Papeleta aristocrática. Cristian Cabalin Q.
Cuando se realizan estas críticas sobre la estructura de la sociedad chilena, el principal argumento para tratar de desvirtuarlas es indicar que quien las realiza –si no tiene origen acomodado- es un “resentido social”. Sin embargo, cuando quien las efectúa proviene de las redes de los privilegiados se trata de una persona con “preocupación o conciencia social”.
El sorteo del número que ocupará cada candidato presidencial en las próximas elecciones dio para los típicos comentarios sobre su efecto en el marketing electoral e incluso para proyecciones desde la numerología. Sin embargo, la papeleta que los chilenos recibirán el 13 de diciembre reflejará uno de los temas que más afecta a nuestra democracia: la reproducción de una elite aristocrática que se ha anclado en el sistema político chileno.
Jorge Arrate Mac-Niven, Marco Enríquez-Ominami Gumucio, Sebastián Piñera Echenique y Eduardo Frei Ruiz-Tagle representan a familias y grupos de poder que durante más de 30 años han dominado la escena nacional, incluso antes del golpe militar de 1973 algunos ya eran parte de las redes de influencia. Más allá de las diferencias entre los candidatos, todos comparten un origen y herencia en común. Las historias personales y la fortuna de cada uno pueden variar, pero de igual modo sus candidaturas expresan que, en la mayoría de los casos, en Chile las posibilidades para acceder a cargos de importancia no están mediadas por los méritos, sino más bien por la posición que se ocupa en la sociedad. Así, ninguno de los postulantes a La Moneda podría argumentar que su candidatura representa un “cambio” ni que con ellos se abre una nueva dimensión para la política chilena. A lo más, MEO podría expresar la renovación, pero por su edad, no por su modo de irrumpir en los círculos de poder. Es más, varios artículos periodísticos han entregado referencias sobre los vínculos familiares que comparten Enríquez-Ominami, Frei y Piñera. En suma, la gran familia chilena: desde la derecha a la izquierda, desde el country club al red-set.
Cuando se realizan estas críticas sobre la estructura de la sociedad chilena, el principal argumento para tratar de desvirtuarlas es indicar que quien las realiza –si no tiene origen acomodado- es un “resentido social”. Sin embargo, cuando quien las efectúa proviene de las redes de los privilegiados se trata de una persona con “preocupación o conciencia social”. Esta es una forma también de monopolizar la discusión pública y de limitar la crítica de quienes no son como “ellos”.
Pese a los cambios de las últimas décadas en el acceso a la educación, el mercado laboral o las posibilidades de consumo a través del crédito, Chile sigue siendo una sociedad estratificada, rígida, donde la movilidad ascendente es escasa. Diversos estudios han señalado que a lo más tres de cada diez personas en nuestro país logran mejorar su condición de origen, después de mucho esfuerzo y trabajo. De esta manera, se demuestra que persiste el valor de las redes sociales, del colegio en el que te formaste y de los amigos que hiciste en la universidad; el mérito o la igualdad de oportunidades siguen siendo una utopía. Aunque no por ello, se debe renunciar a lograr mayor equidad en la distribución de los recursos políticos, sociales y simbólicos presentes en la sociedad.
Cuando irrumpió Barack Obama, muchos en Chile quisieron colgarse de su efecto mediático, tanto así que algunos se declararon los “Obamas chilenos” y otros les han copiado los mensajes y puestas en escena. No obstante, ninguno de ellos podría decir que realmente se parece en algo al Presidente de Estados Unidos. Basta leer su biografía “Los sueños de mi padre” para comprender que el Obama real logró modificar el sistema político estadounidense, pues llegó a su cargo pese a su origen social y no gracias a él, como la gran mayoría de los políticos chilenos.
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El sorteo del número que ocupará cada candidato presidencial en las próximas elecciones dio para los típicos comentarios sobre su efecto en el marketing electoral e incluso para proyecciones desde la numerología. Sin embargo, la papeleta que los chilenos recibirán el 13 de diciembre reflejará uno de los temas que más afecta a nuestra democracia: la reproducción de una elite aristocrática que se ha anclado en el sistema político chileno.
Jorge Arrate Mac-Niven, Marco Enríquez-Ominami Gumucio, Sebastián Piñera Echenique y Eduardo Frei Ruiz-Tagle representan a familias y grupos de poder que durante más de 30 años han dominado la escena nacional, incluso antes del golpe militar de 1973 algunos ya eran parte de las redes de influencia. Más allá de las diferencias entre los candidatos, todos comparten un origen y herencia en común. Las historias personales y la fortuna de cada uno pueden variar, pero de igual modo sus candidaturas expresan que, en la mayoría de los casos, en Chile las posibilidades para acceder a cargos de importancia no están mediadas por los méritos, sino más bien por la posición que se ocupa en la sociedad. Así, ninguno de los postulantes a La Moneda podría argumentar que su candidatura representa un “cambio” ni que con ellos se abre una nueva dimensión para la política chilena. A lo más, MEO podría expresar la renovación, pero por su edad, no por su modo de irrumpir en los círculos de poder. Es más, varios artículos periodísticos han entregado referencias sobre los vínculos familiares que comparten Enríquez-Ominami, Frei y Piñera. En suma, la gran familia chilena: desde la derecha a la izquierda, desde el country club al red-set.
Cuando se realizan estas críticas sobre la estructura de la sociedad chilena, el principal argumento para tratar de desvirtuarlas es indicar que quien las realiza –si no tiene origen acomodado- es un “resentido social”. Sin embargo, cuando quien las efectúa proviene de las redes de los privilegiados se trata de una persona con “preocupación o conciencia social”. Esta es una forma también de monopolizar la discusión pública y de limitar la crítica de quienes no son como “ellos”.
Pese a los cambios de las últimas décadas en el acceso a la educación, el mercado laboral o las posibilidades de consumo a través del crédito, Chile sigue siendo una sociedad estratificada, rígida, donde la movilidad ascendente es escasa. Diversos estudios han señalado que a lo más tres de cada diez personas en nuestro país logran mejorar su condición de origen, después de mucho esfuerzo y trabajo. De esta manera, se demuestra que persiste el valor de las redes sociales, del colegio en el que te formaste y de los amigos que hiciste en la universidad; el mérito o la igualdad de oportunidades siguen siendo una utopía. Aunque no por ello, se debe renunciar a lograr mayor equidad en la distribución de los recursos políticos, sociales y simbólicos presentes en la sociedad.
Cuando irrumpió Barack Obama, muchos en Chile quisieron colgarse de su efecto mediático, tanto así que algunos se declararon los “Obamas chilenos” y otros les han copiado los mensajes y puestas en escena. No obstante, ninguno de ellos podría decir que realmente se parece en algo al Presidente de Estados Unidos. Basta leer su biografía “Los sueños de mi padre” para comprender que el Obama real logró modificar el sistema político estadounidense, pues llegó a su cargo pese a su origen social y no gracias a él, como la gran mayoría de los políticos chilenos.
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