miércoles, enero 21, 2009

Caras nuevas .Jorge Edwards


Nos repetimos tanto, nuestro paisaje político es de tal monotonía, que hasta Jorge Arrate y Carlos Altamirano Orrego parecen ahora, en los confusos días que corren, caras nuevas. Parece que Felipe González le contó en España a Ricardo Lagos que perdió las elecciones frente a José María Aznar, después de largo tiempo de estar en la presidencia del gobierno, porque la gente, los electores, estaban cansados de ver las mismas caras. Hay, por consiguiente, que renovarse, reciclarse, reaparecer con un look diferente, hacerse, si es necesario, una cirugía estética y hasta intelectual: operarse del cuerpo y de las ideas. Las caras que circulan son antiguas, archiconocidas, monótonas, en la izquierda, en la derecha y en el centro. Sin embargo, salir de los armarios, de los anaqueles, y proponer políticas viejas como si fueran novedades extraordinarias, produce un efecto paradójico de sorpresa, de renovación de unas aguas muy estancadas.
Un amigo europeo que reside en Chile hace años, buen observador de la política criolla, me dice que aquí ningún candidato presenta un programa coherente, completo, bien diseñado y explicado a los electores. Se vota, según él, por las personas, no por los programas. No estoy tan seguro de que sea así. El proyecto político de Sebastián Piñera tiene diferencias importantes con el que podría presentarnos Eduardo Frei. Pero es verdad que uno escucha propuestas parciales, limitadas, sectoriales, y hace el constante ejercicio de imaginarse el resto. Quizá porque los candidatos no unifican ni resumen las diversas tendencias de las fuerzas que los apoyan. Hay miembros de la izquierda de la Concertación que no se identifican ni se identificarán nunca con las posturas de Frei y de la gran mayoría de la democracia cristiana. Y hay miembros de la UDI que no se sienten cómodos con las posiciones de Piñera y que lo dicen con todas sus letras. Es probable que alguna dosis de ambigüedad, alguna vaguedad aceptada, sea indispensable para mantener vigente una coalición amplia. Pero uno esperaría que los candidatos no exageren en este aspecto. En alguna etapa deberán decirnos cuáles son sus propuestas concretas en materia de política interna, de economía, de política exterior. Hace poco leí que los peruanos, aparte de resolver ante el tribunal de La Haya el tema jurídico de los límites marítimos en la frontera de Tacna y Arica, aspiran a un entendimiento con Chile comparable al que construyeron Francia y Alemania después de la segunda guerra mundial. Es un planteamiento ambicioso, que va mucho más allá de nuestra diplomacia pasiva, defensiva, de gestos protocolares y de sonrisas más o menos huecas. ¿Tenemos aquí una respuesta a esa posición, una propuesta, algo que implique una visión coherente de todas estas cosas?

Si un candidato pierde, pero le deja al país un conjunto rico, bien elaborado y pensado, de programas, proyectos, reflexiones, sugerencias, no pierde en forma completa. Confieso que a mí me gustaría mucho saber qué piensan nuestros precandidatos y nuestros candidatos, que ya van en camino de ser cuatro o más, sobre la seguridad interior, la justicia, la economía, la educación, la diplomacia. Si sólo se dedican a viajar por el país y a decir discursos en las plazas públicas o en los estadios, me voy a sentir profundamente preocupado, decepcionado, desanimado. Chile ha dado pasos interesantes durante los cuatro períodos presidenciales de la Concertación. No me arrepiento en absoluto de haber votado por sus candidatos, pero llegamos ahora a una encrucijada, a un momento de posible, incluso de probable cambio, y tenemos derecho a exigir explicaciones convincentes. La gran mayoría de los chilenos no quiere votar ahora en forma automática, por puros reflejos condicionados, con criterios de familias, de clanes, de tribus políticas. Vamos a pensar con tranquilidad, con la cabeza fría, por el candidato que más nos convenza, y si no nos convence nadie, no vamos a votar por nadie. Además, recibimos ahora las oleadas de un cataclismo financiero internacional de grado siete o de grado nueve y necesitamos saber qué medidas concretas van a tomarse. Ya se ha hecho algo, y hay que reconocer que la política financiera de los años recientes nos permite entrar a la zona de turbulencia en mejores condiciones que antes: mejor que en el año 1930, desde luego, y mejor que en las crisis de las décadas de los ochenta y los noventa. Pero el fenómeno va para largo: tenemos que enfocarlo desde todos los ángulos, con el máximo de realismo, sin ingenuidad y sin palabrería, o, si se quiere, sin politiquería, que equivale a lo mismo.

Jorge Arrate piensa que se puede renovar la izquierda chilena saliéndose del Partido Socialista y viajando a La Habana a tomarse un mojito en el terreno. Son gestos exteriores, simbólicos, en alguna medida nostálgicos, pero Jorge es un intelectual, un hombre de ideas, un antiguo militante, y ahora tendrá que explicarnos cuál es su noción de un socialismo del siglo XXI, viable y posible para nosotros. ¿Cuál es la diferencia real entre el socialismo de Arrate y del Carlos Altamirano de hoy con los socialismos de Fidel Castro, de Hugo Chávez, de los dirigentes de las democracias populares de Europa del Este? No sé si piensan proponernos un partido único, y unas elecciones a dedo, y una presidencia vitalicia, y una prensa y una disidencia cautivas. Porque si actúan así, no sólo se aíslan dentro y fuera de Chile, en la política interna y en el mundo del siglo XXI, sino que le hacen un flaco servicio a la Concertación. Uno puede imaginarse desde ahora una segunda vuelta en la que el candidato de la Concertación reciba los votos de una izquierda dura, no renovada, inactual, y en que los votos del centro emigren a otra parte.

Por lo demás, esto de que el socialismo de hoy, como afirma Jorge Arrate, no sea demasiado diferente de la Democracia Cristiana, no es un mal en sí mismo. A mí me parece precisamente lo contrario: es uno de los elementos que ha hecho de la Concertación una fórmula viable, que nos ha permitido alcanzar un progreso parcial, pero efectivo. Si alguien, con buenos argumentos, con la noción de una política posible, nos propone alcanzar una democracia más profunda, más desarrollada, con mejores niveles de protección social, con más educación para todos, con más libros, más museos, mejores orquestas, un cine más avanzado, votamos todos, o casi todos, pero si la novedad huele a represión, a mojitos en un bar donde sólo pueden entrar los extranjeros y los miembros de la Nomenklatura, prefiero decir: no, muchas gracias. A otro perro con ese hueso tan poco apetitoso.

Ahora bien, si las nuevas caras, o las caras viejas resucitadas, quieren que no se sepa lo que tienen entre manos, como lo hizo Fidel Castro con muchos de los revolucionarios cubanos de la primera hora, los de 1959 y 1960, esto ya sería mucho más grave. Sé que Jorge Arrate es un hombre de buena fe, un político honesto, que siempre ha tenido una sensibilidad especial para los temas del arte, del pensamiento, de la literatura y la cultura, y escribo estas líneas con algo parecido al estilo y a la intención de una carta abierta. O de una botella lanzada al mar con un papel adentro, un mensaje de náufrago optimista.

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