Renovación o reemplazo. Por Cristóbal Bellolio B.
¿Qué habría pasado si los jóvenes de la Falange se hubiesen inhibido de “matar al padre”? ¿Cómo se habría escrito la trayectoria política del siglo XX en Chile si Frei Montalva hubiese preferido “cambiar las cosas por dentro”? Iniciativas renovadoras o que aspiran derechamente a sustituir a los actuales partidos hay muchas. Seleccioné cuatro, sabiendo que la elección puede ser arbitraria, cuando no interesada.
En 1938, los inquietos jóvenes del Partido Conservador chileno se niegan a apoyar al candidato presidencial Gustavo Ross y, en consecuencia, son “invitados a retirarse” de la colectividad. Eduardo Frei Montalva, Bernardo Leighton y compañía forman la Falange Nacional, que posteriormente se transforma en el Partido Demócrata Cristiano.
La historia es conocida. Y se repite a través del tiempo: ruptura de estructuras tradicionales a fuerza de rebeldía y convicción. ¿Qué habría pasado si estos entusiastas de la doctrina social de la Iglesia se hubiesen inhibido de “matar al padre”? ¿Cómo se habría escrito la trayectoria política del siglo XX en Chile si Frei hubiese preferido “cambiar las cosas por dentro”?
Al 2010, es evidente que nuestro andamiaje político partidista exhibe notorias grietas. El clivaje autoritarismo/democracia ha perdido casi toda su vigencia. La transición ha terminado en todas sus expresiones: del primer presidente socialista en La Moneda después de Allende al primer presidente de centroderecha en La Moneda después de Pinochet. Los partidos son las instituciones públicas más desprestigiadas, mientras se convierte en lugar común clamar por la renovación de la dirigencia política. O el sistema aprende a oxigenarse a sí mismo para conservar legitimidad social, o se abre la posibilidad del reemplazo de los actores.
Iniciativas renovadoras o que aspiran derechamente a sustituir a los actualespartidos hay muchas. Seleccioné cuatro que han tenido cierta visibilidad (y por ende, una presunción de peso específico) y comparten un ADN determinante: todas valorizan en alto grado la actividad política y ninguna de ellas desconoce que los partidos son esenciales para la democracia. Su acuerdo radica en que los actuales partidos políticos no son divinos ni inmutables. En que no tienen un derecho natural a permanecer en la papeleta ni gozan de una concesión eterna. Esto hace que los cuatro estén lejos de ser anti sistémicos. Han dejado claro que no son grupos de presión ni think tanks; que pretenden competir (ahora o más adelante) por ejercer el poder sin contentarse con influir en él. Y aunque sus estrategias son divergentes, están cruzados por una misma agenda: renovación o reemplazo.
El caso pro: el nacimiento de un partido
Corresponde partir por el ejemplo más sobresaliente: el nuevo Partido Progresista, de Marco Enríquez-Ominami (36). Nace al alero de un carisma, es innegable. De un carisma y de una aventura, que estuvo a poco de ser épica. No hay mejor pegamento que subir juntos una montaña. Y el grueso de la flamante militancia progresista (esta vez al menos es un nombre y no sólo un difuso concepto) proviene de esa aventura. Evidentemente, el siguiente paso es alimentar nuevos rostros, de lo contrario se queda estancada en el personalismo. Carlos Ominami agrega tonelaje, pero no basta ni aporta una pizca de renovación.
En lo que el ex senador sí tiene un rol expectante es en el desafío federativo del “progresismo” (esta vez, sumando al tradicional “mundo PS-PPD”). No es ningún misterio que el plan de Marco Enríquez involucra más actores. El PRO por sí solo podría estar siendo legítimamente instrumental. Sin las evidentes limitaciones del binominal, las próximas elecciones municipales constituyen una ocasión para actualizar el peso específico del marquismo. El desafío es doble: desde la perspectiva electoral, competir contra la propia sombra del 20% obtenido en la presidencial; desde el punto de vista ideológico, repartirse entre tres un electorado que antes abastecía a dos. Esto último podría salvarse apenas ampliando la convocatoria más allá de la frontera izquierda de la vieja Concertación. En este caso, todo parece indicar que se trata de un juego sin la DC. Y sin el centro liberal que ME-O cautivó en primera vuelta y que luego optó por Piñera en segunda.
