lunes, mayo 17, 2010

..a proposito de que sostengo que el voto debe ser obligatorio, publico un art. de Jorge Navarrete. CARTA ABIERTA A MI NIETO Cespinoza.

Querido nieto,
Hoy asume el nuevo Presidente. Aunque todavía no tienes edad para votar, me encantaría sentarme contigo y conversar respecto de cuan importante es que la gran mayoría de las personas concurramos periódicamente a decidir sobre quiénes deben dirigir los destinos del país.
Me imagino que este tema te interesa poco. No me extraña, ya también hace varios años perdí la misma batalla con tu madre. No los culpo, en gran medida esto es nuestra responsabilidad. Fue mi generación, y la que me precedía, la que facilitó dar un paso que resultaría fatal para la promoción de la participación ciudadana.
Hace 20 años el Congreso chileno aprobó una ley que consagró la inscripción automática y el voto voluntario. En ese entonces, y quizás algo confundidos por el creciente desprestigio de la actividad política, muchos pensaron esto sería un antídoto al desencanto y la apatía que campeaba entre los jóvenes.
En efecto, a esa fecha la inscripción en los registros electorales era un trámite engorroso y complejo, lo que poco facilitaba la renovación de nuestro padrón electoral. Habiendo transcurrido dos décadas desde que derrotamos a la dictadura (ya te contaré algún día esa historia, quizás la más linda de mi vida), se requería con urgencia incorporar a cinco millones de ciudadanos que no podían votar.......Sin embargo, y quizás imbuidos por cierto espíritu de la época –una sociedad que reclamaba derechos pero olvidaba sus obligaciones-, se cometió un error garrafal: hacer voluntario el sufragio. Fuimos pocos los que recordamos que por el convivir con otros y beneficiarnos de los frutos del esfuerzo colectivo, existen ciertas cargas que debemos asumir y no podemos soslayar. La más conocida, es la obligación general de pagar impuestos, cuyo fundamento último está en la justicia de que una parte de nuestras utilidades deba ser reintegrada al Estado y así redistribuida entre todos, preferentemente en aquellas personas objetivamente más desfavorecidas.

Fui de aquellos que sostuvo que el sufragio no era sólo un derecho –en cuanto nadie está facultado para impedirlo o limitar su ejercicio-, sino también un deber democrático. Para ser más concretos, defendí que se estableciera para los ciudadanos la obligación de participar periódicamente en las decisiones que nos afectan a todos y donde se sella el destino de la comunidad de la cual somos parte. Siempre me pareció, en consecuencia, que el votar era más un deber que un simple derecho.

Sin embargo, y tal como muchos alentaron, la aprobación de sufragio voluntario tendió a favorecer a las elites, en cuanto las clases sociales menos pudientes e ilustradas carecieron de incentivos para la participación electoral. En los hechos, el nuevo sistema le otorgó una razón preferente para participar a aquellos que monopolizan el conocimiento, ya que éstos pudieron mejor sopesar la importancia que tiene el sufragio en la defensa de sus intereses.

Peor aun, el sistema de sufragio voluntario, donde la participación electoral oscila de acuerdo a los incentivos coyunturales, relevó más todavía la importancia de factores externos como el dinero, el pago de favores o derechamente la compra de votos. Siempre sostuvimos que, con mejores o peores razones, con entusiasmo o lata, convencidos o indecisos, el estar obligados a sufragar aminoraba el riesgo de que esta decisión fuera adoptada por razones que poco tenían que ver con el ejercicio democrático.

Mi querido nieto. La historia de la humanidad ha demostrado que las sociedades no han encontrado otra forma de organización social que no sea a través de la política: le podrán llamar de otra forma, esconderla bajo la alfombra, maquillarla o simplemente negarla, pero siempre estará allí. En consecuencia, siempre apelé a la urgente necesidad de preservar y mejorar la calidad de una actividad que nos acompañará por siempre. En la mayoría de casos que conozco, las peores tragedias políticas y sociales fueron precedidas de un largo período de desprestigio y desinterés por lo público. El autoritarismo de derecha e izquierda, la restricción de las libertades políticas, la corrupción generalizada, la explotación de los ciudadanos más modestos y la constante farra de los caudillos, mesías y profetas de turno, han sido siempre posibles cuando la ciudadanía se distancia de la política, se encierra en la comodidad de su mundo privado, dejando a unos pocos la administración de los asuntos que conciernen a todos.

Con más dolor del que me hubiera gustado reconocer, confieso que la aparente libertad para participar (o no) en las decisiones públicas que inspira la ideología del voto voluntario, terminó por acarrear un costo demasiado alto para todos; incluso para aquellos cuya preocupación fundamental era que nadie vulnerara sus propios derechos y así preservar su inviolable espacio privado.

Mi querido nieto, si hace 20 años atrás hubiéramos tenido el coraje para sobreponernos a lo políticamente correcto, quizás hoy tendríamos un sistema de inscripción automática y voto obligatorio. Sin duda ello no hubiera resulto definitivamente nuestros problemas, pero ciertamente habríamos evitado la debacle en la cual estamos inmersos hoy.

Con el cariño de siempre,

El Tata
11/3/2010 elquintopoder