lunes, enero 19, 2009

Concertación y distribución del ingreso. Walker, Ignacio


Una de las principales acusaciones que se le hacen a la Concertación —especialmente desde sus propias filas— es que, en los últimos años, la distribución del ingreso no habría mejorado en Chile. Incluso se dice que habría empeorado. En las líneas que siguen demostraremos lo contrario: que sí ha mejorado, y de manera importante.

Partamos por dos hechos sólidos como una roca: en los últimos 18 años hemos duplicado el ingreso per cápita. Este es un hecho inédito en la historia de Chile. Considérese que nos tomó 68 años duplicar el ingreso en el período anterior, que culmina en 1990. En los 17 años de Pinochet, la economía creció a un promedio anual de 2,9% (¿milagro económico?). En los 17 años de la Concertación, el crecimiento promedio fue de 5,5% anual.

El segundo hecho sólido es que, de acuerdo con los datos de la encuesta Casen, la pobreza en Chile ha disminuido desde 45,1%, en 1986, a 13,7%, en 2006. Estos dos datos sólidos se relacionan el uno con el otro: las elevadas tasas de crecimiento económico han permitido una reducción sustancial en los niveles de pobreza.

“Ah” —se dice— “eso puede ser cierto, pero Chile tiene una de las peores distribuciones del ingreso, no sólo de América Latina, sino del mundo”.

Veamos. Es cierto que desde el punto de vista de la distribución del ingreso, según el índice GINI —que mide el ingreso autónomo de las personas—, se trata de una de las peores del mundo; de hecho, ocupamos el lugar 12 entre 100 países. No puede ser peor. “Bravo” —dirán los autoflagelantes de la Concertación, o los detractores de cualquier lado—, “hemos fracasado” (en días pasados le escuché decir a un senador del área “progresista” de la Concertación que habríamos “reprobado”). Lo cierto es que, durante la mayor parte de las dos décadas que van de 1987 a 2006, el índice GINI aumentó —mal de males— de un 0,56 a 0,58, aunque también es cierto que en 2006 bajó a 0,54; pero, convengámoslo, se ha mantenido prácticamente igual de mal.

Hay algo peor: si sólo consideramos la distribución del ingreso en términos del ingreso autónomo, es decir, de las fuerzas del mercado, la diferencia entre el quintil superior (20% más rico) y el quintil inferior (20% más pobre) es de 13,1 veces (2006), lo que se parece a un escándalo social.

Entonces, viene el paso siguiente. Como lo ha consignado la Comisión Meller, sobre “Equidad Social”, si consideramos la situación del ingreso total de las personas, es decir, el ingreso autónomo —fuerzas del mercado— más el impacto causado por el gasto social, tenemos un resultado sorprendente: la diferencia de ingresos entre el quintil superior y el quintil inferior se reduce de 13,1 veces a 6,8 veces. Es aquí precisamente donde la Concertación hace la diferencia: en el papel de las políticas públicas, de las políticas sociales y, en definitiva, el rol del Estado, llamado a corregir las distorsiones del mercado y a introducir elementos de equidad social.

Y viene el corolario de lo anterior. Un reciente estudio de Eduardo Engel y Juan Eberhard, de la Universidad de Yale, sostiene que, mientras en 1984-86, el 10% más rico de la población tenía un salario 11,6 veces superior al 10% más pobre, 20 años después, en 2004-2006, la brecha salarial habría bajado a 6,56 veces. ¿Razón de lo anterior? El aumento en la cobertura de la educación superior: hoy el 37% de los jóvenes entre 18 y 24 años cursan educación superior, unos 600.000. Agregamos que 7 de cada 10 jóvenes en la educación superior constituyen primera generación de su familia en dicho nivel de educación, y que, en los últimos 18 años, se han incorporado 1,2 millón de jóvenes al sistema educacional: 700.000 en educación básica y media, y 500.000 en la educación superior. Conclusión de Engel y Eberhard: “Casi toda la reducción de la desigualdad salarial en la última década se explica por el incremento en la fracción de trabajadores universitarios combinado con la reducción del premio salarial de dichos trabajadores”.

En síntesis, si sólo nos atenemos a la distribución del ingreso entendido como ingreso autónomo de las personas (fuerzas del mercado), que es lo que mide el índice GINI, efectivamente reprobamos; si consideramos, en cambio, el impacto de las políticas públicas y del gasto social, tanto en términos de distribución total del ingreso como de distribución salarial, aprobamos. Que cada uno saque sus propias conclusiones.

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