El espacio de Enríquez-Ominami . Ignacio Walker
En algún sentido importante, no hay nada nuevo bajo el sol. La historia de los “afuerinos” (outsiders) —candidatos que procuran capitalizar el descontento popular con un discurso antisistema, o anti establishment— es bien conocida, sobre todo cuando va un candidato único de la Concertación, de las filas de la DC. Así, por ejemplo, en la elección de 1989, en el peak de la legitimidad y la popularidad de la Concertación, con un Aylwin que obtuvo el 55,17%, contra un Büchi que logró el 29,4%, el candidato del descontento, Francisco Javier Errázuriz, obtuvo el no despreciable 15,43%, superando todas las expectativas.
En la elección de 1993, con un Eduardo Frei que batió un récord histórico, con el 57,98% de los votos, contra el 24,41% de Arturo Alessandri, los candidatos que procuraron encarnar el descontento (Manfred Max-Neef, Eugenio Pizarro y Cristián Reitze, de la izquierda extraparlamentaria) obtuvieron un no despreciable 11,42%; si le sumamos la votación de José Piñera, quien también desafió el “duopolio” de la Concertación y la Alianza, llegamos a un 17,6%. De esta manera, tanto Aylwin como Frei hicieron frente a uno o más candidatos del descontento, que fluctuaron entre el 11 y el 18%.
Ahora bien, la irrupción de los candidatos del PS planteó un escenario enteramente distinto: era la primera vez, desde Salvador Allende, que iba un/a candidato/a de la izquierda socialista de la Concertación. Muchos apostaron a que aquello era imposible. Pues bien, con resultados más estrechos —sobre todo Lagos frente a Lavín, en 1999— que los de Aylwin y Frei, Lagos y Bachelet obtuvieron, en primera vuelta, 47,96 y 45,96%, respectivamente, resultando ganadores en la segunda vuelta. En ambos casos, entre otras cosas porque las candidaturas de la Concertación se habían movido hacia la izquierda, los candidatos de la derecha obtuvieron una votación apreciable: el 47,51%, en el caso de Lavín, en 1999 —siempre en primera vuelta, pues lo que queremos es medir el impacto de los outsiders—, y el 48,64%, sumados los votos de Piñera y Lavín, en 2005.
La media de Aylwin/Frei, ambos de la DC, fue de 56,6%, mientras que la media de Lagos/Bachelet, ambos del PS, fue de 46,98%, por lo que la media de los candidatos de la DC fue de unos 10 puntos porcentuales superior a la de los PS. Esto significó que subiera la votación de la derecha y disminuyeran ostensiblemente los votos de los “outsiders” de la izquierda extraparlamentaria, pues, en este caso, enfrentaban a candidatos socialistas de la Concertación: Gladys Marín, Sara Larraín y Tomás Hirsch obtuvieron un total de 4,14%, frente a Lagos, mientras Hirsch obtuvo un 5,4%, frente a Bachelet. Y de más está decir que la inmensa mayoría de los votos de los outsiders fueron a Lagos y Bachelet, en segunda vuelta, los que resultaron electos con el 51,31 y 53,5%, respectivamente.
No es sorprendente, pues, que Enríquez-Ominami muestre alrededor de un 10% de adhesiones, mientras que Arrate y Navarro alrededor de un 5% (Adolfo Zaldívar será cada vez más irrelevante, aunque no así sus electores). Eso fue así, y es así, especialmente en la medida en que el candidato único de la Concertación es un DC, tal como quedó en evidencia en 1989 y 1993. ¿Qué ocurrirá con la mayoría de los votos del descontento en la segunda vuelta (un triunfo en primera vuelta de Piñera es prácticamente imposible)? Es evidente que la primaria interna de la Concertación tendría que haber sido amplia y generosa, con Enríquez-Ominami incluido, el que, hoy por hoy, estaría integrando el comando de Frei. Ya que no fue así, la Concertación tiene un solo camino hacia el triunfo: trabajar un buen pacto parlamentario contra la exclusión. En ese escenario, sería un gran error político de Enríquez-Ominami levantara una lista parlamentaria propia, salvo que estemos por “tirar el mantel”, lo que escapa a la racionalidad que generalmente impera en la política chilena, y del propio candidato símbolo de los outsiders, quien ha demostrado agudeza e inteligencia. Si hasta ayer el pacto parlamentario contra la exclusión era una posibilidad, ahora es una necesidad. Tal vez de ello dependa el triunfo de Frei en la segunda vuelta. Lo peor que pudiera hacer la Concertación es antagonizar a Enríquez-Ominami, sin perjuicio de marcar las diferencias. Es el tiempo del arte de la política y de la negociación, ámbito en el que la Concertación ha dictado cátedra durante 20 años.
[+/-] Seguir Leyendo...
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home