Chile llora. Juan Manuel Astorga.
No se llora para el cumpleaños. No se llora pero Chile lo hace y por segunda vez en el año de su Bicentenario. Si al sur lo enlutó el terremoto, al norte amenaza con vestirlo de negro una maldita mina. Treinta y tres compatriotas atrapados con escaso aire tienen al resto con la respiración contenida. Hemos manifestado esperanzas en público, pero en privado nuestros peores y más fatalistas pronósticos. Antítesis como evidente arquetipo de un país que debía celebrar, pero llora.
Así somos. Insoportablemente contrastados. Desiguales hasta la médula. Insufribles por tener demasiados blancos y negros. Un país bien rankeado por el Banco Mundial, elogiado por los líderes internacionales e instalado en las posiciones de privilegio económico global pero con más pobreza hoy que ayer, con escandalosos grados de disparidad en el ingreso y con sectores sociales abiertamente descontentos. En lo primero somos la envidia del continente. En lo segundo claramente no. Lados A y B de una sociedad que en estos días nos volvió a mostrar un nítido ejemplo de desigualdad. Esforzados trabajadores mineros que por unos pesos que para muchos nunca serían los suficientes, estropean su salud y arriesgan sus vidas para extraer minerales que enriquecen a otros. El cara y sello de una misma moneda, esa que a unos les sobra y que otros tienen que pedirla en la calle o ganársela a riesgo de morir en el intento.
Exigimos responsables por un derrumbe, pero desatendimos sus reclamos hace unos años cuando pedían mayores niveles de seguridad. Sabíamos que se sumergían en la oscuridad y el peligro en lugares que ni por aventura visitaríamos y pusimos atención en otras cosas. Hoy queremos las cabezas de los culpables. Y probablemente las tengamos. La guillotina no corta sin embargo el problema de fondo. Mientras tierra arriba, gozosos, exhibimos el cobre como orgullo nacional y calculamos cuánta plata extra para los bolsillos del Estado y los privados representa un mejor precio del brillante metal, abajo otros hacen el trabajo negro y sucio. Miramos siempre las transacciones de la Bolsa de Metales de Londres pero son pocas las veces que exigimos que ese aumento en el valor de la libra de cobre vaya a mejores y más dignas condiciones para quienes las extraen.
El minero chileno es como el huaso a caballo, un símbolo de la patria. Bien poco cuidamos a nuestros emblemas nacionales. Como al cóndor y el huemul, que por escaso la mayoría nunca ha visto en realidad, al minero hay que salvarlo antes que se extinga.
Orgullosos unos, resignados otros, está claro a estas alturas que Chile eligió quedarse con el modelo del libre mercado, convencido de que asigna mejor los recursos que se obtienen a través de un mayor crecimiento económico. El problema es que las propias bases de la teoría económica dicen que el mercado no tiene por qué generar una distribución que sea equitativa. Si hablamos de contrastes es ahí mismo, arriba y debajo de la mina San José, donde se evidencia que la ine quidad duele y también mata.
Hablamos de sueldo ético pero nos olvidamos de algo incluso más básico: la seguridad personal del que poco gana. Apenas podemos garantizar ingresos. Menos, entonces, condiciones mínimas para sobrevivir. Con nuestros mineros, eso de “trabajar nunca ha matado a nadie” sabemos que puede ser una cruel ironía.
Son esos los extremos tan evidentes de un Chile que pasa de la cordillera al mar en pocos kilómetros de distancia; que tiene supremacía en el gélido continente antártico pero a la vez cuenta con el desierto más árido del mundo; ese que pasa de la sequía a las inundaciones en sólo media tarde; aquél que marcó pauta como el primero del continente en tener a una mujer presidenta pero el último en contar con ley de divorcio. Es ese Chile, el de extremos incomprensibles, el que nos hace vergonzosamente únicos. Por lo mismo, la historia de humildes trabajadores atrapados en la precariedad de una mina que produce millones y millones a sus dueños es un ejemplo que podría parecer surrealista, pero a estas alturas, más parece costumbrista.Publimetro.
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