Los que faltan, los que sobran y los que deciden. Victor Maldonado...las que se cansan son las personas, no las alternativas políticas..
El tema de la campaña presidencial concertacionista es la recuperación del estado de ánimo. Antes de correr, hay que pararse y recuperar la confianza en las propias capacidades y en el valor de la alternativa política que se encarna. Lo que cuenta es la recuperación de las ganas de ganar ante una derecha que muestra el mismo deseo de siempre de ocupar La Moneda, pero a la cual no se le sale a hacer frente como ha sido siempre, y como tiene que ser. Todos los candidatos presidenciales entienden que ésta es la clave y quieren demostrar que son ellos los que hacen la diferencia. Hay también circunstancias privilegiadas para este tipo de apariciones y la participación en la campaña municipal resulta pródiga en momentos adecuados para entrar en escena. No es que antes hubieran estado ausentes, es que ahora lo que se hace cuenta de un modo especial.
Sin ninguna inocencia, los medios siguen y promueven a la vez este tipo de despliegue. No es un resultado inocente, porque un clima de mayor expectación crea noticia y la noticia vende periódicos y aumenta el seguimiento de los noticiarios y los programas de televisión. Como sea, los propósitos de unos y otros son distintos, pero a la postre resultan convergentes. El cuadro de actores de primera línea está por completarse. La aparición de Ricardo Lagos con entrevistas de fondo el fin de semana pasado tienen por misión el posicionarlo en un puesto privilegiado entre quienes pueden dar respuesta a un anhelo de recuperación de la seguridad en las propios méritos, que ha caracterizado a la Concertación desde su origen.
En realidad, esta característica la ha acompañado casi siempre, porque hay un tipo de crítica que llega a fondo en el alma de la centro izquierda, consiguiendo un claro titubeo público. En el pasado, ese punto débil se encontró en las denuncias sobre corrupción. Es posible que, en la actualidad, el punto débil se refiera a la seguridad de haber hecho un buen trabajo. Este estado de ánimo es el que predomina desde la implementación del Transantiago. En ninguna parte quedó más claro lo que era, lo que significaba y lo que iba a constar que entre las filas del oficialismo.
Desde allí todos los errores que se cometen se encasillan en el tema de "lo mal hecho", tal como si fuera una característica de la apuesta política que se representa, más que errores específicos del tamaño que sean. Pero, sin quitar un ápice de lo que implican las cuentas al debe de la Concertación, hace falta recuperar el equilibrio en la mirada. Algunos pueden creer que lo determinante es la responsabilidad que se tenga en la implementación de proyectos importantes que hoy resultan cuestionados. No es así. En la suma y resta de cada Gobierno de la Concertación es más la cuenta positiva. El juicio ciudadano puede ser enfrentado. Puede ser duro, pero no será decisivo. Lo que definirá la situación no se relaciona con el cómo se saldará una deuda con el pasado, sino con el cómo se resolverán los nudos del futuro. Tampoco el asunto se limita a un problema de proyectos concretos a implementar, sino con la capacidad renovada de llevarlos a la práctica. Eso nos lleva al tema del mejoramiento de la política que se practica, del orden interno y la renovación de los liderazgos.
Si hay algo en qué mejorar desde ya para competir, de verdad, en las presidenciales del año que viene es recuperar la calidad de la política que se hace. La buena política trabaja para ampliar los acuerdos de un conglomerado más que cultivar las diferencias. No se está logrando: quiere decir que algo está fallando en los partidos, y otro tanto en el Gobierno, siempre el centro aglutinador, en última instancia. Lo ha dicho la presidenta del PDC, Soledad Alvear, al encarar el momento actual diciendo que "si en 1988 nos hubiéramos permitido las licencias de hoy, nunca hubiéramos derrotado a Pinochet". Lo mismo han dicho Lagos e Insulza, cada uno con sus palabras.
De modo que se trata de un diagnóstico compartido y bien autocrítico. Ello obliga a presentaciones, discursos y acciones igualmente drásticos a la hora de implementar soluciones. Alguien tiene que poner en discusión las medidas rectificatorias, partiendo por las más urgentes, para volver a trabajar en un sentido convergente. A decir verdad, esto todavía no ocurre. Razón de más para que la expectación aumente. Pero quiero llamar la atención que, como sea, la respuesta provendrá de la vinculación que se tenga con los partidos. La recreación de la unidad de la Concertación implica el reforzamiento de su disciplina. En otras palabras, ¿quién ordena a los díscolos?
