La opción por lo que perdura. Victor Maldonado.
En estos días el oficialismo ha vivido la tensión entre dos bienes que le interesa preservar: la unidad completa de la Concertación; y el cumplimiento de lo comprometido por el Gobierno ante el país en materia educacional. La forma como se procedió y resolvió esta situación difícil deja lecciones importantes.
Como siempre, el peor de los males consistía en no optar. La indecisión acumula más problemas que los que se tenía originalmente. Y mantener la incertidumbre genera costos permanentes, y nada se resuelve cuando se da pie a que nuevas dificultades tengan tiempo de presentarse.
Porque si no existe pleno acuerdo y por ello se detiene una iniciativa de gran importancia, entonces quienes desde el principio enfrentaron resistencias y apoyaron la posición de la Presidenta Michelle Bachelet, terminarían por creer que este alineamiento no tiene sentido. En otras palabras, la inmovilidad se termina deteriorando incluso el apoyo más estable.
Al mismo tiempo si el cumplimiento del programa o de compromisos presidenciales se condicionan a las diferencias del momento, entonces el ejercicio del Gobierno ha cambiado de lugar o se ha ido a ninguna parte, y quedamos todos al vaivén de las circunstancias.
No se trata de saber quién está "equivocado", puesto que nadie está actuando de mala fe, y es imposible que las buenas razones sean patrimonio de una sola de las posiciones que se han presentado. Es más, es posible que los errores hayan existido y repartido equitativamente.
Pero lo decisivo sigue siendo que el acuerdo nacional en educación no se perdiera, y que los avances prácticos y factibles de implementar que se alcanzaron se implementen. De lo contrario, todo lo que se ha podido consensuar, simplemente se sacrifica a las posiciones maximalistas que saben lo que no quieren, pero que sólo ofrecen seguir discutiendo lo ya conversado, como propuesta de futuro.
Es una paradoja, pero en pocas circunstancias está quedando más claro que los extremos se topan. Cualquiera puede observar que el resultado práctico de no cambiar la ley es que sigue operando la ley anterior, ley que todos en su momento consideraron inadecuada para las necesidades del país y un verdadero tope para mejorar la calidad de la educación.
Y así tenemos los cambios de comportamiento más notables. Quien recuerde el momento de gloria del movimiento pingüino, no se habrá olvidado de que su reivindicación más fuerte era el cambio de la LOCE "ya". No pronto o lo antes posible, sino "ya".
Hoy tenemos un movimiento que se propone desandar los meses invertidos en un amplio y esforzado proceso de convergencia que arribó en acuerdos posibles.
Lo que se pedía era postergar el cambio de la ley para empezar de nuevo. Como quiera que se mire es un retroceso. Nos quedamos mirando para atrás en vez de aprovechar lo acordado, y ponernos de inmediato nuevas metas.
Se cae, de este modo, en el error eterno de los maximalistas de que "porque no consigo todo lo que quiero, no quiero todo lo que consigo". Pero ocurre que en ninguna negociación una parte lo obtiene todo, porque eso es contradictorio con la idea misma de negociar.
El camino de rediscutir cada cosa de nuevo, es la condena a volver al punto exacto donde nos encontramos, pero haciendo estériles los meses dedicados a esta materia y haciendo superfluo el tiempo adicional destinado a reinventar la rueda. Por este rumbo llegaremos a descubrir que, nuevamente, los resultados no nos satisfacen por completo.
Por eso lo que cabía era resolver ahora, y sancionar favorablemente lo que sea posible. Si no sería el tiempo de lo retrógrado, que no es otra cosa que la senda que nos lleva de nuevo al punto de partida que habíamos superado.
Actuamos como si nos hubiéramos olvidado de cuánto se ha podido aprender de la construcción política de la democracia.
Pero hay que preguntarse cómo es que hemos podido llegar a un punto del debate tan mal presentado, tan poco constructivo y cómo se despejó en un final positivo.
En primer lugar, lo que más importó en el momento decisivo fue la intervención presidencial. Tras el desenlace, cada paso que llevó a la salida parece obvio, pero no es así.
Ya la Presidenta Bachelet había explicado cuál era el criterio que emplearía en estos casos, al recordar al Parlamento que, durante los gobiernos de la Concertación, sin la implementación de acuerdos nacionales tendríamos hoy muchas explicaciones, pero ninguna solución. Y esa no iba a ser la opción que tomara en esta oportunidad.
