Ciudadanos críticos en busca de poder. Marta Lagos
El próximo gobierno no será sobre otra cosa que la presión por dispersar el poder. Tendremos que comenzar a comprender la critica dura, inflexible, de los que demandan un pedazo de la torta, y aceptar que habrá que repartirla para avanzar hacia mayores grados de desarrollo.
Vivimos en un país donde la crítica no es parte de la cultura nacional. En ello nos diferenciamos centralmente de otras culturas, que tienen la crítica como su manera de funcionar. El tema no es menor ya que tomarla por uno u otro lado implica que se pueden considerar los fracasos como oportunidades o bien como desastres de los cuales no es posible recuperarse.
En Chile las cosas perduran por mucho más tiempo del que resulta razonable, cuando alguien es criticado o bien cuando ha sufrido algún episodio negativo. Es así como, por ejemplo, el letrero de "El Mercurio Miente" perdura en la memoria colectiva de una manera increíblemente duradera.
Otras culturas tratan los negativos de manera distinta, Ted Kennedy por ejemplo, después del desastre de Chapaquidick, que le impidió llegar a la presidencia, muere en la gloria política, con el reconocimiento de sus pares y del mundo, por su testimonio de lucha. ¿Cuando hemos honrado nosotros a alguien de esa manera? Una cultura que no logra honrar sus logros, no sabe capitalizar su desarrollo. Hemos tenido muchos Ted Kennedy´s chilenos, pero nuestra manera de mirar la crítica nos impide transformarlo en patrimonio.
Así sucede con la obra monumental de la Concertación. Un patrimonio que marcará nuestra historia. Colectivamente implica el aprendizaje de una lección, supimos encontrar un balance después de haber vivido extremos. Se logra lo que la democracia simboliza más profundamente: un mecanismo de resolución de conflictos. Como país, durante 20 años hemos aplicado la solución por encima de nuestras diferencias, lo que le ha dado a Chile el período más próspero y estable de su historia contemporánea.
Supimos salir del hoyo negro de la dictadura, sin humillar ni hacer la reconciliación imposible. No logramos que el dictador fuera juzgado por sus hechos, error histórico que tendremos que pagar caro en el futuro, y que seguramente perdurará en nuestra historia como un punto negro, sin embargo, tenemos muchos logros que enfrentan ese gran negativo para poder superarlo.
El pueblo chileno tiene hoy otro nivel de posesión de bienes, todos tienen acceso a la educación y la salud, aunque esta sea aún de calidad limitada. Antes no la tenían. Al final del gobierno de Patricio Aylwin, un 25% de la población del país decía haber recibido por primera vez frutos del desarrollo. Los chilenos han reconocido a lo largo de estos 20 años, en qué y cuánto hemos avanzado en cada aspecto del desarrollo nacional. La salud es quizá el aspecto en que hay más reconocimiento. Aquí no sólo se ha disminuido la pobreza, sino que se ha producido una clase media.
El país del año 2009 está muy lejos del país del año 1989. Hoy los chilenos levantan su voz en protesta cada vez que sienten que sus derechos no están suficientemente asegurados cada día más. Los ciudadanos son cada día más críticos. No hay segmento de la población que no haya tenido una política pública específica, los jóvenes, los viejos, las mujeres, los indios, etc. El conflicto de la Araucanía no es otra cosa que el resultado de todo lo anterior. Se han empoderado las minorías.
Eso no es malo para una democracia que dice, entre otras cosas, respetar a las minorías. Las minorías poderosas han logrado grandes privilegios en la historia de la humanidad. Basta con mirar a los agricultores del sur de Francia que han tenido en jaque a ratos, a toda la Unión Europea. A los pueblos indígenas se les puede augurar poder futuro y obtención de privilegios, el camino que han seguido otras minorías. Esta prueba de fuerza no es otra cosa que la medida de su importancia, casi inevitable en el proceso de reconocimiento de las minorías. Pero empecemos por reconocer que no sería posible este proceso, sino se los hubiera empoderado de ciudadanía en primer lugar.