La respuesta tiene cierto desglose. Primero, no es posible ordenarlos a todos, porque un margen de disidencia interna es algo natural. La extrema unidad que caracterizó la salida de la dictadura sólo se consigue en períodos cortos y de excepción. Lo que es posible conseguir siempre son mayorías partidarias afiatadas y con dirección política clara. Se trata de conformar un respaldo suficiente de líderes reconocidos para establecer mayorías estables que hagan la diferencia entre un compartimiento reconocible de partido y una horda de individualidades. Se trata de recuperar la gobernabilidad interna para seguir siendo garantía de buen gobierno. Esto es una tarea de primera importancia y, de nuevo, quiero llamar la atención en que las respuestas rectificadoras provendrán de los partidos y los parlamentarios. No pueden provenir de fuera, porque no serán aceptadas como válidas.
Tal parece que el camino para conseguir la unidad básica se realiza al interior de los partidos. No se la puede dar un líder presidencial, a menos que éste tenga un partido que le haga caso. Si no es así, lo que hace es aportar una buena prédica, pero no una buena práctica. Lo otro sería un orden suprapartidario. Es decir, que todos hagan confianza en un abanderado único, que pusiera como condición para presentarse el que se eligieran personas que representen a la Concertación en su estilo unitario. Pero esto sería lo mismo que poner la carreta delante de los bueyes. Lo que ocurre es que el orden es exactamente el inverso. Esto puede explicar un par de cosas que sucederá en el futuro con los posibles postulantes de hoy.
Lo que sí creo que no tienen suficiente espacio y no ayudan son las actuaciones de esa clase de dirigente que se dedica a cultivar el descontento interno, como base de una campaña. Los que ya lo han intentado han terminado fuera, por lo cual este es un camino conocido de colisión segura, del que ya están todos prevenidos. Para algunos podrá ser una sorpresa, pero a la hora de resolver liderazgos, contar con el apoyo orgánico de un partido hace la diferencia entre lograrlo y no lograrlo. No falta el que piensa que el apoyo ciudadano será el que termine por imponer un candidato a la Concertación. Se trataría más de un reconocimiento que de una designación. Pero no será así. Nadie tendrá tanto apoyo mientras la diáspora se mantenga. No hay piso suficiente para que alguien se yerga naturalmente sobre los demás.
Si no hay más alternativa que ponerse de acuerdo y ordenar a los partidos desde dentro, ¿qué falta para que ocurra? En realidad, el problema no es lo que falta, sino lo que sobra. Un cierto cansancio se ha hecho presente. Por eso, lo que falta es un relevo que devuelva el empuje que tanto se ve a nivel intermedio y tan poco se expresa a nivel de las cúpulas políticas. Porque hay que tenerlo claro: las que se cansan son las personas, no las alternativas políticas. A veces no nos damos cuenta de qué pasa, porque seguimos viendo los mismos rostros y, sin embargo, ya no se actúa como antes.
Es lo evidente lo que no vemos: es precisamente que han sido los mismos los que se han mantenido más allá de la vigencia de su aporte. Por eso quien encabece la Concertación ha de ir de la mano de quienes comparten una característica: cuando piensan en el futuro sienten optimismo y ganas de luchar. Éstos faltan en la primera línea y los otros sobran.
Sin ninguna inocencia, los medios siguen y promueven a la vez este tipo de despliegue. No es un resultado inocente, porque un clima de mayor expectación crea noticia y la noticia vende periódicos y aumenta el seguimiento de los noticiarios y los programas de televisión. Como sea, los propósitos de unos y otros son distintos, pero a la postre resultan convergentes. El cuadro de actores de primera línea está por completarse. La aparición de Ricardo Lagos con entrevistas de fondo el fin de semana pasado tienen por misión el posicionarlo en un puesto privilegiado entre quienes pueden dar respuesta a un anhelo de recuperación de la seguridad en las propios méritos, que ha caracterizado a la Concertación desde su origen.
En realidad, esta característica la ha acompañado casi siempre, porque hay un tipo de crítica que llega a fondo en el alma de la centro izquierda, consiguiendo un claro titubeo público. En el pasado, ese punto débil se encontró en las denuncias sobre corrupción. Es posible que, en la actualidad, el punto débil se refiera a la seguridad de haber hecho un buen trabajo. Este estado de ánimo es el que predomina desde la implementación del Transantiago. En ninguna parte quedó más claro lo que era, lo que significaba y lo que iba a constar que entre las filas del oficialismo.
Desde allí todos los errores que se cometen se encasillan en el tema de "lo mal hecho", tal como si fuera una característica de la apuesta política que se representa, más que errores específicos del tamaño que sean. Pero, sin quitar un ápice de lo que implican las cuentas al debe de la Concertación, hace falta recuperar el equilibrio en la mirada. Algunos pueden creer que lo determinante es la responsabilidad que se tenga en la implementación de proyectos importantes que hoy resultan cuestionados. No es así. En la suma y resta de cada Gobierno de la Concertación es más la cuenta positiva. El juicio ciudadano puede ser enfrentado. Puede ser duro, pero no será decisivo. Lo que definirá la situación no se relaciona con el cómo se saldará una deuda con el pasado, sino con el cómo se resolverán los nudos del futuro. Tampoco el asunto se limita a un problema de proyectos concretos a implementar, sino con la capacidad renovada de llevarlos a la práctica. Eso nos lleva al tema del mejoramiento de la política que se practica, del orden interno y la renovación de los liderazgos.
