Popularidad presidencial: la falacia del traspaso. Maria de los Angeles Fernandez
Los datos conocidos ayer de la encuesta Adimark correspondientes a agosto vienen a ratificar lo que este mismo instrumento develó hace ya algunos meses, corroborado en días pasados por otra encuesta, la CEP: la alta popularidad presidencial de más de un 70%, convirtiéndose en un fenómeno sostenido.
Lejos parecen estar los días en que la Presidenta Bachelet era “ninguneada”, menospreciado y caricaturizado su estilo de liderazgo, que ella no ha cejado de reivindicar como “femenino”, y subestimada en su autoridad y capacidad. Algunos, de manera un tanto retorcida, no han trepidado en afirmar que si no fuera por la crisis, ella no se hubiera empinado tan alto en las encuestas. La verdad es que eso, a estas alturas, no debiera importar mucho. Lo que importa, con relación al liderazgo, es cómo se enfrentan los problemas, transformándolos en oportunidades y éstas, a su vez, en resultados apreciados, y eso es lo que parece interpretar la ciudadanía.
Sin embargo, llama la atención la lectura que dicha encuesta hace de estos datos cuando se argumenta que este índice de popularidad se debería, en parte, a “la exitosa separación de la Presidenta con relación a otros problemas específicos de gestión, dejándola intocada”, de tal forma que son los miembros del gabinete los que estarían asumiendo los costos. La reflexión subsiguiente es: ¿hay algún problema con eso?, ¡pues para eso están los ministros! Significa que están haciendo bien su trabajo y que, a su superior, la Presidenta en este caso, le están llevando soluciones y no problemas. Por otra parte parece olvidarse que la institución presidencial, en Chile, es la que concita los símbolos de unidad de la nación y todavía no ha surgido alguna otra fuente sustitutiva de autoridad que pueda opacarla. Adicionalmente, más allá de la institución en sí misma, es importante analizar los atributos de quién la ocupa. Esta encuesta viene a evidenciar, nuevamente y en aumento, un elemento novedoso de la política chilena: el cariño que los chilenos profesan hacia su Presidenta. No han faltado los que han tratado de menospreciar este fenómeno. Sin embargo, nos atrevemos a sostener que no es algo pasajero y que el cariño de los ciudadanos se ha venido a instalar como otro de los elementos que los candidatos tendrán que pretender, en su aspiración de representarlos. Es cierto que algo así parece extraño para aquellos que todavía creen a pies juntillas en las recomendaciones de Maquiavelo, que consideran útiles para todo tiempo y lugar, como aquella que reza: “Es mejor que te odien a que te amen”. Pero es que Maquiavelo nunca pensó en que el liderazgo político podría recaer, alguna vez, en manos femeninas.
A renglón seguido se afirma, con un cierto dejo negativo, que habría una distancia de 16 puntos entre la popularidad que ostenta la Presidenta y la que recibe el gobierno, de 57%. Dan ganas de pedir que los porcentajes se pongan en perspectiva porque ¿qué gobierno del continente puede ostentar tal índice a meses de terminar su gestión?
Pero, más allá de las interpretaciones que explican este caudal de popularidad, ronda persistentemente en el ambiente la inquietud de cómo se podría transferir al abanderado presidencial de su propia coalición. En su columna de ayer en este mismo diario, Carlos Huneeus señalaba que “las elecciones no las ganan (o pierden) sus candidatos, sino sus partidos y sus gobiernos y lo que ellos representan en términos de alternativas de futuro para el país”, apoyándose en un estudio de 44 elecciones de la postguerra en seis países desarrollados, concluyendo que sólo en cuatro casos fueron definidas por el liderazgo del candidato. Desde la postguerra hasta ahora, mucha agua ha corrido debajo del puente y las sociedades se han vuelto, en todas partes, mucho más complejas. Por tanto, no parece tan fácil admitir que sea sólo una variable la que influyen en la decisión de los electores y, por otra parte, ¿no es posible que en el caso del candidato Frei estemos asistiendo a una desviación de la norma, teniendo que apoyarse mucho más la candidatura en sus propios recursos, léase, atributos personales, programa, comunicación lo más atractiva posible y discurso sincero, que implique una valoración crítica de la coalición a la que representa? Lo que está claro es que la transferencia no resulta fácil, no sólo porque Bachelet y Frei representan atributos distintos, sino porque tampoco comparten los facilitadores de asociación inmediata que pueden haber ayudado a otros candidatos. Nos referimos al hecho de haber compartido equipos de gobierno como el caso de Lagos, que fue ministro de Frei o de la misma Bachelet, que fue ministra de Lagos.
Concentrar toda la discusión en el traspaso de la popularidad presidencial nos remite a la falacia del olvido de alternativas, como si no hubiera muchas otras posibilidades para enfrentar exitosamente una competencia presidencial. A alimentar esta falacia ha contribuido interesadamente la derecha, cuando lo que debieran hacer es tratar de desentrañar el enigma de cómo se logra permanecer congelado, sin subir un ápice del 37% de intención de voto que recibe Piñera en las dos últimas encuestas del CEP, a pesar de aumentar en todos los atributos.