¿Y por qué no exigirles cambiar los actuales partidos por dentro? Primero, porque las lealtades quedaron en muchos casos devastadas. Segundo, porque han demostrado acumular más poder corriendo por la libre. Y tercero, porque los acompaña la frescura de lo que recién comienza. En último término, porque el destino de esta cruzada es presidencial, y dentro de los partidos de la Concertación nadie querrá despejarle la pista a l’enfant terrible: la claudicación del girardismo en el PPD y la eventual derrota de Marcelo Díaz en el PS acortan su margen de negociación.
El caso Frecuencia Pública: bajando los costos de entrada
Para la mayoría de los medios, es “el grupo de Bowen”. Pero Frecuencia Pública es bastante más que eso. La reciente campaña de Frei Ruiz-Tagle sirvió para activar un movimiento que lleva un buen tiempo germinando. El propio Sebastián Bowen (28) no entró a la política de una día para otro. Durante su estadía en el Techo, y mucho antes de eso, ya rumiaba junto a otros la necesidad de proyectos alternativos. Frecuencia Pública es la auténtica patrulla juvenil (no la de Orrego, Tohá y Lagos Weber) que desembarca en una empresa electoral con cara de oportunidad.
Pero a diferencia de los citados Orrego, Tohá y Lagos Weber (aparte de unos 15 años menos), pocos de ellos sienten la carga de romper la lealtad filial. No asumirán esa culpa, en un mundo donde las culpas pesan. No hay, por lo tanto, imperativo moral para enchular la DC. Si no hay problema moral, no hay problema político. La impecable lógica jesuita. Además, dato empírico, ni los príncipes (especialmente, los príncipes) se han demostrado muy duchos en abrirse paso.
Aun la reseña es mezquina. Frecuencia Pública es hija de la Concertación, no de alguno de sus partidos individualmente considerado. Conviven socialcristianos y socialdemócratas sin percibir mayores diferencias. Por eso no fue Eduardo Frei sino Ricardo Lagos Escobar (el más concertacionista de los presidentes que tuvo la Concertación) el escogido para acompañarlos en su lanzamiento, transformándose automáticamente en su “padrino político”.
¿Cuál es el porvenir de Frecuencia Pública? No hay una voluntad clara de querer constituirse en partido. Quizás no sea necesario. Quizás la función que asuman esté más vinculada a bajar los costos de entrada de cientos de jóvenes a la política partidista. Un escalón previo a la realpolitik, a esa realidad que terminó con Bowen con escalofríos. Pero en lo que se llama política, ya están adentro. Queda por ver cómo subsiste la Concertación junior (autodefinida de centroizquierda) mientras la de arriba siga batallando entre la decadente conservación y la incierta renovación. Si esta última fracasa, paradojalmente, el horizonte de Bowen y compañía se ve más promisorio.
El caso Red Liberal: explorando un espacio político
Antes de comenzar, el respectivo disclosure: el suscrito (30) es el activista más visible de Red Liberal. Un análisis pretendidamente distanciado me es imposible.
Liberalismo es un concepto disputado. Para algunos significa endiosar al mercado mientras para otros, la flexibilidad suprema en materias del ombligo hacia abajo. Tiene algo de ambas, pero son partes fragmentarias de un rompecabezas más grande. Para la sensibilidad liberal, el derecho a elegir (no sólo en el supermercado, sino en la vida) es justamente un derecho y no un lujo, y debe ser lo más extendido posible. En Chile, como en casi toda Latinoamérica, no posee una expresión política químicamente pura. Los liberales chilenos conviven con conservadores a la derecha y con socialistas a la izquierda. La binominalización los divide. Necesitan retornar a una nueva era de tres tercios.
¿Hay agua en la piscina? Red Liberal cree que llega en buen momento: así como en 2005 la vedette de la segunda vuelta fue elhumanismocristiano,en2009fueelliberalismo progresista. Marco Enríquez tiene que ver con ello. El propio Piñera oscila entre el liberalismo pragmático y el conservadurismo compasivo. El “padrón del cambio” que empezaría a correr en 2012 genera una ventana: las nuevas generaciones son más celosas de su libertad individual. El principal problema del proyecto es institucional, pero también le juega en contra el prevalente espíritu de tribu (ese que hace muy difícil cruzar el río): los vínculos tejidos en el seno de una u otra familia política, la concertacionista o la aliancista.
