por un síndrome similar poseían un esclavo que les decía al oído, mientras marchaban bajo arcos de triunfo, “sic transit gloria mundi”. En cambio Piñera no parece escuchar más que a su propio ego y luego de gozar el sabor efímero del triunfo ha estado obligado a recoger los efectos de sus excesos.

En esta dinámica su actuar político está más cerca de la amoralidad que de la inmoralidad. Si la Concertación cayó una y otra vez en inconsistencias éticas que le llevaban a declarar su adhesión a determinados valores y a gobernar después con los contrarios, Piñera no parece afectarle tal dicotomía. Siempre será capaz de conjugar los opuestos si eso le da crédito y ganancia, sin remordimientos. Y si bien ha puesto en puestos claves a verdaderos “talibanes” (neoliberales, católicos o pinochetistas ) lo ha hecho porque les necesita, pero no está dispuesto a defender en público sus exabruptos. En cierta forma Piñera es lo puesto a Jaime Guzmán que hablaba de “principios conceptuales sólidos y de valores morales objetivos y graníticos”.Pero tampoco se trata de ver en Piñera a un liberal constreñido por los límites y dificutades de la política. Como dijo Groucho Marx, “Estos son mis principios. Pero si no le gustan, tengo estos otros”. Una actitud útil para subir el rating de un canal de televisión o para vender baratijas en un supermercado, pero contradictoria con la construcción de un proyecto de largo plazo. Simplemente sucede que con Piñera todo puede ser o no ser, en tanto coincida con sus conveniencias.