Ahora hay que hacerse cargo de ella y darle el lugar que le corresponde. Es peligroso ser demócrata, porque los ciudadanos críticos se vuelven en contra de quienes le entregan derechos que defender. Hay que ser valiente para entregar más democracia a la gente, y correr el riesgo de ser atacado por ella.
Ese es el futuro que nos espera. Los distintos grupos de la sociedad empezarán a pedir más, organizadamente, con presiones intentarán aumentar su cuota del desarrollo, quitándole a otros quizá, o adelantando la manera cómo se reparten sus beneficios. Cada día más se nota que los derechos valen, que es cada día más difícil estar fuera de la ley. Todavía el Estado no logra control total, y ese es quizá el punto más débil del desarrollo, el poder limitado del Estado para controlar lo que pasa en el territorio.
La nueva versión de la seguridad interior del Estado, mirado desde esa perspectiva, no es tanto los temas de territorio, y las amenazas de otros países, sino las amenazas dentro del territorio, de lo que los Estados no pueden hacer con sus habitantes. El no lograr que todos paguen el boleto del bus, o que se pueda controlar el tránsito de acuerdo a ley, o que no se usen los subsidios para gente que no los necesita, o las licencias médicas para descansar, son amenazas al desarrollo que afectan la capacidad de los pueblos de surgir. Es la calidad del estado derecho, su fuerza y su legitimidad lo que nos define como un pueblo aún no desarrollado. Ello tiene que ver con nuestra cultura, y con la estructura de la sociedad, que con todos los cambios no ha cambiado tanto como todas las otras cosas.
La Concertación no ha podido cambiar un hecho esencial -con todo el éxito de sus políticas públicas-, que es la discriminación que implica nacer en el lugar equivocado. No todos los chilenos son iguales al nacer. Las oportunidades están en gran medida determinadas por el lugar de nacimiento. Para cambiar eso, se requiere no una política pública, sino un cambio de folio, una ruptura en la distribución del poder en la sociedad. El conflicto de la Araucanía no es otra cosa que el proceso por el cual aumenta el poder de los pueblos indígenas, y su presencia en la sociedad chilena como un actor relevante a considerar. Es difícil que en el futuro cuando se quiera representar a Chile, no se incluya uno de sus representantes. No nos engañemos, este no es un "Transantiago", no es un error de política, sino más bien una consecuencia casi inevitable de nuestro desarrollo.
La obra monumental de la Concertación ha sentado las bases para que empiece a cambiar la estructura de la sociedad, donde habrán luchas para dispersar el poder, abiertas y visibles, o soterradas e invisibles, pero las habrá, porque sin ellas no podremos seguir avanzando en nuestro desarrollo.
El éxito de Chile ha sido ese, el abordar los problemas de a uno, para poder ir superándolos en etapas, sin romper la senda del crecimiento. Todos han tenido algo de ese desarrollo, aunque todos también digan que no les llegó lo que les correspondía. Es un método desarrollado sin querer por la Concertación: los temas de a uno, no en lotes, y ha tenido éxito. Ahora llegamos a la etapa de repartir lo acumulado. La Araucanía lo está diciendo a gritos.
El próximo gobierno será sobre ese tema, aunque se llame de distintas maneras, no será sobre otra cosa que la presión por dispersar el poder. Tendremos que comenzar a comprender la critica dura, inflexible, de los que demandan un pedazo de la torta, y aceptar que habrá que repartirla para avanzar hacia mayores grados de desarrollo.
El resultado de lo anterior es que la obra monumental de la Concertación no tiene un pedestal patrimonial que separe lo sustancial de lo secundario, porque no sabemos cómo tratar la crítica. Su mayor obra es haber construido ciudadanos críticos. La amenaza que pesa sobre Chile no es grados de socialismo o neoliberalismo, sino más que los ciudadanos y líderes críticos no sepan usar la crítica como una oportunidad, sino como una fuente de autodestrucción. Nunca dejará de haber crítica, pero no siempre habrá éxitos, por lo que vale celebrarlos cada vez que podemos, para gozar nuestros avances.
