Patricio Aylwin cumple 90 años. Por Carlos Huneeus
Don Patricio Aylwin cumple hoy noventa años de edad, un caso excepcional de un expresidente (o primer ministro) que tuvo una gran gestión que ha marcado la historia del país y puede llegar a esta edad con gran lucidez intelectual.
Fue tardíamente un político profesional -vivir de y para la política, según la definición de Max Weber-, pues lo fue recién en 1965, al ser elegido senador y reelegido en 1973. Hasta ese momento, a los 46 años, su principal actividad fue académica y el ejercicio de la profesión de abogado.
Fue un sobresaliente alumno en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile y se desempeñó como ayudante y profesor de derecho procesal y derivó luego al derecho administrativo, impartiendo clases en la su alma mater y en la Universidad Católica. Además, hizo clases de educación cívica en el Instituto Nacional. Desarrolló una exitosa actividad profesional, siendo elegido miembro del consejo del Colegio de Abogados en 1951, y reelegido en 1955, con la segunda mayoría. Eran años en que este gremio reunía a los principales juristas del país, siendo consejeros, entre otros, Arturo Alessandri Rodríguez, David Stitchkin, Eduardo Novoa Monreal, Alejandro Silva Bascuñán, Pedro Lira Urquieta y Raúl Varela.
Sin haber pertenecido a un partido durante sus estudios, ingresó a la Falange Nacional en 1945. En 1942 había tenido una breve incursión política, cuando, en un episodio recordado como “los niños cantores”, fue portavoz de la rebelión estudiantil –apoyada desde socialistas hasta conservadores y rechazada por nazistas y comunistas- contra los EE.UU. por un ataque del secretario de estado a la neutralidad de Chile, que culminó en una marcha por la Alameda, una entrevista con el presidente Ríos y un discurso de Aylwin por una radio capitalina.
Se destacó rápidamente en la Falange, siendo vicepresidente en 1947/1948 y presidente en 1951/52. Interrumpió su labor académica y profesional en 1958/1959 cuando fue elegido presidente del PDC, y en 1960, acompañando a Eduardo Frei como 2º Vicepresidente.
Cuando Aylwin entró a La Moneda en 1990 era el opositor a la dictadura con mayor experiencia política. Fue cinco veces presidente de la Democracia Cristiana, la primera vez en 1951/1952 cuando era Falange Nacional, y la última en 1987/1989. Su momento más difícil fue presidir el PDC al final del gobierno de la Unidad Popular del presidente Salvador Allende, que quiso hacer una revolución con el apoyo de la minoría del país, se enfrentó con Estados Unidos y descuidó la economía. El PDC estaba en la oposición y el país vivía un clima de polarización que lo condujo al desplome de la democracia. En 1972 fue presidente del senado. Casi tres lustros después, Aylwin hizo una severa autocrítica, al reconocer en una entrevista pertenecer a “una generación fracasada”.
Su regreso al liderazgo político se inició en 1982 como vicepresidente de la directiva del PDC después de la muerte de Frei, presidida Gabriel Valdés, y dio un salto adelante cuando en 1984 planteó dejar de lado la crítica a la legitimidad de la Constitución de 1980, aceptarla como un hecho y usarla para recuperar la democracia. Esta tesis, de gran coraje político, significó abandonar la estrategia de la movilización social que buscó derribar a Pinochet, sin conseguirlo, e iniciar el lento camino de usar las instituciones del régimen, que concluyó en la victoria del No en el plebiscito del 5 de octubre de 1988.
Fue elegido con amplio apoyo presidente del PDC en 1987 y su desempeño impecable como portavoz del No lo catapultó a ser abanderado de la Concertación, después de una elección en la que derrotó a Valdés. Este pensó, equivocadamente, que podía ganarla, olvidando que vivió diez años en los Estados Unidos (1972-1982) y su único cargo directivo anterior había sido vicepresidente de la Falange Nacional en 1952/53.
Aylwin no llegó a La Moneda con una trayectoria solo de triunfos, sino también de derrotas y frustraciones. Fracasó en su postulación como diputado en 1949, una votación del claustro de la Facultad de Derecho, de mayoría radical, le impidió un año antes ser nombrado catedrático de derecho administrativo, eligiendo a Enrique Silva Cimma (PR). Cuando fue presidente del PDC (1965-1967), la dirección del partido fue ganada por un sector opositor a la gestión del gobierno, que romperá con el partido dos años después. Y cuando fue timonel del partido más tarde, la democracia se desplomó.
