lunes, junio 21, 2010

SOBRE OPIO Y CIRCO. Andres Rojo


Parece ser de buen gusto para un intelectual recurrir a la famosa cita de Carlos Marx para referirse a los hechos que suceden mientras se desarrolla el Mundial de Fútbol de Sudáfrica. Otros preferirán recordar lo de Pan y Circo, acuñado por el poeta romano Juvenal en el siglo I, sólo que en estos días la parte del pan se reemplaza por créditos para que los fanáticos puedan viajar a África o sustituir sus televisores por nuevos modelos.
En cualquiera de los dos casos es posible encontrar en la prensa varios ejemplos que justifican a los críticos, del mismo modo que también es de buen gusto encontrar sesudos artículos de otros intelectuales y hasta del actual Papa, alabando la realización de estos eventos y realizando interpretaciones que permiten ver su lado positivo.
Esta situación debería llevar a suponer que no es el Mundial en sí el pernicioso, sino el empleo que se le da a los medios de comunicación, debidamente orientados por el poder, para distraer a la gente de otras preocupaciones más inmediatas, aprovechando la comprensible y legítima aspiración de las personas de aliviar su mente de las preocupaciones que les puedan resultar angustiantes.
De todos modos, es necesario entender que un uso maquiavélico de los medios de comunicación no se produce sólo durante estos eventos de alcance mundial, sino que de manera permanente y que, al mismo tiempo, no siempre es producto de malévolas intenciones alienantes de parte de un poder oculto en las sombras interesado en mantener la ignorancia y desinformación de la ciudadanía, sino que basta con atender a las propias inquietudes de las personas que, muchas veces, prefieren la exposición de chicas poco mayores que adolescentes realizando bailes sin mayor gracia o la profusión de un humor chabacano, que programas o contenidos periodísticos de valor cultural.
Sin entrar a considerar que la cultura misma ya es un asunto de difícil definición, no se puede dejar de lado que la prensa y la cultura han entrado a formar parte de los bienes que se transan de acuerdo a las reglas del mercado, lo que constituye el primer error estratégico de cualquier sociedad que aspire de verdad al enriquecimiento intelectual y moral de sus integrantes.
Se puede argumentar que también sería un error reservar para una élite la tarea de definir lo que es valioso, desde el punto de vista cultural para la sociedad, lo que tiene una dosis importante de realismo, porque se trata de un asunto que no se puede resolver con facilidad, pero tampoco es posible despacharlo con la facilidad de suponer que todo es opio o circo.