Pero Red Liberal es apenas un experimento virtual: su convocatoria emerge básicamente de aplicaciones sociales de la web como facebook y Twitter. Los liberales estaban ahí desde mucho antes; repartidos por todas partes (especialmente, en la Fundación Balmaceda), esperando reagruparse, atesorando la expectativa de conmemorar el bicentenario resucitando al extinto Partido Liberal, de larga tradición republicana. En todo caso, no hay acuerdos monolíticos respecto de la estrategia partidaria. Una política de alianzas no es descartable si no hay fuerza suficiente para intentar el camino propio.
El caso de Paiz: reconstruyendo la izquierda
Como en ninguna otra cultura política chilena, la izquierda (ex extraparlamentaria) está plagada de conversaciones intelectuales y estratégicas que suelen dar origen a una multitud de grupos, células y grupúsculos con identidades paralelas. Al año 2010, ya no se trata puramente de facciones trotskistas, leninistas, anarquistas o neo marxistas. Ahora el factor generacional toma cierta relevancia. No podría ser de otra forma: la nostalgia allendista y la sufrida vivencia bajo la dictadura han eternizado un relato que cuesta conectar con el nuevo Chile. Las últimas parlamentarias le dieron al Partido Comunista sus primeros tres diputados, lo que podría llamar a engaño: son todos de viejo cuño, ninguna apuesta al futuro. La dinámica interna del PC, su ritualidad y paso cansino, son generalmente rechazados por los jóvenes que se autodefinen de izquierda. “Cambiarlo por dentro” no es una perspectiva alentadora.
De la mano de Salvador Muñoz (24), ex coordinador de la campaña de Jorge Arrate, el Paiz (Partido de Izquierda) busca hoy su oportunidad. El lenguaje no ha cambiado mucho, la crítica al sistema tampoco. Pero estéticamente ya es una opción renovadora. Su principal desafío es ofrecer un camino programático alternativo al modelo que sea tan sustentable intelectualmente como viable empíricamente. Luego, no es menor, hacerlo atractivo para la competencia electoral. ¿Podrá serlo si la principal bandera es una asamblea constituyente? Difícil, muy difícil.
En todo caso, cargan con menos prejuicios que sus antecesores. El mismo Muñoz colabora con el think tank freísta Océanos Azules. Absorben ese aroma de “izquierda razonable” que repartía Arrate en cada foro y debate. Si se potencian con los cuadros emergidos del largo proceso de rebeldía que ha vivido el movimiento estudiantil (particularmente a través del liderazgo de los ex FECH, autodenominados “Nueva Izquierda”), se trata de una fuerza política que merece ser observada con atención.
Una mirada desde el balcón
La política no es una carrera de velocidad. Más bien parece una maratón. Que los grupos precedentemente reseñados no alcancen sus objetivos en el corto plazo no descalifica sus esfuerzos. La Falange de Frei Montalva demoró más de 20 años en transformarse en una fuerza política electoralmente respetable. La habilidad de éstas y otras iniciativas radica en su capacidad de abrirse camino, entendiendo que esto puede ocurrir por dentro o por fuera de las actuales estructuras partidarias. Persistir en la identidad propia es loable, pero cada cierto tiempo conviene preguntarse si el voluntarismo no choca con un muro de realidad. Los casos del PRI y ChilePrimero son paradigmáticos. Ambos partidos, al igual que la Falange, nacen a partir de sonados destierros. La diferencia es que aún cuesta identificar un eje político (como lo fue el discurso socialcristiano en su época) que trascienda las batallas personales de sus fundadores (Adolfo Zaldívar por una parte, Flores & Schaulsohn por la otra).
He tenido la oportunidad de fundar un par de proyectos políticos y sociales en mi corta experiencia. Cuando empiezan a flaquear, me cuesta aceptar que llegó el tiempo de cerrar la cortina. Me cuesta aceptar que otros estén intentando fundar sus propios movimientos porque los “nuestros” han mostrado ser insuficientes. Mi primera reacción es pedir que “los cambien por dentro”. Me imagino que lo mismo debe pasarle al viejo Ricardo Lagos Escobar. Hace pocos días le escuché decir que “la Concertación debe seguir tal cual es y ha sido siempre”. Lo entiendo: él contribuyó a fundarla. Sus huellas digitales están en todas partes, no sólo en el PPD (que también fundó). Debe ser tremendamente difícil aceptar el derecho a la emancipación institucional que el propio Lagos gozó hace casi tres décadas. Pero el ser humano avanza rompiendo con el pasado, dialogando entre el statu quo y el incierto progreso, fundando nuevas ciudades. Renovando… o reemplazando.R.Capital
En 1938, los inquietos jóvenes del Partido Conservador chileno se niegan a apoyar al candidato presidencial Gustavo Ross y, en consecuencia, son “invitados a retirarse” de la colectividad. Eduardo Frei Montalva, Bernardo Leighton y compañía forman la Falange Nacional, que posteriormente se transforma en el Partido Demócrata Cristiano.
