Enríquez-Ominami: rebeldía oligárquica. Ernesto Águila Z
El diputado Marco Enríquez-Ominami, quien ha renunciado recientemente al PS, pertenece a una clase de dirigentes a los cuales los partidos políticos les quedan rápidamente pequeños e incómodos (como Flores o Trivelli, entre otros). Pertenecer a un partido implica someterse a ciertas rutinas democráticas, a deliberaciones colectivas y al juego de mayorías y minorías (“la democracia, ese abuso de las estadísticas” como la llamara con cierta ironía aristocrática J. L. Borges alguna vez).
Militar en un partido político y someterse a ese “juego estadístico” es muy poco glamoroso y trae poca cámara. Implica participar en reuniones que se alargan más de la cuenta, en locales inhóspitos y en debates en que muchas de las intervenciones nunca van al punto central de discusión. Más encima la gran mayoría de los ciudadanos dicen tener –encuestocracia mediante- una mala o pésima opinión de los partidos políticos.
¿Por qué entonces permanecer en ellos? ¿Por qué no mejor irse y hacer campaña a costa de esas pocas prestigiadas instituciones? Tal vez por la simple razón que no se conoce una democracia sin partidos políticos ni parlamento, y cuando se hunden o se sumen en el desprestigio estas instituciones políticas básicas, suelen llevarse consigo la democracia en favor del algún autoritarismo y/o populismo de turno, y de algún caudillocarismático y mesiánico.
La fuerza de Enríquez-Ominami no es su juventud ni su programa (mezcla éste último de privatización de empresas públicas, nuevos derechos civiles, régimen parlamentario y farándula), sino la debilidad y el poco prestigio de que hoy gozan la política y sus instituciones, y de la manera cómo esta candidatura instrumentaliza este tema. Y allí reside el peligro y el drama de la opción elegida por Enríquez-Ominami: para abrirse paso y crecer necesita que se profundice la desconfianza de los ciudadanos con la política y sus instituciones.
La actitud y el discurso de la antipolítica y de la desinstitucionalización le sale de manera natural a Enríquez-Ominami, no se podría decir que es una impostura. Ello es así porque el diputado –tal vez sin darse cuenta- entiende la política como un predestinado. Las reglas son para otros no para él: si el PS elige a Escalona presidente del PS las mayorías están equivocadas (como si la democracia fuera un lugar donde se resuelve “la verdad”). O si la mayoría de los socialistas elige seguir en alianza con la DC y nombra como candidato a Frei (a través de Congresos, plenos, convenciones), ello no basta. El político iluminado siente demasiado profundamente en su interior que tiene la razón y que la verdad está siempre de su lado, y ningún “jueguito estadístico” lo va a convencer de lo contrario.
En la historia de la izquierda chilena la existencia de expresiones iluminadas y oligárquicas no es nueva. Siempre ha existido una elite en ella que se siente más igual, sofisticada y exquisita que los demás. En algunos momentos históricos estos sectores han tomado formas orgánicas y han declarado la obsolescencia de los partidos tradicionales de la izquierda y del PS especialmente. Hasta el momento han fallado, pero no puede descartarse que un día les resulte.
Tal vez si la actual dirección del PS frente a los conflictos y disidencias germinales hubiera optado no solo por vencer sino también por convencer o si se hubieran abierto más las puertas a la participación y al fortalecimiento institucional, hoy los problemas no tendrían la magnitud que tienen. Una autocrítica, que de existir,ría un poco tarde para un partido en proceso de fraccionamiento. llega
Para los socialistas en los próximos meses no solo estará en juego una elección presidencial sino su propia unidad e integridad como organización política.
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Militar en un partido político y someterse a ese “juego estadístico” es muy poco glamoroso y trae poca cámara. Implica participar en reuniones que se alargan más de la cuenta, en locales inhóspitos y en debates en que muchas de las intervenciones nunca van al punto central de discusión. Más encima la gran mayoría de los ciudadanos dicen tener –encuestocracia mediante- una mala o pésima opinión de los partidos políticos.
¿Por qué entonces permanecer en ellos? ¿Por qué no mejor irse y hacer campaña a costa de esas pocas prestigiadas instituciones? Tal vez por la simple razón que no se conoce una democracia sin partidos políticos ni parlamento, y cuando se hunden o se sumen en el desprestigio estas instituciones políticas básicas, suelen llevarse consigo la democracia en favor del algún autoritarismo y/o populismo de turno, y de algún caudillocarismático y mesiánico.
La fuerza de Enríquez-Ominami no es su juventud ni su programa (mezcla éste último de privatización de empresas públicas, nuevos derechos civiles, régimen parlamentario y farándula), sino la debilidad y el poco prestigio de que hoy gozan la política y sus instituciones, y de la manera cómo esta candidatura instrumentaliza este tema. Y allí reside el peligro y el drama de la opción elegida por Enríquez-Ominami: para abrirse paso y crecer necesita que se profundice la desconfianza de los ciudadanos con la política y sus instituciones.
La actitud y el discurso de la antipolítica y de la desinstitucionalización le sale de manera natural a Enríquez-Ominami, no se podría decir que es una impostura. Ello es así porque el diputado –tal vez sin darse cuenta- entiende la política como un predestinado. Las reglas son para otros no para él: si el PS elige a Escalona presidente del PS las mayorías están equivocadas (como si la democracia fuera un lugar donde se resuelve “la verdad”). O si la mayoría de los socialistas elige seguir en alianza con la DC y nombra como candidato a Frei (a través de Congresos, plenos, convenciones), ello no basta. El político iluminado siente demasiado profundamente en su interior que tiene la razón y que la verdad está siempre de su lado, y ningún “jueguito estadístico” lo va a convencer de lo contrario.
En la historia de la izquierda chilena la existencia de expresiones iluminadas y oligárquicas no es nueva. Siempre ha existido una elite en ella que se siente más igual, sofisticada y exquisita que los demás. En algunos momentos históricos estos sectores han tomado formas orgánicas y han declarado la obsolescencia de los partidos tradicionales de la izquierda y del PS especialmente. Hasta el momento han fallado, pero no puede descartarse que un día les resulte.
Tal vez si la actual dirección del PS frente a los conflictos y disidencias germinales hubiera optado no solo por vencer sino también por convencer o si se hubieran abierto más las puertas a la participación y al fortalecimiento institucional, hoy los problemas no tendrían la magnitud que tienen. Una autocrítica, que de existir,ría un poco tarde para un partido en proceso de fraccionamiento. llega
Para los socialistas en los próximos meses no solo estará en juego una elección presidencial sino su propia unidad e integridad como organización política.
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