viernes, junio 19, 2009

La caída del aprendiz de brujo. Victor Maldonado

Lo que se ha propuesto todo este tiempo el comando de Piñera es graduar el efecto de la campaña de Enríquez-Ominami en primera vuelta. Animar en campaña, enemistar en primera vuelta, atraer un tercio del electorado del ex diputado socialista en la segunda: esto es lo que ha estado propiciando la dirección de derecha. Lo que más sorprende es que la ejecución de la maniobra sea tan evidente, obvia y poco oculta (¡su desarrollo era comentado por la prensa!). Impresiona esa nota de impunidad y soberbia con que se ha actuado y la carencia en sus autores de una duda razonable sobre si podían en verdad implementar sus deseos.
La idea de que el tiro pudiera salir por la culata brilla aquí por su ausencia: simplemente no estuvo en los cálculos de nadie. Lo importante es que el diseño consistía en motivar la creciente rivalidad entre dos candidaturas que se presentan como alternativas a la suya. No era la existencia de dos candidaturas lo que los estrategas de la opción estiman que los beneficia, sino el que este hecho los llevara a la polarización. Se trata de que el conflicto llegara a ser tan grande que una parte sustantiva de la candidatura en tercera posición se abstuviera de votar por Frei.

Todo esto pareciera muy bien, pero partía de un supuesto que no podía fallar: que Piñera se mantendría cómodo en primer lugar. Si no se acertaba, los daños serían mayores, porque no se tendría un tropiezo táctico en una campaña, sino que se caería la estantería completa. Se jugaba el mayor capital de una campaña -la confianza en el triunfo- a una sola carta. Si uno se las da de insensible y se demuestra vulnerable, lo que se derrumba es el concepto fundamental de una postulación presidencial, y eso es irrecuperable.

Lo notable es que no se actuó con criterio político, sino con la audacia del jugador. O, si se quiere, con la irresponsabilidad del especulador. Pero como no todos en la derecha gustan de la temeridad, de un tiempo a esta parte se había incubado un secreto temor. Era palpable para quienes se percataron de un exceso de declaraciones de figuras secundarias o incondicionales a Piñera y un silencio expectante en las principales. La encuesta CEP ha dado la razón a los más prudentes y menos escuchados en la oposición. Se empezó a anidar el temor oculto del que sabe que de tanto exitismo nada bueno puede surgir. Y con razón.

"diferencia irremontable"

El temor se relacionaba con la duda de que no se propiciara un fenómeno de desgaste sobre el candidato de la Concertación y que esto se volviera contra el mismo que quería adoptar el rol de titiritero. Pero el error ya está cometido: consistía en calcular todos los efectos que pudiera tener sobre los otros alentar candidaturas ajenas, pero no sobre la propia. Es como si se creyera que la Alianza pudiera quedar indemne sólo porque ha fomentado el impacto de una candidatura que nace en el área izquierda del espectro político. Que quede claro: la derecha ha armado todo este tinglado en el convencimiento de que una diferencia de 15 puntos de Piñera respecto de su más próximo seguidor es "una diferencia irremontable". Es lo que esperaba de la encuesta CEP y ya sabemos cómo les fue.

La prensa de derecha tiene la ingenuidad de informar que la evaluación de los efectos de la nueva candidatura se tomó -confesión propia- ¡"esta semana"! Semejante desatino sólo podía llevar a la catástrofe. Repito lo característico del intento: no se trata de que existan personas que salen de la coalición de centroizquierda para un intento presidencial, sino de que el conflicto se anide en la Concertación, provocándole un continuo desangramiento. El intento tiene una implementación práctica evidente: que el conflicto entre candidaturas se convierta en una disputa al interior de la Concertación como coalición política. Ahora, habría que ser ciego como para no darse cuenta de que ocurrirá todo lo contrario y el conflicto estallará ahora en la Alianza, y la UDI tendrá mucho que ver con ello.

¿Por qué se equivocaron?

Para responder, lo que hay que hacer es mirar a la derecha como el débil actor que es. Es evidente que el detenimiento y deterioro de su candidato en las encuestas va en paralelo con la imposibilidad de conseguir un aumento de la adhesión a la Alianza, la que -por lo demás- también va en retroceso. Lo que no ha sido advertido por la oposición es que el descontento contra la política y sus actores está bastante extendido, no reconoce fronteras. Es más obvio de pesquisar en la Concertación, porque es el oficialismo el actor con mayor visibilidad y más cotidianamente en el centro de atención.

Pero el rechazo no excluye a la derecha. Ella suma la indiferencia. Cuando se han reducido las barreras entre sectores, y se estableció la costumbre del votante de tomar decisiones con mayor independencia, es evidente que agitar el descontento con la política es algo muy peligroso.

Por un extraño espejismo, los aprendices de brujo de la campaña de Piñera se han considerado indemnes a la crítica. No se ve por qué han podido partir de esa falsa base. En algún momento percibirán que las críticas que hacen a Frei se aplican a su candidato. Únicamente para su entorno, Piñera es un obvio sinónimo de cambio. En realidad es una figura ya tradicional y promover a Enríquez-Ominami no ha hecho otra cosa que hacerlo más evidente.

La Concertación no puede ser tan irresponsable como la derecha y ha de actuar cualitativamente distinto. Los mismos que han transformado al país desde la política han de aceptar que ahora sea el país el que transforma a la política. Como lo ha hecho presente Frei en el Caupolicán, se hace urgente la siempre postergada actualización de los partidos. No basta con un líder carismático para que la actividad política cambie. Al final se lo ve como una excepción, porque la mayor cercanía de uno no basta para compensar la lejanía del resto de la clase política. La renovación de la política es una empresa colectiva y nada impide que la coalición gobernante emprenda esta tarea de primera importancia.

Hay que tomar en cuenta que lo más frecuente no es que se agote una perspectiva o una visión estratégica. Lo usual es que se agoten personas concretas y, a veces, un segmento importante de la dirigencia. La gran ventaja de ofrecer un proceso abierto y transparente de actualización partidaria y de coalición es que no se necesita pasar por una etapa de inestabilidad, en que nadie sabe dónde va a ir a dar la gobernabilidad, el buen desarrollo de las políticas públicas, la relación entre Congreso, partidos y gobierno, las políticas de Estado y otros "detalles".

Muchos saben lo que no les gusta de la Concertación, pero pasan por alto lo que se logra con su existencia y lo que consigue sostener día a día con su actuación. Como siempre, no hay que esperar a que el vacío de poder llegue, para saber que hay experiencias que se puede ahorrar al país.

Hay que hacer pesar la diferencia: sólo conglomerados políticos amplios y sólidos pueden hacerse cargo de las grandes tareas nacionales tras las cuales se alineen amplias mayorías. Tal como lo ha dicho el presidente del PS, Camilo Escalona, con motivo del acuerdo instrumental con el Juntos Podemos: "Sabemos que la acción individual, por valiosa que sea, no puede llevar a buen término los propósitos y anhelos que tenemos, si no es sobre la base de coaliciones políticas que representen a la mayoría".
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