SIN BASE PARA SOÑAR. Andres Rojo
En tiempos de fútbol es imposible eludir el tema, pero el comportamiento de la hinchada, con la ayuda de algunos jugadores, sirve de todos modos para develar las contradicciones de nuestra sociedad y, al mismo tiempo, desnudar nuestras debilidades como país.
Una encuesta reciente mostró que cerca de la cuarta parte de los chilenos cree que la selección de fútbol puede llegar a la final del Mundial en Sudáfrica, siendo que la historia muestra que sólo hubo un lugar digno en el campeonato en que Chile fue local y que lo mejor ha sido pasar a la segunda ronda en Francia en 1998. Hay que considerar que desde 1962 Chile no gana un partido durante el campeonato, por lo que suponer que la intervención de un técnico como Bielsa que, sin duda, ha levantado la capacidad estratégica del equipo, pueda ser un factor tan determinante como para llegar a la cima es, a lo menos, exagerado e iluso.
Bielsa ha estado casi tres años a cargo de la selección, y es evidente que en ese tiempo no se puede cambiar una realidad que tiene más de raíces lógicas que de voluntarismos. Los jugadores chilenos son más bajos y menos resistentes que muchos extranjeros por un asunto de alimentación, y eso no se resuelve con tres años de disciplina; como tampoco el hecho que el deporte ha sido permanentemente uno de los tantos parientes pobres del Estado y ya hemos visto que para cada competición internacional los propios deportistas deben prácticamente mendigar la ayuda del sector privado.
Estas condiciones, si cambian, podrían dar frutos en un par de generaciones al menos, no en tres años.
Sin embargo, hay un antecedente curioso: Los mismos futbolistas tienen muchos mejores resultados cuando compiten en su etapa juvenil. Algo ocurre cuando los futbolistas llegan a la edad adulta, siendo exactamente los mismos y en muchos casos enfrentando a los mismos equipos que sí pudieron derrotar en su juventud.
Lo grave y preocupante es que, a pesar de todos estos antecedentes y de la lógica, la sociedad siga creyendo en milagros, sin poner todo el esfuerzo e inversión necesarios. Eso habla de un país que cree que los triunfos vienen más del destino o del azar que del trabajo, y si bien en el caso del fútbol la frustración se pasa con una queja y un par de garabatos, en los demás campos no ocurre lo mismo y eso es lo que mantiene a un país riquísimo en recursos naturales en una condición de subdesarrollo porque, aunque nos cueste admitirlo y los indicadores de la economía parezcan decir otra cosa, seguimos siendo un país tercermundista y, de acuerdo a nuestra conducta, víctimas de un severo trastorno bipolar.
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