Si hay algo en qué mejorar desde ya para competir, de verdad, en las presidenciales del año que viene es recuperar la calidad de la política que se hace. La buena política trabaja para ampliar los acuerdos de un conglomerado más que cultivar las diferencias. No se está logrando: quiere decir que algo está fallando en los partidos, y otro tanto en el Gobierno, siempre el centro aglutinador, en última instancia. Lo ha dicho la presidenta del PDC, Soledad Alvear, al encarar el momento actual diciendo que "si en 1988 nos hubiéramos permitido las licencias de hoy, nunca hubiéramos derrotado a Pinochet". Lo mismo han dicho Lagos e Insulza, cada uno con sus palabras.
De modo que se trata de un diagnóstico compartido y bien autocrítico. Ello obliga a presentaciones, discursos y acciones igualmente drásticos a la hora de implementar soluciones. Alguien tiene que poner en discusión las medidas rectificatorias, partiendo por las más urgentes, para volver a trabajar en un sentido convergente. A decir verdad, esto todavía no ocurre. Razón de más para que la expectación aumente. Pero quiero llamar la atención que, como sea, la respuesta provendrá de la vinculación que se tenga con los partidos. La recreación de la unidad de la Concertación implica el reforzamiento de su disciplina. En otras palabras, ¿quién ordena a los díscolos?
La respuesta tiene cierto desglose. Primero, no es posible ordenarlos a todos, porque un margen de disidencia interna es algo natural. La extrema unidad que caracterizó la salida de la dictadura sólo se consigue en períodos cortos y de excepción. Lo que es posible conseguir siempre son mayorías partidarias afiatadas y con dirección política clara. Se trata de conformar un respaldo suficiente de líderes reconocidos para establecer mayorías estables que hagan la diferencia entre un compartimiento reconocible de partido y una horda de individualidades. Se trata de recuperar la gobernabilidad interna para seguir siendo garantía de buen gobierno. Esto es una tarea de primera importancia y, de nuevo, quiero llamar la atención en que las respuestas rectificadoras provendrán de los partidos y los parlamentarios. No pueden provenir de fuera, porque no serán aceptadas como válidas.
Tal parece que el camino para conseguir la unidad básica se realiza al interior de los partidos. No se la puede dar un líder presidencial, a menos que éste tenga un partido que le haga caso. Si no es así, lo que hace es aportar una buena prédica, pero no una buena práctica. Lo otro sería un orden suprapartidario. Es decir, que todos hagan confianza en un abanderado único, que pusiera como condición para presentarse el que se eligieran personas que representen a la Concertación en su estilo unitario. Pero esto sería lo mismo que poner la carreta delante de los bueyes. Lo que ocurre es que el orden es exactamente el inverso. Esto puede explicar un par de cosas que sucederá en el futuro con los posibles postulantes de hoy.
Lo que sí creo que no tienen suficiente espacio y no ayudan son las actuaciones de esa clase de dirigente que se dedica a cultivar el descontento interno, como base de una campaña. Los que ya lo han intentado han terminado fuera, por lo cual este es un camino conocido de colisión segura, del que ya están todos prevenidos. Para algunos podrá ser una sorpresa, pero a la hora de resolver liderazgos, contar con el apoyo orgánico de un partido hace la diferencia entre lograrlo y no lograrlo. No falta el que piensa que el apoyo ciudadano será el que termine por imponer un candidato a la Concertación. Se trataría más de un reconocimiento que de una designación. Pero no será así. Nadie tendrá tanto apoyo mientras la diáspora se mantenga. No hay piso suficiente para que alguien se yerga naturalmente sobre los demás.
Si no hay más alternativa que ponerse de acuerdo y ordenar a los partidos desde dentro, ¿qué falta para que ocurra? En realidad, el problema no es lo que falta, sino lo que sobra. Un cierto cansancio se ha hecho presente. Por eso, lo que falta es un relevo que devuelva el empuje que tanto se ve a nivel intermedio y tan poco se expresa a nivel de las cúpulas políticas. Porque hay que tenerlo claro: las que se cansan son las personas, no las alternativas políticas. A veces no nos damos cuenta de qué pasa, porque seguimos viendo los mismos rostros y, sin embargo, ya no se actúa como antes.
Es lo evidente lo que no vemos: es precisamente que han sido los mismos los que se han mantenido más allá de la vigencia de su aporte. Por eso quien encabece la Concertación ha de ir de la mano de quienes comparten una característica: cuando piensan en el futuro sienten optimismo y ganas de luchar. Éstos faltan en la primera línea y los otros sobran.
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