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Vivimos en un país donde la crítica no es parte de la cultura nacional. En ello nos diferenciamos centralmente de otras culturas, que tienen la crítica como su manera de funcionar. El tema no es menor ya que tomarla por uno u otro lado implica que se pueden considerar los fracasos como oportunidades o bien como desastres de los cuales no es posible recuperarse.
En Chile las cosas perduran por mucho más tiempo del que resulta razonable, cuando alguien es criticado o bien cuando ha sufrido algún episodio negativo. Es así como, por ejemplo, el letrero de "El Mercurio Miente" perdura en la memoria colectiva de una manera increíblemente duradera.
Otras culturas tratan los negativos de manera distinta, Ted Kennedy por ejemplo, después del desastre de Chapaquidick, que le impidió llegar a la presidencia, muere en la gloria política, con el reconocimiento de sus pares y del mundo, por su testimonio de lucha. ¿Cuando hemos honrado nosotros a alguien de esa manera? Una cultura que no logra honrar sus logros, no sabe capitalizar su desarrollo. Hemos tenido muchos Ted Kennedy´s chilenos, pero nuestra manera de mirar la crítica nos impide transformarlo en patrimonio.
Así sucede con la obra monumental de la Concertación. Un patrimonio que marcará nuestra historia. Colectivamente implica el aprendizaje de una lección, supimos encontrar un balance después de haber vivido extremos. Se logra lo que la democracia simboliza más profundamente: un mecanismo de resolución de conflictos. Como país, durante 20 años hemos aplicado la solución por encima de nuestras diferencias, lo que le ha dado a Chile el período más próspero y estable de su historia contemporánea.
Supimos salir del hoyo negro de la dictadura, sin humillar ni hacer la reconciliación imposible. No logramos que el dictador fuera juzgado por sus hechos, error histórico que tendremos que pagar caro en el futuro, y que seguramente perdurará en nuestra historia como un punto negro, sin embargo, tenemos muchos logros que enfrentan ese gran negativo para poder superarlo.
El pueblo chileno tiene hoy otro nivel de posesión de bienes, todos tienen acceso a la educación y la salud, aunque esta sea aún de calidad limitada. Antes no la tenían. Al final del gobierno de Patricio Aylwin, un 25% de la población del país decía haber recibido por primera vez frutos del desarrollo. Los chilenos han reconocido a lo largo de estos 20 años, en qué y cuánto hemos avanzado en cada aspecto del desarrollo nacional. La salud es quizá el aspecto en que hay más reconocimiento. Aquí no sólo se ha disminuido la pobreza, sino que se ha producido una clase media.
El país del año 2009 está muy lejos del país del año 1989. Hoy los chilenos levantan su voz en protesta cada vez que sienten que sus derechos no están suficientemente asegurados cada día más. Los ciudadanos son cada día más críticos. No hay segmento de la población que no haya tenido una política pública específica, los jóvenes, los viejos, las mujeres, los indios, etc. El conflicto de la Araucanía no es otra cosa que el resultado de todo lo anterior. Se han empoderado las minorías.
Eso no es malo para una democracia que dice, entre otras cosas, respetar a las minorías. Las minorías poderosas han logrado grandes privilegios en la historia de la humanidad. Basta con mirar a los agricultores del sur de Francia que han tenido en jaque a ratos, a toda la Unión Europea. A los pueblos indígenas se les puede augurar poder futuro y obtención de privilegios, el camino que han seguido otras minorías. Esta prueba de fuerza no es otra cosa que la medida de su importancia, casi inevitable en el proceso de reconocimiento de las minorías. Pero empecemos por reconocer que no sería posible este proceso, sino se los hubiera empoderado de ciudadanía en primer lugar.