La historia es conocida. Y se repite a través del tiempo: ruptura de estructuras tradicionales a fuerza de rebeldía y convicción. ¿Qué habría pasado si estos entusiastas de la doctrina social de la Iglesia se hubiesen inhibido de “matar al padre”? ¿Cómo se habría escrito la trayectoria política del siglo XX en Chile si Frei hubiese preferido “cambiar las cosas por dentro”?
Al 2010, es evidente que nuestro andamiaje político partidista exhibe notorias grietas. El clivaje autoritarismo/democracia ha perdido casi toda su vigencia. La transición ha terminado en todas sus expresiones: del primer presidente socialista en La Moneda después de Allende al primer presidente de centroderecha en La Moneda después de Pinochet. Los partidos son las instituciones públicas más desprestigiadas, mientras se convierte en lugar común clamar por la renovación de la dirigencia política. O el sistema aprende a oxigenarse a sí mismo para conservar legitimidad social, o se abre la posibilidad del reemplazo de los actores.
Iniciativas renovadoras o que aspiran derechamente a sustituir a los actualespartidos hay muchas. Seleccioné cuatro que han tenido cierta visibilidad (y por ende, una presunción de peso específico) y comparten un ADN determinante: todas valorizan en alto grado la actividad política y ninguna de ellas desconoce que los partidos son esenciales para la democracia. Su acuerdo radica en que los actuales partidos políticos no son divinos ni inmutables. En que no tienen un derecho natural a permanecer en la papeleta ni gozan de una concesión eterna. Esto hace que los cuatro estén lejos de ser anti sistémicos. Han dejado claro que no son grupos de presión ni think tanks; que pretenden competir (ahora o más adelante) por ejercer el poder sin contentarse con influir en él. Y aunque sus estrategias son divergentes, están cruzados por una misma agenda: renovación o reemplazo.
El caso pro: el nacimiento de un partido
Corresponde partir por el ejemplo más sobresaliente: el nuevo Partido Progresista, de Marco Enríquez-Ominami (36). Nace al alero de un carisma, es innegable. De un carisma y de una aventura, que estuvo a poco de ser épica. No hay mejor pegamento que subir juntos una montaña. Y el grueso de la flamante militancia progresista (esta vez al menos es un nombre y no sólo un difuso concepto) proviene de esa aventura. Evidentemente, el siguiente paso es alimentar nuevos rostros, de lo contrario se queda estancada en el personalismo. Carlos Ominami agrega tonelaje, pero no basta ni aporta una pizca de renovación.
En lo que el ex senador sí tiene un rol expectante es en el desafío federativo del “progresismo” (esta vez, sumando al tradicional “mundo PS-PPD”). No es ningún misterio que el plan de Marco Enríquez involucra más actores. El PRO por sí solo podría estar siendo legítimamente instrumental. Sin las evidentes limitaciones del binominal, las próximas elecciones municipales constituyen una ocasión para actualizar el peso específico del marquismo. El desafío es doble: desde la perspectiva electoral, competir contra la propia sombra del 20% obtenido en la presidencial; desde el punto de vista ideológico, repartirse entre tres un electorado que antes abastecía a dos. Esto último podría salvarse apenas ampliando la convocatoria más allá de la frontera izquierda de la vieja Concertación. En este caso, todo parece indicar que se trata de un juego sin la DC. Y sin el centro liberal que ME-O cautivó en primera vuelta y que luego optó por Piñera en segunda.
¿Y por qué no exigirles cambiar los actuales partidos por dentro? Primero, porque las lealtades quedaron en muchos casos devastadas. Segundo, porque han demostrado acumular más poder corriendo por la libre. Y tercero, porque los acompaña la frescura de lo que recién comienza. En último término, porque el destino de esta cruzada es presidencial, y dentro de los partidos de la Concertación nadie querrá despejarle la pista a l’enfant terrible: la claudicación del girardismo en el PPD y la eventual derrota de Marcelo Díaz en el PS acortan su margen de negociación.