En segundo lugar, la acción de la Presidenta validó las gestiones emprendidas por sus colaboradores inmediatos, y fue vista como un respaldo de lo que había venido realizando. Tal vez no todo fue perfecto, pero el Gobierno se centró en la búsqueda de resultados, no en la crítica interna o a la coalición.
En tercer lugar, está claro que las bancadas han ganado un gran protagonismo y autonomía. No están dispuestas a avalar acuerdos que no los incluya ni los considere lo suficiente. Esto estuvo a punto de producir una diáspora completa. Pero apenas se estableció la posibilidad simultánea de respaldo al Gobierno y de continuar un debate que continuará los temas no incluidos de su mayor interés, dieron una impresionante capacidad de actuación colectiva.
Por último, es claro que, en adelante, hay que evitar en lo posible los episodios de tan fuerte tensión.
Cada cual debe aprender de sus errores. Está claro que no se puede avanzar tan lejos en los acuerdos con los adversarios, que los aliados ya no entiendan exactamente los objetivos precisos que se están persiguiendo, o estimen que los costos involucrados son excesivos.
Así, pues, es más evidente que nunca se puede adicionar todo tipo de adhesiones a los proyectos clave del Ejecutivo.
En otros casos se ha aprendido otras cosas básicas. Como que si hay que conseguir acuerdos, lo importante es concentrarse en lograr acuerdos que no tengan consensos, porque cuando los votos para aprobar una ley ya están disponibles, la necesidad de tomar iniciativas adicionales se hace más difícil de explicar y comprender.
Porque en política se trata de integrar, no de sorprender. Por eso se pudo comprobar una vez más que los buenos acuerdos son aquellos que abren nuevos caminos, en vez de crear nuevos problemas.
Tal parece que en estos casos, las mejores declaraciones son las que no se han hecho y las que han evitado entrar en polémicas innecesarias.
Lo que es exagerado es decir que la Concertación ha sorteado el mayor peligro que ha vivido en mucho tiempo. Pudo entrar en una crisis en la relación entre Gobierno, partidos y parlamentarios, sin precedentes y sin procedimientos institucionales a la mano para enfrentarla. Pero la centro izquierda se ha dado a sí misma una oportunidad para actuar en conjunto y para ganar. Todo depende de si se han aprendido las lecciones del caso.
Como siempre, el peor de los males consistía en no optar. La indecisión acumula más problemas que los que se tenía originalmente. Y mantener la incertidumbre genera costos permanentes, y nada se resuelve cuando se da pie a que nuevas dificultades tengan tiempo de presentarse.
Porque si no existe pleno acuerdo y por ello se detiene una iniciativa de gran importancia, entonces quienes desde el principio enfrentaron resistencias y apoyaron la posición de la Presidenta Michelle Bachelet, terminarían por creer que este alineamiento no tiene sentido. En otras palabras, la inmovilidad se termina deteriorando incluso el apoyo más estable.
Al mismo tiempo si el cumplimiento del programa o de compromisos presidenciales se condicionan a las diferencias del momento, entonces el ejercicio del Gobierno ha cambiado de lugar o se ha ido a ninguna parte, y quedamos todos al vaivén de las circunstancias.
No se trata de saber quién está "equivocado", puesto que nadie está actuando de mala fe, y es imposible que las buenas razones sean patrimonio de una sola de las posiciones que se han presentado. Es más, es posible que los errores hayan existido y repartido equitativamente.
Pero lo decisivo sigue siendo que el acuerdo nacional en educación no se perdiera, y que los avances prácticos y factibles de implementar que se alcanzaron se implementen. De lo contrario, todo lo que se ha podido consensuar, simplemente se sacrifica a las posiciones maximalistas que saben lo que no quieren, pero que sólo ofrecen seguir discutiendo lo ya conversado, como propuesta de futuro.
Es una paradoja, pero en pocas circunstancias está quedando más claro que los extremos se topan. Cualquiera puede observar que el resultado práctico de no cambiar la ley es que sigue operando la ley anterior, ley que todos en su momento consideraron inadecuada para las necesidades del país y un verdadero tope para mejorar la calidad de la educación.
Y así tenemos los cambios de comportamiento más notables. Quien recuerde el momento de gloria del movimiento pingüino, no se habrá olvidado de que su reivindicación más fuerte era el cambio de la LOCE "ya". No pronto o lo antes posible, sino "ya".
