Venta de La Nación. Jaime Esponda
“La Segunda”. Miércoles 12 de mayo de 2010.
Señor director
Cuando surge la posibilidad de que el diario “La Nación” cambie de dueño e, incluso, algunos auguran su muerte, es oportuno recordar las circunstancias de su constitución como diario del Gobierno. En 1927, la Administración Ibáñez quería contar con un medio de prensa. Entonces, calladamente, como se lo había sugerido Juan Bautista Rossetti, el todopoderoso ministro de Hacienda Pablo Ramírez se dio a la tarea de tantear a sus amigos de “La Nación”, para que convenciesen a su dueño, don Eliodoro Yáñez, de vender el matutino. Ramírez conocía años a don Eliodoro y había incorporado a “La Nación” a varios amigos, todos ibañistas, como Darío Sainte Marie, Raúl Simón, Conrado Ríos y su cuñado Jorge Délano Coke, que había ingresado al diario como caricaturista. Los primeros tanteos del ministro, que incluyeron a Carlos Dávila, director del periódico, también muy conocido suyo, resultaron infructuosos. A don Eliodoro no se le pasaba por la mente desprenderse de su más preciado tesoro.
La idea de comprar “La Nación” entusiasmó a Ibáñez. Mal que mal, era el diario de mayor circulación y, junto con “El Mercurio”, el más influyente del país. Inicialmente, las tratativas con Yáñez se realizaron sigilosamente, sin conocimiento de los demás ministros, pero el de Agricultura e Industria, Alemparte, que era miembro del Directorio del periódico, fue informado por el propio don Eliodoro, de modo que todos los secretarios de Estado se enteraron. El ministro de Justicia Aquiles Vergara manifestó “profundas reservas, tratando de establecer la inconveniencia de un diario netamente oficial”, pero Ibáñez le dijo “estar conforme, siempre que la nueva propiedad del diario no fuese conocida por el público”, lo que no ocurriría, puesto que “tal operación sería conocida sólo por los ministros (…) el Tesorero General de la República, que giraría el cheque, y el Notario ante quien se firmaría la escritura. El resto del país (…) ignoraría la transacción efectuada”. ........Como Eliodoro Yáñez se negara a la venta, se inició sobre él una abierta presión oficial, monitoreada por Ramírez, que obtuvo respaldo en los empleados del diario, a quienes ofreció aumentos de sueldo. Cuenta Carlos Vicuña que, “una noche, ya tarde, apareció Pablo Ramírez en la imprenta. Fue recibido por una gritería ensordecedora de empleados y comparsas. Todos gritaban:. Yáñez, helado de miedo, no osaba salir del escritorio. Pablo Ramírez entró resueltamente y le dijo que el Gobierno había decidido comprarle el diario por su justo valor”. La insistente negativa del propietario derivó en intimidación. Fue amenazado con la deportación. Incluso, Ramírez le habría advertido que no sólo “La Nación” sino también su fundo en Lo Herrera, al sur de la capital, sería confiscado si no accedía a la venta. Yáñez solicitó un plazo, pero Ramírez exigió respuesta inmediata. Sintiéndose vencido, don Eliodoro pidió un justo precio, que habría calculado en cinco millones, pero el ministro lo rebajaría a tres, de los cuales el vendedor debería devolver un millón al Fisco, por impuestos impagos y, además, trescientos mil a Carlos Dávila, a título de indemnización, pues debería abandonar la dirección. Al final, se acordó la compra por la suma de cuatro millones de pesos. De inmediato, Ramírez hizo traer un notario, ante el cual se firmó la escritura. Solo al dictarse el correspondiente decreto, la opinión pública se impuso de la novedad.
De nada sirvió a don Eliodoro haber cedido. Igual debió abandonar el país. Como la orden de deportación incluía a Carlos Dávila, que era correligionario de Pablo Ramírez en el Partido Radical, éste convenció al Coronel de que buscara otra solución para su amigo. Más tarde, Dávila sería designado Embajador en los Estados Unidos. Entonces, mirando hacia calle Agustinas, Pablo Ramírez concibió la construcción de una digna sede del diario del Gobierno, frente al Palacio. Se pondría, de inmediato, manos a la obra. En menos de dos años, el hermoso edificio destacaba, frente a La Moneda, listo para ser inaugurado.
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Señor director
Cuando surge la posibilidad de que el diario “La Nación” cambie de dueño e, incluso, algunos auguran su muerte, es oportuno recordar las circunstancias de su constitución como diario del Gobierno. En 1927, la Administración Ibáñez quería contar con un medio de prensa. Entonces, calladamente, como se lo había sugerido Juan Bautista Rossetti, el todopoderoso ministro de Hacienda Pablo Ramírez se dio a la tarea de tantear a sus amigos de “La Nación”, para que convenciesen a su dueño, don Eliodoro Yáñez, de vender el matutino. Ramírez conocía años a don Eliodoro y había incorporado a “La Nación” a varios amigos, todos ibañistas, como Darío Sainte Marie, Raúl Simón, Conrado Ríos y su cuñado Jorge Délano Coke, que había ingresado al diario como caricaturista. Los primeros tanteos del ministro, que incluyeron a Carlos Dávila, director del periódico, también muy conocido suyo, resultaron infructuosos. A don Eliodoro no se le pasaba por la mente desprenderse de su más preciado tesoro.
La idea de comprar “La Nación” entusiasmó a Ibáñez. Mal que mal, era el diario de mayor circulación y, junto con “El Mercurio”, el más influyente del país. Inicialmente, las tratativas con Yáñez se realizaron sigilosamente, sin conocimiento de los demás ministros, pero el de Agricultura e Industria, Alemparte, que era miembro del Directorio del periódico, fue informado por el propio don Eliodoro, de modo que todos los secretarios de Estado se enteraron. El ministro de Justicia Aquiles Vergara manifestó “profundas reservas, tratando de establecer la inconveniencia de un diario netamente oficial”, pero Ibáñez le dijo “estar conforme, siempre que la nueva propiedad del diario no fuese conocida por el público”, lo que no ocurriría, puesto que “tal operación sería conocida sólo por los ministros (…) el Tesorero General de la República, que giraría el cheque, y el Notario ante quien se firmaría la escritura. El resto del país (…) ignoraría la transacción efectuada”. ........Como Eliodoro Yáñez se negara a la venta, se inició sobre él una abierta presión oficial, monitoreada por Ramírez, que obtuvo respaldo en los empleados del diario, a quienes ofreció aumentos de sueldo. Cuenta Carlos Vicuña que, “una noche, ya tarde, apareció Pablo Ramírez en la imprenta. Fue recibido por una gritería ensordecedora de empleados y comparsas. Todos gritaban:
De nada sirvió a don Eliodoro haber cedido. Igual debió abandonar el país. Como la orden de deportación incluía a Carlos Dávila, que era correligionario de Pablo Ramírez en el Partido Radical, éste convenció al Coronel de que buscara otra solución para su amigo. Más tarde, Dávila sería designado Embajador en los Estados Unidos. Entonces, mirando hacia calle Agustinas, Pablo Ramírez concibió la construcción de una digna sede del diario del Gobierno, frente al Palacio. Se pondría, de inmediato, manos a la obra. En menos de dos años, el hermoso edificio destacaba, frente a La Moneda, listo para ser inaugurado.
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