El caso Frecuencia Pública: bajando los costos de entrada
Para la mayoría de los medios, es “el grupo de Bowen”. Pero Frecuencia Pública es bastante más que eso. La reciente campaña de Frei Ruiz-Tagle sirvió para activar un movimiento que lleva un buen tiempo germinando. El propio Sebastián Bowen (28) no entró a la política de una día para otro. Durante su estadía en el Techo, y mucho antes de eso, ya rumiaba junto a otros la necesidad de proyectos alternativos. Frecuencia Pública es la auténtica patrulla juvenil (no la de Orrego, Tohá y Lagos Weber) que desembarca en una empresa electoral con cara de oportunidad.
Pero a diferencia de los citados Orrego, Tohá y Lagos Weber (aparte de unos 15 años menos), pocos de ellos sienten la carga de romper la lealtad filial. No asumirán esa culpa, en un mundo donde las culpas pesan. No hay, por lo tanto, imperativo moral para enchular la DC. Si no hay problema moral, no hay problema político. La impecable lógica jesuita. Además, dato empírico, ni los príncipes (especialmente, los príncipes) se han demostrado muy duchos en abrirse paso.
Aun la reseña es mezquina. Frecuencia Pública es hija de la Concertación, no de alguno de sus partidos individualmente considerado. Conviven socialcristianos y socialdemócratas sin percibir mayores diferencias. Por eso no fue Eduardo Frei sino Ricardo Lagos Escobar (el más concertacionista de los presidentes que tuvo la Concertación) el escogido para acompañarlos en su lanzamiento, transformándose automáticamente en su “padrino político”.
¿Cuál es el porvenir de Frecuencia Pública? No hay una voluntad clara de querer constituirse en partido. Quizás no sea necesario. Quizás la función que asuman esté más vinculada a bajar los costos de entrada de cientos de jóvenes a la política partidista. Un escalón previo a la realpolitik, a esa realidad que terminó con Bowen con escalofríos. Pero en lo que se llama política, ya están adentro. Queda por ver cómo subsiste la Concertación junior (autodefinida de centroizquierda) mientras la de arriba siga batallando entre la decadente conservación y la incierta renovación. Si esta última fracasa, paradojalmente, el horizonte de Bowen y compañía se ve más promisorio.
El caso Red Liberal: explorando un espacio político
Antes de comenzar, el respectivo disclosure: el suscrito (30) es el activista más visible de Red Liberal. Un análisis pretendidamente distanciado me es imposible.
Liberalismo es un concepto disputado. Para algunos significa endiosar al mercado mientras para otros, la flexibilidad suprema en materias del ombligo hacia abajo. Tiene algo de ambas, pero son partes fragmentarias de un rompecabezas más grande. Para la sensibilidad liberal, el derecho a elegir (no sólo en el supermercado, sino en la vida) es justamente un derecho y no un lujo, y debe ser lo más extendido posible. En Chile, como en casi toda Latinoamérica, no posee una expresión política químicamente pura. Los liberales chilenos conviven con conservadores a la derecha y con socialistas a la izquierda. La binominalización los divide. Necesitan retornar a una nueva era de tres tercios.
¿Hay agua en la piscina? Red Liberal cree que llega en buen momento: así como en 2005 la vedette de la segunda vuelta fue elhumanismocristiano,en2009fueelliberalismo progresista. Marco Enríquez tiene que ver con ello. El propio Piñera oscila entre el liberalismo pragmático y el conservadurismo compasivo. El “padrón del cambio” que empezaría a correr en 2012 genera una ventana: las nuevas generaciones son más celosas de su libertad individual. El principal problema del proyecto es institucional, pero también le juega en contra el prevalente espíritu de tribu (ese que hace muy difícil cruzar el río): los vínculos tejidos en el seno de una u otra familia política, la concertacionista o la aliancista.
Pero Red Liberal es apenas un experimento virtual: su convocatoria emerge básicamente de aplicaciones sociales de la web como facebook y Twitter. Los liberales estaban ahí desde mucho antes; repartidos por todas partes (especialmente, en la Fundación Balmaceda), esperando reagruparse, atesorando la expectativa de conmemorar el bicentenario resucitando al extinto Partido Liberal, de larga tradición republicana. En todo caso, no hay acuerdos monolíticos respecto de la estrategia partidaria. Una política de alianzas no es descartable si no hay fuerza suficiente para intentar el camino propio.