Hoy tenemos un movimiento que se propone desandar los meses invertidos en un amplio y esforzado proceso de convergencia que arribó en acuerdos posibles.
Lo que se pedía era postergar el cambio de la ley para empezar de nuevo. Como quiera que se mire es un retroceso. Nos quedamos mirando para atrás en vez de aprovechar lo acordado, y ponernos de inmediato nuevas metas.
Se cae, de este modo, en el error eterno de los maximalistas de que "porque no consigo todo lo que quiero, no quiero todo lo que consigo". Pero ocurre que en ninguna negociación una parte lo obtiene todo, porque eso es contradictorio con la idea misma de negociar.
El camino de rediscutir cada cosa de nuevo, es la condena a volver al punto exacto donde nos encontramos, pero haciendo estériles los meses dedicados a esta materia y haciendo superfluo el tiempo adicional destinado a reinventar la rueda. Por este rumbo llegaremos a descubrir que, nuevamente, los resultados no nos satisfacen por completo.
Por eso lo que cabía era resolver ahora, y sancionar favorablemente lo que sea posible. Si no sería el tiempo de lo retrógrado, que no es otra cosa que la senda que nos lleva de nuevo al punto de partida que habíamos superado.
Actuamos como si nos hubiéramos olvidado de cuánto se ha podido aprender de la construcción política de la democracia.
Pero hay que preguntarse cómo es que hemos podido llegar a un punto del debate tan mal presentado, tan poco constructivo y cómo se despejó en un final positivo.
En primer lugar, lo que más importó en el momento decisivo fue la intervención presidencial. Tras el desenlace, cada paso que llevó a la salida parece obvio, pero no es así.
Ya la Presidenta Bachelet había explicado cuál era el criterio que emplearía en estos casos, al recordar al Parlamento que, durante los gobiernos de la Concertación, sin la implementación de acuerdos nacionales tendríamos hoy muchas explicaciones, pero ninguna solución. Y esa no iba a ser la opción que tomara en esta oportunidad.
En segundo lugar, la acción de la Presidenta validó las gestiones emprendidas por sus colaboradores inmediatos, y fue vista como un respaldo de lo que había venido realizando. Tal vez no todo fue perfecto, pero el Gobierno se centró en la búsqueda de resultados, no en la crítica interna o a la coalición.
En tercer lugar, está claro que las bancadas han ganado un gran protagonismo y autonomía. No están dispuestas a avalar acuerdos que no los incluya ni los considere lo suficiente. Esto estuvo a punto de producir una diáspora completa. Pero apenas se estableció la posibilidad simultánea de respaldo al Gobierno y de continuar un debate que continuará los temas no incluidos de su mayor interés, dieron una impresionante capacidad de actuación colectiva.
Por último, es claro que, en adelante, hay que evitar en lo posible los episodios de tan fuerte tensión.
Cada cual debe aprender de sus errores. Está claro que no se puede avanzar tan lejos en los acuerdos con los adversarios, que los aliados ya no entiendan exactamente los objetivos precisos que se están persiguiendo, o estimen que los costos involucrados son excesivos.
Así, pues, es más evidente que nunca se puede adicionar todo tipo de adhesiones a los proyectos clave del Ejecutivo.
En otros casos se ha aprendido otras cosas básicas. Como que si hay que conseguir acuerdos, lo importante es concentrarse en lograr acuerdos que no tengan consensos, porque cuando los votos para aprobar una ley ya están disponibles, la necesidad de tomar iniciativas adicionales se hace más difícil de explicar y comprender.
Porque en política se trata de integrar, no de sorprender. Por eso se pudo comprobar una vez más que los buenos acuerdos son aquellos que abren nuevos caminos, en vez de crear nuevos problemas.
Tal parece que en estos casos, las mejores declaraciones son las que no se han hecho y las que han evitado entrar en polémicas innecesarias.
Lo que es exagerado es decir que la Concertación ha sorteado el mayor peligro que ha vivido en mucho tiempo. Pudo entrar en una crisis en la relación entre Gobierno, partidos y parlamentarios, sin precedentes y sin procedimientos institucionales a la mano para enfrentarla. Pero la centro izquierda se ha dado a sí misma una oportunidad para actuar en conjunto y para ganar. Todo depende de si se han aprendido las lecciones del caso.
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