jueves, marzo 12, 2009

La crisis ante nuestra puerta . Roberto Apuero


Tarde de un miércoles en Iowa City. Alguien to-ca el timbre de casa. Extraño, pues no esperamos a nadie. Abro. Veo a un señor de impecable traje oscuro, camisa blanca y corbata de seda, con maletín de cuero y folletos. Supongo que es un predicador. La tarjeta que me extiende lo presenta, sin embargo, como ejecutivo de financiera, con posgrado. Balbuceando, me ofrece asesoría para invertir en la bolsa. Hasta hace poco debe haber tenido una moderna oficina y jugosas comisiones. Agradezco, pero rechazo su oferta.Se aleja cabizbajo. La resignación en su mirada me recuerda a Willy Loman, el protagonista de "Muerte de un vendedor", de Arthur Miller, quien le confiesa a su familia que sus comisiones ya no bastan y que el sueño americano le ha sido esquivo. El hombre ante mi puerta revela que la crisis económica sacude incluso a ciudades universitarias de Estados Unidos, consideradas hasta ahora blindadas frente a la debacle. Su presencia en este barrio, inimaginable hace unos meses, es pésimo augurio de lo que aún nos aguarda. En Estados Unidos y el mundo.

Por cultura, los estadounidenses son de optimismo contagioso. Lo notamos en sus películas, novelas y canciones. Como muchos carecen de interés en la historia y han vivido en un país que ha sido líder en infinidad de ámbitos, los estadounidenses tienden a creer que el futuro siempre será mejor que el presente y el pasado. Ya no. Por primera vez desde 1929, los agobia el pesimismo. Cunde la sospecha de que no podrán seguir viviendo como antes. El dólar pierde hegemonía, China tendrá la mayor economía, los ataques terroristas mostraron la vulnerabilidad, y Afganistán e Irak proyectan dudas sobre el poderío militar. La crisis, por otro lado, conmociona, desconcierta. La gente descubre ahora la historia, sospecha que los imperios son transitorios, que no se puede vivir del crédito, que el planeta afronta límites ecológicos. Muchos vuelven hoy con respeto la vista hacia las generaciones de 1929 o la Segunda Guerra Mundial, hacia quienes supieron restringir su consumo y se plegaron a la filosofía del sacrificio y el ahorro. Por primera vez los norteamericanos, acostumbrados a la abundancia, se parecen a los eu-ropeos de posguerra, a los Adenauer, Brandt y De Gaulle.

Paso frente al refugio para los sin techo. Está repleto. Lo mismo ocurre en instituciones que dan almuerzo gratuito. El acendrado espíritu igualitario de nuestros habitantes fomenta la caridad privada. Iowa City reprueba la ostentación y exhibe el mayor promedio de educación nacional. Una agrupación convoca a un desayuno de pancakes, actividad típica para recolectar donaciones. Una librería lanza un libro con fotos de 1929, y sus ventas beneficiarán al refugio. Las imágenes de desolación evocan cuadros de Andy Wyeth y Edward Hopper, y los ambientes descritos por Sherwood Anderson, Upton Sinclair o Theodore Dreiser. No recuerdan la frívola era del jazz de los 20, recreada por Fitzgerald en "El gran Gatsby", ni las fiestas de los yuppies en "La hoguera de las vanidades", de Wolfe. En una pequeña ciudad como la nuestra, los sin casa nunca han sido muchos, pero acongojan, pues tienen rostro. El desempleo, hasta hace poco inexistente, alcanza ya cuatro por ciento, y si bien Iowa es el estado donde hay menos remates de casas, la tendencia es al alza. Una cadena de comida chatarra registra récords de venta. Intuimos que pasó la hora de las celebraciones de los presuntuosos personajes de Fitzgerald y Wolfe, y llegó la del melancólico Willy Loman, quien peregrina desamparado con maletín y folletos por las calles de la ciudad. Sabemos que puede tocar en cualquier instante a nuestra puerta. Y que esta vez será para quedarse.
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