Los resultados de los recientes sondeos de opinión no sólo consolidan la tendencia al alza en la popularidad de la Presidenta Bachelet, sino también confirman el buen pie para afrontar el que para muchos es el gran desafío de este último año de gobierno: transformar la crisis económica en una oportunidad política.
En efecto, hoy hace más sentido que nunca el esfuerzo que se acometió por dotar a esta administración de un nítido sello en favor de la protección social, lo que acompañado con un manejo fiscal tan estricto como exitoso, parece estar finalmente dando frutos y haciéndole sentido a los ciudadanos. De igual manera, se percibe mayor coordinación en el equipo político de gobierno, el que con una agenda clara de trabajo, ha declarado que su primera prioridad será la protección y fomento del empleo.
Que duda cabe, estas no son buenas noticias para la oposición. En la completa ausencia de un proyecto propio que recoja los sueños y valores de la derecha, donde la carencia de nuevas ideas ha sido suplida por la esperanza de hacer lo mismo aunque mejor que los que actualmente gobiernan, la estrategia del desalojo –como dirían los economistas- entró ya en una curva de rendimiento decreciente.
Hay ocasiones en que el discurso del cambio pudiera constituir más una fuente de amenazas e inseguridades, que una promesa de prosperidad. Es evidente que en una época de profundas transformaciones los ciudadanos tienden a preguntarse por quién los protegerá mejor. ¿Aquéllos que quieren más o menos Estado?, ¿los partidarios de organizar a los trabajadores o quiénes promueven la flexibilidad laboral?, ¿los preocupados de asegurar la continuidad de las funciones estratégicas del aparato público o los que quieren privatizar las empresas del Estado?
A propósito de esto último, el candidato de la oposición se preguntaba recientemente en una entrevista: “¿se imagina usted al señor Farías, de Chiledeportes; o al señor Ajenjo, de EFE; o al señor Dávila de ENAP, interviniendo empresas?” Aunque parcial e injusta, se trata de una inquietud interesante, la que adicionalmente apela al sentido común de los ciudadanos. Con todo, y con el objeto de ilustrar el argumento que he venido haciendo, es posible que en un escenario de enormes inseguridades también muchas personas se pregunten ahora: ¿se imagina usted al señor Piñera a cargo del gobierno, en los hechos la mayor empresa de Chile?
Pero más allá de la retórica, las tareas que tiene por delante la actual administración no son pocas, ni mucho menos fáciles. En forma adicional a los enormes esfuerzos por proteger las fuentes laborales de los ciudadanos, se requerirá –junto con consolidar algunas de sus políticas sociales más exitosas- resolver las dificultades que aún persisten en las áreas de educación, salud y transporte público. De hecho, la única forma que tiene el actual gobierno de contribuir a un eventual quinto mandato de la Concertación es concluyendo satisfactoriamente este itinerario.
Sin embargo, el que los dirigentes de la Alianza ya perciban con preocupación el rol que Bachelet y su equipo puedan jugar de cara a la próxima elección presidencial –sólo eso explica las ridículas denuncias de intervención electoral que hemos conocidos por estos días- no debe oscurecer las notorias debilidades que enfrenta el propio oficialismo. La creciente popularidad de la Presidenta no se traspasará al futuro candidato de la Concertación en la medida que persista la ausencia de un proyecto político común, que genere renovadas ideas y liderazgos, y que infunda la necesaria mística para convocar a los ciudadanos.
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