Como sea, en una elección como la que se avecina, reñida y con resultado incierto, no es posible poner todos los huevos en una sola canasta: la del traspaso mecánico de la popularidad presidencial.
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Lejos parecen estar los días en que la Presidenta Bachelet era “ninguneada”, menospreciado y caricaturizado su estilo de liderazgo, que ella no ha cejado de reivindicar como “femenino”, y subestimada en su autoridad y capacidad. Algunos, de manera un tanto retorcida, no han trepidado en afirmar que si no fuera por la crisis, ella no se hubiera empinado tan alto en las encuestas. La verdad es que eso, a estas alturas, no debiera importar mucho. Lo que importa, con relación al liderazgo, es cómo se enfrentan los problemas, transformándolos en oportunidades y éstas, a su vez, en resultados apreciados, y eso es lo que parece interpretar la ciudadanía.
Sin embargo, llama la atención la lectura que dicha encuesta hace de estos datos cuando se argumenta que este índice de popularidad se debería, en parte, a “la exitosa separación de la Presidenta con relación a otros problemas específicos de gestión, dejándola intocada”, de tal forma que son los miembros del gabinete los que estarían asumiendo los costos. La reflexión subsiguiente es: ¿hay algún problema con eso?, ¡pues para eso están los ministros! Significa que están haciendo bien su trabajo y que, a su superior, la Presidenta en este caso, le están llevando soluciones y no problemas. Por otra parte parece olvidarse que la institución presidencial, en Chile, es la que concita los símbolos de unidad de la nación y todavía no ha surgido alguna otra fuente sustitutiva de autoridad que pueda opacarla. Adicionalmente, más allá de la institución en sí misma, es importante analizar los atributos de quién la ocupa. Esta encuesta viene a evidenciar, nuevamente y en aumento, un elemento novedoso de la política chilena: el cariño que los chilenos profesan hacia su Presidenta. No han faltado los que han tratado de menospreciar este fenómeno. Sin embargo, nos atrevemos a sostener que no es algo pasajero y que el cariño de los ciudadanos se ha venido a instalar como otro de los elementos que los candidatos tendrán que pretender, en su aspiración de representarlos. Es cierto que algo así parece extraño para aquellos que todavía creen a pies juntillas en las recomendaciones de Maquiavelo, que consideran útiles para todo tiempo y lugar, como aquella que reza: “Es mejor que te odien a que te amen”. Pero es que Maquiavelo nunca pensó en que el liderazgo político podría recaer, alguna vez, en manos femeninas.
A renglón seguido se afirma, con un cierto dejo negativo, que habría una distancia de 16 puntos entre la popularidad que ostenta la Presidenta y la que recibe el gobierno, de 57%. Dan ganas de pedir que los porcentajes se pongan en perspectiva porque ¿qué gobierno del continente puede ostentar tal índice a meses de terminar su gestión?
Pero, más allá de las interpretaciones que explican este caudal de popularidad, ronda persistentemente en el ambiente la inquietud de cómo se podría transferir al abanderado presidencial de su propia coalición. En su columna de ayer en este mismo diario, Carlos Huneeus señalaba que “las elecciones no las ganan (o pierden) sus candidatos, sino sus partidos y sus gobiernos y lo que ellos representan en términos de alternativas de futuro para el país”, apoyándose en un estudio de 44 elecciones de la postguerra en seis países desarrollados, concluyendo que sólo en cuatro casos fueron definidas por el liderazgo del candidato. Desde la postguerra hasta ahora, mucha agua ha corrido debajo del puente y las sociedades se han vuelto, en todas partes, mucho más complejas. Por tanto, no parece tan fácil admitir que sea sólo una variable la que influyen en la decisión de los electores y, por otra parte, ¿no es posible que en el caso del candidato Frei estemos asistiendo a una desviación de la norma, teniendo que apoyarse mucho más la candidatura en sus propios recursos, léase, atributos personales, programa, comunicación lo más atractiva posible y discurso sincero, que implique una valoración crítica de la coalición a la que representa? Lo que está claro es que la transferencia no resulta fácil, no sólo porque Bachelet y Frei representan atributos distintos, sino porque tampoco comparten los facilitadores de asociación inmediata que pueden haber ayudado a otros candidatos. Nos referimos al hecho de haber compartido equipos de gobierno como el caso de Lagos, que fue ministro de Frei o de la misma Bachelet, que fue ministra de Lagos.
Concentrar toda la discusión en el traspaso de la popularidad presidencial nos remite a la falacia del olvido de alternativas, como si no hubiera muchas otras posibilidades para enfrentar exitosamente una competencia presidencial. A alimentar esta falacia ha contribuido interesadamente la derecha, cuando lo que debieran hacer es tratar de desentrañar el enigma de cómo se logra permanecer congelado, sin subir un ápice del 37% de intención de voto que recibe Piñera en las dos últimas encuestas del CEP, a pesar de aumentar en todos los atributos.
Como sea, en una elección como la que se avecina, reñida y con resultado incierto, no es posible poner todos los huevos en una sola canasta: la del traspaso mecánico de la popularidad presidencial.
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