El poder de la omisión. John Charney
El poder no sólo es la capacidad de tomar decisiones que afectan el curso normal de una sociedad. Una esfera mucho más sutil, y quizás más perversa del poder (tal como lo señaló Steven Lukes hace varias décadas) consiste en impedir que ciertos temas ingresen en la agenda pública y sean objeto de debate y posterior decisión.
Esta forma de poder no es patrimonio exclusivo de los gobernantes, se ejerce conjuntamente con los medios de comunicación, los grupos empresariales y dialoga directamente con los sistemas de educación. Se trata de un ejercicio reaccionario del poder pues imposibilita los procesos de cambio, perpetuando el statu quo.
Quizás una de las mayores debilidades de los gobiernos de la Concertación y una de las principales razones por la cual se ha producido una redistribución de fuerzas en esta contienda presidencial, radica en la forma en que se ha ejercido esta segunda forma de poder en los últimos años.
Diversos han sido los argumentos (o la falta de ellos) que se nos han dado para justificar la exclusión de temas sensibles de la agenda política y legislativa. En un comienzo la justificación fue la "justicia en la medida de lo posible". En otros tiempos, se nos hablaba de la necesidad de avanzar paso a paso, solucionando primero los temas más cruciales como la pobreza para luego enfocarnos en otro tipo de reformas. Esta fue una estrategia constante de la Concertación para evadir por ejemplo, los debates en temas valóricos, como si fuera imposible o utópico avanzar simultáneamente en ambas direcciones. Sin embargo, la coartada más recurrente y agotadora que ha beneficiado la exclusión del debate público (argumentando la imposibilidad de éxito en el Parlamento) ha sido el sistema binominal y el régimen de quórums diseñado en la Constitución de Guzmán.
Independiente de las razones, lo cierto es que la Concertación, mediante el expediente del ejercicio del poder por omisión, ha sido incapaz de modificar las estructuras políticas y económicas que heredamos de épocas menos felices. Desde esta perspectiva, ¿no fue la transición una ficción? Las escuálidas reformas constitucionales del 2005 no fueron suficientes, menos lo fue la declaración unilateral de Lagos del fin de la transición.
Asimismo, mediante el poder por omisión, la Concertación (en su peor movida) intentó acallar en su interior aquellas voces que en clave generacional comenzaron (el 2006) a poner en la agenda política materias que les resultaban incómodas o comprometedoras. Desde reformas estructurales al sistema financiero, pasando por nuevas relaciones con nuestros vecinos latinoamericanos, sistemas eficientes de transparencia, despenalización del aborto, regulación del avisaje del Estado, reconocimiento de los pueblos indígenas y transformaciones sustanciales al sistema político, entre muchas otras demandas; fueron obviadas y relegadas por las cúpulas concertacionistas.
Llegado el momento de definir los liderazgos para las elecciones presidenciales, nuevamente por omisión consciente y deliberada, la Concertación impidió una competencia abierta de ideas y agendas en su interior. De esta forma, dejaron fuera de la contienda a Marco Enríquez-Ominami, representante de las ideas veladas durante tantos años por la coalición oficialista.
El activo concertacionista tiene su explicación en todas aquellas políticas y programas que exitosamente se materializaron durante sus gobiernos. Sin embargo, su gran pasivo reside en todo aquello que quedó postergado en la vereda de la omisión. Es desde allí donde hoy habla el candidato independiente Marco Enríquez-Ominami y la fuerza de su voz no solo se explica por su capacidad para incorporar (con un discurso joven y riguroso) temas que fueron largamente relegados en la agenda, sino que también porque gran parte de la sensibilidad que hace 20 años agrupó a la Concertación en un frente amplio y libertario está también en esa vereda.El Mostrador [+/-] Seguir Leyendo...
Esta forma de poder no es patrimonio exclusivo de los gobernantes, se ejerce conjuntamente con los medios de comunicación, los grupos empresariales y dialoga directamente con los sistemas de educación. Se trata de un ejercicio reaccionario del poder pues imposibilita los procesos de cambio, perpetuando el statu quo.
Quizás una de las mayores debilidades de los gobiernos de la Concertación y una de las principales razones por la cual se ha producido una redistribución de fuerzas en esta contienda presidencial, radica en la forma en que se ha ejercido esta segunda forma de poder en los últimos años.
Diversos han sido los argumentos (o la falta de ellos) que se nos han dado para justificar la exclusión de temas sensibles de la agenda política y legislativa. En un comienzo la justificación fue la "justicia en la medida de lo posible". En otros tiempos, se nos hablaba de la necesidad de avanzar paso a paso, solucionando primero los temas más cruciales como la pobreza para luego enfocarnos en otro tipo de reformas. Esta fue una estrategia constante de la Concertación para evadir por ejemplo, los debates en temas valóricos, como si fuera imposible o utópico avanzar simultáneamente en ambas direcciones. Sin embargo, la coartada más recurrente y agotadora que ha beneficiado la exclusión del debate público (argumentando la imposibilidad de éxito en el Parlamento) ha sido el sistema binominal y el régimen de quórums diseñado en la Constitución de Guzmán.
Independiente de las razones, lo cierto es que la Concertación, mediante el expediente del ejercicio del poder por omisión, ha sido incapaz de modificar las estructuras políticas y económicas que heredamos de épocas menos felices. Desde esta perspectiva, ¿no fue la transición una ficción? Las escuálidas reformas constitucionales del 2005 no fueron suficientes, menos lo fue la declaración unilateral de Lagos del fin de la transición.
Asimismo, mediante el poder por omisión, la Concertación (en su peor movida) intentó acallar en su interior aquellas voces que en clave generacional comenzaron (el 2006) a poner en la agenda política materias que les resultaban incómodas o comprometedoras. Desde reformas estructurales al sistema financiero, pasando por nuevas relaciones con nuestros vecinos latinoamericanos, sistemas eficientes de transparencia, despenalización del aborto, regulación del avisaje del Estado, reconocimiento de los pueblos indígenas y transformaciones sustanciales al sistema político, entre muchas otras demandas; fueron obviadas y relegadas por las cúpulas concertacionistas.
Llegado el momento de definir los liderazgos para las elecciones presidenciales, nuevamente por omisión consciente y deliberada, la Concertación impidió una competencia abierta de ideas y agendas en su interior. De esta forma, dejaron fuera de la contienda a Marco Enríquez-Ominami, representante de las ideas veladas durante tantos años por la coalición oficialista.
El activo concertacionista tiene su explicación en todas aquellas políticas y programas que exitosamente se materializaron durante sus gobiernos. Sin embargo, su gran pasivo reside en todo aquello que quedó postergado en la vereda de la omisión. Es desde allí donde hoy habla el candidato independiente Marco Enríquez-Ominami y la fuerza de su voz no solo se explica por su capacidad para incorporar (con un discurso joven y riguroso) temas que fueron largamente relegados en la agenda, sino que también porque gran parte de la sensibilidad que hace 20 años agrupó a la Concertación en un frente amplio y libertario está también en esa vereda.El Mostrador [+/-] Seguir Leyendo...
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