viernes, junio 19, 2009

Concertación, dura de matar. Patricio Navia

La encuesta CEP muestra que será más difícil separar a la Concertación del Estado en el siglo XXI de lo que resultó separar a la iglesia católica del Estado en el siglo XIX. El hecho que la intención de voto de los dos candidatos identificados con la Concertación, el abanderado oficial Eduardo Frei y el candidato independiente filo concertacionista Marco Enríquez Ominami, supere el 50% de intención de voto en primera vuelta, muestra que los rumores sobre la inminente muerte de la coalición que ha gobernado al país desde 1990 son infundados. A su vez, la incapacidad de la Alianza para capitalizar el descontento que produjo la decisión de los jerarcas de la Concertación—evidenciada en la imposición de la candidatura de Frei sin primarias abiertas y vinculantes-- en una cantidad mayoritaria de chilenos. Dependiendo de cómo leamos el 14% de intención de voto de Marco Enríquez-Ominami, podemos sacar dos conclusiones sobre la encuesta CEP. Ambas son indicativas de los problemas que enfrenta la Alianza. Por un lado, podemos decir que la Concertación sigue teniendo una mayoría en Chile. La suma de la votación de Frei (30%) y Enríquez-Ominami (14%) es más del 50% de los votos válidos en la encuesta (81%). Podemos concluir que el 14% de Enríquez-Ominami constituye un voto a favor de las alternativas de izquierda que rechazan la partidocracia que ha capturado a la Concertación. Después de todo, “Marquito” construyó la épica de su candidatura presidencial a partir de la decisión de su partido socialista de prohibirle participar en las primarias de la Concertación. Aunque haya renunciado al PS, Marco sigue siendo profundamente concertacionista. El ya ha dicho que votará por Frei en segunda vuelta. Si bien aspira a ser más que una candidatura testimonial, la irrupción de Enríquez-Ominami bien puede ser interpretada como una voz de alerta de la gente a las elites partidistas de la Concertación. El país quiere a la Concertación en el poder. Pero quiere una Concertación más incluyente, más participativa y con más transparencia y mejor rendición de cuentas. Si Frei entiende el mensaje, podrá sumar la votación por Marco en segunda vuelta y convertirse en el primer presidente en volver a La Moneda desde Arturo Alessandri en 1932.

La segunda lectura posible de la encuesta CEP es que hay una mayoría de chilenos que ya no quiere más Concertación. O al menos no la Concertación que proclama candidatos en primarias truchas y detrás de cuatro paredes. La suma de la intención de voto por Piñera (34%) y Marco (14%) supera el 50% de los votos válidos (81%). Pero ese rechazo a los mecanismos de la Concertación no implica apoyo automático a la alternativa de la Alianza. La derecha en Chile ha sido incapaz de capitalizar el descontento concertacionista. Casi dos de cada tres votos de rechazo a la partidocracia concertacionista ya abandonaron a Piñera. El candidato de la Alianza es incapaz de capitalizar el descontento, el agotamiento y el cansancio con la Concertación. Marco llegó para arrebatarle a Piñera el discurso del cambio y para forzar una segunda vuelta. Pero en tanto Piñera, y la Alianza, sean incapaces de concitar apoyo mayoritario, la Concertación seguirá en el poder. Si Piñera no corrige rumbo pronto, perderá una elección que hace seis meses parecía imperdible. Y la Alianza completará su quinta derrota presidencial consecutiva, ganándose el merecido título de la coalición política opositora más inepta en la historia nacional.

Finalmente, la encuesta también constituye un mensaje a Frei. El abanderado concertacionista tiene que crecer más allá de los partidos. Es más, debe demostrar que es él, no los jerarcas partidistas, los que mandan en la Concertación. Sólo así podrá sumar la votación de Enríquez-Ominami en segunda vuelta. Frei debe entender que su camino a la victoria pasa por su capacidad para incorporar las demandas de Enríquez-Ominami a su campaña. "Marquito", después de todo, puede convertirse en el salvavidas de la Concertación si Frei es capaz de apropiarse del discurso de renovación y cambio que parecen darle a Enríquez-Ominami las llaves de La Moneda para marzo de 2010.
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