Ahora hay que hacerse cargo de ella y darle el lugar que le corresponde. Es peligroso ser demócrata, porque los ciudadanos críticos se vuelven en contra de quienes le entregan derechos que defender. Hay que ser valiente para entregar más democracia a la gente, y correr el riesgo de ser atacado por ella.
Ese es el futuro que nos espera. Los distintos grupos de la sociedad empezarán a pedir más, organizadamente, con presiones intentarán aumentar su cuota del desarrollo, quitándole a otros quizá, o adelantando la manera cómo se reparten sus beneficios. Cada día más se nota que los derechos valen, que es cada día más difícil estar fuera de la ley. Todavía el Estado no logra control total, y ese es quizá el punto más débil del desarrollo, el poder limitado del Estado para controlar lo que pasa en el territorio.
La nueva versión de la seguridad interior del Estado, mirado desde esa perspectiva, no es tanto los temas de territorio, y las amenazas de otros países, sino las amenazas dentro del territorio, de lo que los Estados no pueden hacer con sus habitantes. El no lograr que todos paguen el boleto del bus, o que se pueda controlar el tránsito de acuerdo a ley, o que no se usen los subsidios para gente que no los necesita, o las licencias médicas para descansar, son amenazas al desarrollo que afectan la capacidad de los pueblos de surgir. Es la calidad del estado derecho, su fuerza y su legitimidad lo que nos define como un pueblo aún no desarrollado. Ello tiene que ver con nuestra cultura, y con la estructura de la sociedad, que con todos los cambios no ha cambiado tanto como todas las otras cosas.
La Concertación no ha podido cambiar un hecho esencial -con todo el éxito de sus políticas públicas-, que es la discriminación que implica nacer en el lugar equivocado. No todos los chilenos son iguales al nacer. Las oportunidades están en gran medida determinadas por el lugar de nacimiento. Para cambiar eso, se requiere no una política pública, sino un cambio de folio, una ruptura en la distribución del poder en la sociedad. El conflicto de la Araucanía no es otra cosa que el proceso por el cual aumenta el poder de los pueblos indígenas, y su presencia en la sociedad chilena como un actor relevante a considerar. Es difícil que en el futuro cuando se quiera representar a Chile, no se incluya uno de sus representantes. No nos engañemos, este no es un "Transantiago", no es un error de política, sino más bien una consecuencia casi inevitable de nuestro desarrollo.
La obra monumental de la Concertación ha sentado las bases para que empiece a cambiar la estructura de la sociedad, donde habrán luchas para dispersar el poder, abiertas y visibles, o soterradas e invisibles, pero las habrá, porque sin ellas no podremos seguir avanzando en nuestro desarrollo.
El éxito de Chile ha sido ese, el abordar los problemas de a uno, para poder ir superándolos en etapas, sin romper la senda del crecimiento. Todos han tenido algo de ese desarrollo, aunque todos también digan que no les llegó lo que les correspondía. Es un método desarrollado sin querer por la Concertación: los temas de a uno, no en lotes, y ha tenido éxito. Ahora llegamos a la etapa de repartir lo acumulado. La Araucanía lo está diciendo a gritos.
El próximo gobierno será sobre ese tema, aunque se llame de distintas maneras, no será sobre otra cosa que la presión por dispersar el poder. Tendremos que comenzar a comprender la critica dura, inflexible, de los que demandan un pedazo de la torta, y aceptar que habrá que repartirla para avanzar hacia mayores grados de desarrollo.
El resultado de lo anterior es que la obra monumental de la Concertación no tiene un pedestal patrimonial que separe lo sustancial de lo secundario, porque no sabemos cómo tratar la crítica. Su mayor obra es haber construido ciudadanos críticos. La amenaza que pesa sobre Chile no es grados de socialismo o neoliberalismo, sino más que los ciudadanos y líderes críticos no sepan usar la crítica como una oportunidad, sino como una fuente de autodestrucción. Nunca dejará de haber crítica, pero no siempre habrá éxitos, por lo que vale celebrarlos cada vez que podemos, para gozar nuestros avances.
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