Su oposición al gobierno de Allende lleva a personas en la izquierda a cuestionar su desempeño, sin reconocer los graves errores cometidos por el gobierno y por los partidos oficialistas, especialmente el PS. Ningún colapso democrático se explica por las acciones de la oposición, en Alemania en 1933, España en 1933 y Chile en 1924 y 1973. Una larga trayectoria como dirigente del PDC también dejó rastros en la memoria de algunos de sus camaradas, que cuestionan ciertas decisiones, sin tener en cuenta el delicado contexto político.
Su éxito como presidente se explica, entre otros motivos, porque tuvo la capacidad de reunir a un equipo de destacados colaboradores, que reflejó el arco iris de la Concertación, y supo dirigirlos, dando autonomía a sus ministros para que desarrollaran sus habilidades, ayudándolos en ello. Alejandro Foxley vio facilitada su gestión como ministro de Haciendo por el apoyo que le dio el presidente cuando, en una asamblea multitudinaria con trabajadores de Chuquicamata, les recordó en su cara que eran “privilegiados”. Fue un valiente mensaje a los trabajadores chilenos de moderar las demandas económicas en un momento complicado.
Otros mensajes no fueron seguidos, cuando afirmó que “el mercado es cruel”, una crítica al neoliberalismo que cercanos colaboradores suyos no compartieron entonces, ni ahora.
La política militar la dirigió con serenidad y firmeza, manteniendo una interlocución con el general Pinochet que fue importante para la estabilidad política, sin dejarse asustar por éste. En la política sobre las violaciones a los derechos humanos fue más allá de algunos de sus ministros, incluso de izquierda, que le recomendaron ser “prudente” por temor a las reacciones de los militares. Más tarde, más de un ministro que lo acompañaba en su viaje en Europa sugirió que regresara al país cuando Pinochet, en mayo de 1993, organizó la protesta conocida como el “boinazo”, consejo que no escuchó. Su tesis de hacer “justicia en la medida de lo posible” fue acertada, porque permitió compatibilizar avances en el tratamiento de las violaciones a los derechos humanos, sin poner en peligro la consolidación de la democracia, que los presidentes Frei Ruiz-Tagle y Lagos completaron, con cambios legales e institucionales que ha significado la condena y prisión de un número de militares sin precedentes en América Latina.
Aylwin se mantuvo fiel a sus posiciones democráticas, lo cual no provocó simpatías en un país en que muchos políticos esconden sus convicciones al calor de las negociaciones parlamentarias, la gestión de gobierno o el oportunismo. Por ellas criticó en 1947 la militarización de las minas del carbón por el gobierno de González Videla y la persecución al PC, y apoyó la reforma agraria del gobierno de Frei con discursos en el senado que causó la ira en sectores de derecha que dura hasta hoy. Esta misma postura le llevó, unas semanas atrás, a no participar en el acto de la UDI para inaugurar el memorial de Jaime Guzmán, invitación acogida por algunos personeros del oficialismo.
Algunos relativizan su labor como presidente, afirmando que en la transición era más fácil gobernar. Caen en la falacia retrospectiva y olvidan el difícil escenario que tuvo, con el dictador a cargo del Ejército y apoyado en ello por un amplio sector del empresario, la UDI y un sector de RN. Otros primeros presidentes en América Latina no terminaron bien, como Belaúnde en Perú o Alfonsín en Argentina.
Su labor como presidente fue fundamental para echar las bases de la nueva democracia, ampliamente reconocida fuera de Chile. Las grandes orientaciones programáticas de su gobierno dieron continuidad a las tres administraciones de la Concertación que le sucedieron. Si hay alternancia del gobierno en 2010, no podrá romper con ellas. Sin embargo, no se reconoce su trabajo porque lo impide la memoria histórica de cada sector, dominada por otras personas, que alimenta la continuidad de las divisiones: Pinochet, Hernán Büchi y Jaime Guzmán, en el gremialismo; Allende, Lagos y Bachelet en la izquierda. Están pendientes las figuras que admiran los de RN.
Aylwin, como Adenauer en Alemania, de Gaulle en Francia y Adolfo Suárez en España, es el padre fundador de la nueva democracia. La pasión política que todavía divide al país explica que este día no tenga el mismo carácter que tuvo en Alemania cuando Konrad Adenauer cumplió 90 años en 1966, elogiado por sus adversarios del SPD y liberales, sin la pequeñez que se ve en Chile. Deberá pasar más tiempo para que se reconozca la contribución de don Patricio al desarrollo de la democracia, cuando un día podamos dejar de lado nuestras profundas diferencias por el pasado, todavía presente en el país.
*Carlos Huneeus es director del CERC.
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