El caso de Paiz: reconstruyendo la izquierda
Como en ninguna otra cultura política chilena, la izquierda (ex extraparlamentaria) está plagada de conversaciones intelectuales y estratégicas que suelen dar origen a una multitud de grupos, células y grupúsculos con identidades paralelas. Al año 2010, ya no se trata puramente de facciones trotskistas, leninistas, anarquistas o neo marxistas. Ahora el factor generacional toma cierta relevancia. No podría ser de otra forma: la nostalgia allendista y la sufrida vivencia bajo la dictadura han eternizado un relato que cuesta conectar con el nuevo Chile. Las últimas parlamentarias le dieron al Partido Comunista sus primeros tres diputados, lo que podría llamar a engaño: son todos de viejo cuño, ninguna apuesta al futuro. La dinámica interna del PC, su ritualidad y paso cansino, son generalmente rechazados por los jóvenes que se autodefinen de izquierda. “Cambiarlo por dentro” no es una perspectiva alentadora.
De la mano de Salvador Muñoz (24), ex coordinador de la campaña de Jorge Arrate, el Paiz (Partido de Izquierda) busca hoy su oportunidad. El lenguaje no ha cambiado mucho, la crítica al sistema tampoco. Pero estéticamente ya es una opción renovadora. Su principal desafío es ofrecer un camino programático alternativo al modelo que sea tan sustentable intelectualmente como viable empíricamente. Luego, no es menor, hacerlo atractivo para la competencia electoral. ¿Podrá serlo si la principal bandera es una asamblea constituyente? Difícil, muy difícil.
En todo caso, cargan con menos prejuicios que sus antecesores. El mismo Muñoz colabora con el think tank freísta Océanos Azules. Absorben ese aroma de “izquierda razonable” que repartía Arrate en cada foro y debate. Si se potencian con los cuadros emergidos del largo proceso de rebeldía que ha vivido el movimiento estudiantil (particularmente a través del liderazgo de los ex FECH, autodenominados “Nueva Izquierda”), se trata de una fuerza política que merece ser observada con atención.
Una mirada desde el balcón
La política no es una carrera de velocidad. Más bien parece una maratón. Que los grupos precedentemente reseñados no alcancen sus objetivos en el corto plazo no descalifica sus esfuerzos. La Falange de Frei Montalva demoró más de 20 años en transformarse en una fuerza política electoralmente respetable. La habilidad de éstas y otras iniciativas radica en su capacidad de abrirse camino, entendiendo que esto puede ocurrir por dentro o por fuera de las actuales estructuras partidarias. Persistir en la identidad propia es loable, pero cada cierto tiempo conviene preguntarse si el voluntarismo no choca con un muro de realidad. Los casos del PRI y ChilePrimero son paradigmáticos. Ambos partidos, al igual que la Falange, nacen a partir de sonados destierros. La diferencia es que aún cuesta identificar un eje político (como lo fue el discurso socialcristiano en su época) que trascienda las batallas personales de sus fundadores (Adolfo Zaldívar por una parte, Flores & Schaulsohn por la otra).
He tenido la oportunidad de fundar un par de proyectos políticos y sociales en mi corta experiencia. Cuando empiezan a flaquear, me cuesta aceptar que llegó el tiempo de cerrar la cortina. Me cuesta aceptar que otros estén intentando fundar sus propios movimientos porque los “nuestros” han mostrado ser insuficientes. Mi primera reacción es pedir que “los cambien por dentro”. Me imagino que lo mismo debe pasarle al viejo Ricardo Lagos Escobar. Hace pocos días le escuché decir que “la Concertación debe seguir tal cual es y ha sido siempre”. Lo entiendo: él contribuyó a fundarla. Sus huellas digitales están en todas partes, no sólo en el PPD (que también fundó). Debe ser tremendamente difícil aceptar el derecho a la emancipación institucional que el propio Lagos gozó hace casi tres décadas. Pero el ser humano avanza rompiendo con el pasado, dialogando entre el statu quo y el incierto progreso, fundando nuevas ciudades. Renovando… o reemplazando.R.Capital
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