Café con vista a la calle .Agustín Squella

La calle que miras desde el Café es siempre la misma, aunque su movimiento y colorido ofrecen día tras día leves variaciones que te permiten disfrutar una vista a la vez familiar y desconocida. Circulan vehículos, pero no son los mismos, van y vienen transeúntes, pero son siempre distintos, exceptuada la bicicleta que un cliente singular asegura todos los días en uno de los árboles que dan sombra al Café y descontados los parroquianos que en días soleados hablan incesantemente de fútbol en una de las mesas exteriores. Allí suele instalarse también el dueño del local, manteniendo siempre a la vista la puerta de ingreso para recibir y despedir a los clientes con una invariable sonrisa. Un comerciante retirado permanece fuera de la conversación y dirige indagadoras miradas a los que pasan, idénticas a las que en otro tiempo daba a los que entraban a curiosear a su tienda de perfumes. Nunca hay una mujer sentada a esa mesa exterior, lo cual la empobrece y vuelve también más interesante, porque así es como funcionan las cosas en la realidad. Esa ausencia garantiza la perfecta continuidad de la conversación sobre fútbol, pero priva a los comensales de la súbita y metálica risa de mujer que puede iluminar el lugar donde te encuentras.
Si en algún momento me canso de lo que podía verse en la calle, vuelvo la mirada del lado interior y observo a los otros que toman allí su café, leen el periódico, pasan sin prisa las páginas de una revista bajo la bombilla de luz que los alumbra, se afligen con algún recuerdo o especulan sobre cómo mejorar su suerte. Algunos trabajan con sus notebooks, o tal vez saquen solitarios o busquen en la red algo que los inflame, pero todos muestran una inusual concentración en lo que enseñan las pantallas. Uno de los mozos se acerca para darme información sobre el probable ganador de una de las carreras de la tarde, y yo le devuelvo la mano con una fija en el clásico de la jornada. Al día siguiente nos daremos mutuas explicaciones ante el fracaso de nuestros preferidos.
Y así todo el tiempo, atrapados y conformes con la existencia, en medio de la cálida y segura protección que brindan aquellos lugares que congregan grupos reducidos y en los que cada uno de los desplazamientos y sonidos que se escuchan te recuerdan que continúas vivo y todavía apto para aquello en que consista la felicidad. [+/-] Seguir Leyendo...
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